Los gritos no educan, dañan . Y la ciencia tiene mucho que decir al respecto. Según estudios realizados por universidades como Harvard y Pittsburgh, crecer en un entorno donde los gritos son frecuentes puede dejar huellas profundas en el desarrollo emocional de los niños y adolescentes.Así lo evidencia, de hecho, la evidencia científica . Un estudio de la Universidad de Harvard concluyó que los gritos reiterados pueden alterar el desarrollo de áreas del cerebro relacionadas con la regulación emocional y la autoestima. Estas áreas, como la corteza prefrontal y el sistema límbico, explica Sonia Martinez. fundadora y directora de los centros Crece Bien , «son esenciales para manejar el estrés y construir relaciones saludables».Además, la Universidad de Pittsburgh reveló que la exposición constante a gritos puede generar un impacto similar al maltrato físico a nivel emocional , desencadenando problemas como ansiedad, inseguridad y un aumento en los niveles de estrés crónico. Esto demuestra que los gritos no solo afectan momentáneamente, sino que dejan una huella que puede acompañar a los niños hasta la adultez.Noticias relacionadas estandar No Salud mental Pedro Javier Rodríguez, pediatra: «Hay niños que dicen: ‘o me curas esto, o me tiro por la ventana’» Patricia Abet estandar No Abre el cuarto hospital infantil de día para niños con trastorno mental grave, donde curar y educar a la vez Sara MedialdeaEntre los efectos a largo plazo que conllevan los gritos en casa destacan tres, advierte la directora de estos centros. «Si los gritos son reiterados en el tiempo, afectarían a las áreas del cerebro relacionadas con la regulación emocional y la autoestima, provocando serias dificultades emocionales». Otro aspecto relevante es que los niños, advierte esta experta, «tienden a replicar a la edad adulta las dinámicas que vivieron de niños. Esta repetición de patrones suele ser habitual». Crecer entre gritos -añade-, de hecho, puede predisponer a sufrir trastornos como la ansiedad».Lo primero que hay que saber, sugiere Martínez Lomas, «es que un grito no nos convierte en malos padres ni va a marcar a nuestros hijos de por vida. Lo que realmente deja huella es la dinámica repetida y la falta de reparación. Si hemos gritado, lo mejor que podemos hacer es hablar con nuestros hijos cuando estemos más tranquilos. Algo tan sencillo como decir: «Perdona, antes te he gritado y no debí hacerlo. Estaba cansada y frstrada, pero eso no es culpa tuya». Eso no solo calma la situación, sino que también les enseña que todos nos equivocamos y podemos arreglarlo».Ahora bien, no basta con pedir perdón y seguir igual. «Si el grito ha surgido porque hemos perdido la paciencia, la siguiente vez podemos intentar cambiar nuestra reacción antes de llegar al límite. Por ejemplo, si siempre terminamos gritando cuando es la hora del baño y nuestros hijos no hacen caso, en lugar de repetir el mismo patrón podemos probar otro enfoque: avisar con tiempo, acompañarlos en el proceso o convertirlo en algo divertido en lugar de una orden directa. Y si sentimos que los gritos se han vuelto demasiado frecuentes, quizá sea un buen momento para preguntarnos qué nos está sobrepasando y qué cambios podemos hacer en casa para mejorar el ambiente. A veces, pequeños ajustes en la rutina o en la forma en la que pedimos las cosas marcan una gran diferencia».RecomendacionesEl antídoto sería «apostar por la comunicación respetuosa y la inteligencia emocional, que son herramientas clave para construir un hogar lleno de conexión y respeto», señala Martínez Lomas. Algo que, reconoce, no está tan evidente cómo poner en práctica. «Muchas familias viven con un nivel de estrés altísimo. No es fácil gestionar el trabajo, la casa, las responsabilidades diarias y, además, educar con paciencia. Pero hay algo que nos puede ayudar mucho a rebajar la tensión: ajustar nuestras expectativas» .A veces, sin darnos cuenta, prosigue esta experta, «esperamos demasiado de nosotros mimos y de nuestros hijos. Queremos que todo esté en orden, que las rutinas fluyan sin tropiezos, que obedezcan a la primera… y cuando la realidad no se ajusta a esa idea (porque la vida con niños es impredecible), explotamos. ¿Qué podemos hacer? Primero, entender que los niños son niños. No están prvocándonos cuando tardan en ponerse los zapatos o cuando se distraen mientras les hablamos. Simplemente, están en su mundo. Si en lugar de reaccionar con el automático del «¡hazlo ya!» cambiamos el chip y pensamos «vale, no lo está haciendo a propósito, le ayudo a enfocarse», evitamos mucho desgaste emocional».Otra clave práctica, señala esta psicóloga, «es evitar los momentos críticos. Si sabemos que las mañanas son caóticas, podemos anticiparnos dejando la ropa preparada o teniendo una rutina clara. Si las tardes son un descontrol, quizá haya que simplificar actividades o reducir el número de instrucciones que damos a la vez. No se trata de ser perfectos, sino de hacernos la vida un poco más fácil». Y algo muy importante, recuerda: « pedir ayuda no es un fracaso . No siempre podemos con todo. Si un día estamos al límite, es mejor decir «necesito un momento» antes de que la situación nos desborde y terminemos gritando. Los niños aprenden mucho más de lo que ven en nosotros que de lo que les decimos».MÁS INFORMACIÓN noticia No Que tu hijo haga su cama u otras tareas del hogar es mucho más relevante de lo que crees noticia No «Si sospechas que tu hijo tiene depresión, no esperes a que se le ‘pase solo’» noticia No Isabel Rojas Estapé explica el error que cometen los padres cuando su hijo está triste noticia No Los ejercicios que estimulan el desarrollo de los niños con TDAH cuando no están en clase noticia No Los casos de enfermedades mentales entre adolescentes se estabilizan en Madrid, tras el pico post pandemia noticia No «Los fantasma de la infancia son mucho más decisivos en la vida adulta de lo que nos pensamos, para bien y para mal»Es posible educar sin gritar , concluye la fundadora de los centros Crece Bien, siempre que practiquemos la calma. «Si sientes que pierdes el control, tómate un momento para respirar antes de responder. Aunque cueste hay que conectar primero: Mira a los ojos a tu hijo, ponte a su altura y háblale en un tono pausado e intenta validar sus emociones. Reconoce lo que siente para poder guiarle mejor. Pero, sobre todo, recuerda que los niños no necesitan gritos para aprender; necesitan guía, paciencia y amor », concluye.
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