Cualquier referencia o acotación, por pequeña que sea, puede destripar la más reciente novela de Ray Loriga . Por eso, en esta conversación, el autor camina sobre las palabras como si estuvieran hechas de cristal. ¡Cuidado! Hay que preservar el misterio. El Premio Alfaguara 2017 presenta esta semana ‘Tim’, una historia de belleza y lucidez desasosegantes en la que un hombre despierta en un lugar que no reconoce. Lo visitan los recuerdos más anárquicos e irregulares. Lo envuelve la confusión. Así, Ray Loriga lanza al cuello del lector la soga de una prosa deslumbrante, de la que tira hasta llegar al desenlace. Del teatro de marionetas de Von Kleist a Beckett. Y más allá. —¿Qué distingue la verdad vital de la verdad de la novela?—En este libro intento cuestionar qué es lo que consideramos real. Cuánto hay de fabulación, para empezar, en la propia memoria. Cuánto hay de construcción en los recuerdos o hasta qué punto lo real, también como individuos, no nos es dado por el contexto. La identidad es tan frágil frente a los ojos de los demás, que son los que te van construyendo. —Hay tantas versiones de Tim como las de un ser humano puedan existir—La novela cuenta esa lucha entre lo que uno considera su propia identidad y lo que se va construyendo. Es el relato de ese monstruo que se forma en el roce con todo lo demás: con lo social, lo familiar, el amor. En ese sentido, el único parámetro estable y real para mí es la escritura, porque es lo único sobre lo que un escritor tiene decisión. —Tim se siente extraño, como se sienten extraños Sebastián, Saúl Trífero, Zaza… —Sí, siempre hay extrañamiento en el protagonista.—¿Es su obra una larga fila de hombres extrañados?—Sólo que, en esta fila, cada hombre va haciéndose mayor y el extrañamiento no se empequeñece, sino que va creciendo. Habiendo escrito libros muy distintos, hay algo común, que es un elemento de completa extrañeza de un individuo frente al mundo. Eso me resulta natural, lo que me parece extraño es la certeza de los demás.—Tim aparece en un escenario, no sabe de dónde viene, habla en soliloquios. ¿Es una novela teatral?—Es lo que intento. Algo de obra de teatro de Beckett, de contar qué paredes tiene el vacío. Trato de contar, en concreto, de qué está construida la incertidumbre. En esa constante duda del personaje, que es cambiante, cambia la escenografía y justamente esa fluctuación lo define, también. —El lenguaje se comporta como una linterna. Propicia la acción. —El empeño o el intento del libro es ese. Este es un libro que vive o muere por la escritura. Es decir, trata de su propia escritura. Es la escritura la que lo forma. Resulta difícil hablar del libro en su trama o en su peripecia, porque realmente es su propia escritura. Que fuese el sonido de las palabras, la sintaxis, los fraseos y los ritmos, así como las imágenes, las que van conformando algo.—Tim acude a una función de 1979 de ‘Historia de un caballo’, de Tolstoi, con José María Rodero en el Teatro Maravillas. ¿Ese recuerdo es suyo?—En el libro he utilizado muy pocas referencias biográficas, aunque siempre puedes recrear situaciones. Ese momento de la infancia reconozco que me lo robé a mí.—Tenía doce años, ¿cierto?—Sí, iba de espectador, porque mi madre había sido actriz y nos llevaba mucho al teatro, al cine también, pero al teatro mucho, desde pequeño. Esa fue una de las primeras veces que fui más consciente de lo que suponía. Mi madre luego nos llevó al camerino a saludar a Paco Valladares, con el que había trabajado, y estaba ahí el gran José María Rodero, que era un actor histórico del teatro español. Pasar de la obra como una fantasía, con unos señores que hacían de caballos, y que yo como niño me había metido totalmente dentro de la historia y ver a esos señores quitándose los maquillajes y los trajes y ver que todo eso tenía un elemento de construcción, me marcó mucho y me impresiona—La historia de un caballo que envejece, además. —Quería contarla, puede ser por la edad, porque estoy ya cerca de los 60 años. Es un caballo que está cansado y que algo ha asimilado de la condición humana y de la propia, como caballo. Y me parecía bonito.—¿A pesar de todo, se comporta con sus personajes como un dios compasivo?—Intento serlo. Eso no quita que escriba mañana o pasado otro libro que adopte otro punto de vista. Pero, en general sí, ser un dios compasivo, porque a pesar de que les he puesto en semejantes situaciones a los pobres, intento comprenderles y en lo posible apoyarles. Si no consigo consolarles, por lo menos hacer como aquellos ángeles del cielo sobre Berlín: no evitaban que el suicida saltase, pero al menos tenían un ángel en la espalda. —¿Por qué escribir en la época de la hiper información?—Porque es lo único que tengo en la cabeza. No soy otra cosa que un escritor. Intentar serlo cada día me ha dado un motivo para estar vivo, si no, no sabría qué hacer con los días ni conmigo mismo. Leer y escribir es aquello que me ha formulado íntimamente. —¿Le importa algo la cancelación?—Me parece bien que lo menciones, porque precisamente todo ese asunto me produce el efecto contrario. No quiero saber nada de las corrientes del mundo, de la ultraderecha, del woke, del no sé qué… Los libros están ahí, yo los leo. Más allá de que todo individuo es igual, libre y propio. Todos los individuos, sean como sean, se merecen lo mismo y se pertenecen a sí mismos. A partir de ahí todo lo demás me supera. Desgraciadamente, el mundo no es así y hay muchas injusticias. Digamos que mundo el está en lo que leo y en lo que escribo. Vamos, en mi teatrito. Algo debe haber en el veneno este, porque cuando te pones a leer y escribir, te atrapa.

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