«Desde su sabiduría, el país ha ideado para mí el cargo más insignificante que haya ideado nunca la imaginación de un hombre». John Adams estrenó el cargo de vicepresidente de EE.UU. en 1789 y, con él, la frustración que lo acompaña. Ser el segundo del presidente es estar en la cima del poder y, a la vez, ser insignificante. «Vale menos que un cubo de orín templado», dijo en alarde escatológico John Nance Garner, vicepresidente con Franklin Delano Roosevelt entre 1933 y 1941. «Tienes autoridad, cargo y responsabilidad, pero sin poder real para hacer nada», lamentó Spiro Agnew, segundo de Richard Nixon entre 1969 y 1973. «Eres invisible», protestaba Walter Mondale (con Jimmy Carter, 1977-1981). «Siempre estás en la sombra», añadía Joe Biden, que estuvo ocho años en el cargo con Barack Obama (2009-2017).A sus 40 años, J. D. Vance los está dejando mal a todos. El actual vicepresidente de EE.UU. no ha llegado a dormir cincuenta noches en el Observatorio Naval, la residencia oficial de la segunda autoridad de EE.UU., y ha conquistado una atención poco habitual. El protagonismo –él fue quien la desató- que tuvo en la bronca de la semana pasada en el Despacho Oval con el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski , es justo lo contrario que se espera de un vicepresidente. Sobre todo, para el ‘número dos’ de Donald Trump, la estrella que se traga la luz, el mayor monopolizador de atención que ha conocido la política moderna.Vance mostró con claridad su papel en aquel episodio: lugarteniente leal del presidente y, a la vez, su perro de presa. Su trifulca con Zelenski cimentó su ascendencia con las bases de Trump y le consolida como su delfín. El multimillonario neoyorquino no puede presentarse a un tercer mandato –aunque no deja de amagar con que lo hará– y Vance lidera todas las quinielas para sucederle.Noticia Relacionada estandar Si Indignación en Europa por la bronca de Vance en Múnich: «Es inaceptable» Rosalía SánchezSu presencia ya se había sentido antes de ese momento de gloria en la Casa Blanca. Primero, en campaña, donde desembarcó con un discurso memorable en la Convención Republicana del pasado julio, para convertirse después en una conexión de Trump con la América profunda de la que proviene. Una vez en la Casa Blanca, ha sido un látigo para impulsar la agenda del presidente. Por ejemplo, utilizando su corto pero intenso paso por el Senado para presionar a sus excompañeros de bancada republicana para que confirmaran a los nominados más polémicos de Trump. Sobre todo, para que saliera adelante la votación de Pete Hegseth , candidato a secretario de Defensa. En ese proceso ha sido la primera vez en la que Vance utilizó el único poder que la Constitución da al vicepresidente: en su capacidad de presidente del Senado, desempató la votación en la Cámara Alta para confirmar a Hegseth. Pero también hizo ‘lobby’ para que no hubiera díscolos en la votación de dos exdemócratas con mucho equipaje: Robert F. Kennedy para secretario de Salud y Tulsi Gabbard para directora nacional de Inteligencia. «A su manera, ambos representan partes de la nueva coalición de nuestro partido. No darles la bienvenida al Gabinete es insultar a esos nuevos votantes», les advirtió.Maestro de la polémicaEn estas pocas semanas de Administración Trump, Vance se ha metido en todas las guerras que ha podido. Va con el cuchillo entre los dientes con independencia del formato: mítines, entrevistas y redes sociales, donde es un maestro de la polémica y la provocación. Allí se ha enzarzado con el diputado Ro Khanna , uno de los demócratas de peso en la Cámara de Representantes; ha fustigado a los jueces que han bloqueado algunas órdenes ejecutivas de Trump; pese a haberse convertido al catolicismo, se peleó con la Conferencia Episcopal por la política migratoria de su Administración; y ha repartido chistes, ataques, memes –él también ha sido protagonista de muchos– por doquier.Su impacto más sonado, sin embargo, ha sido en política exterior. Muchos en Europa no tenían grandes referencias sobre Vance cuando, a mediados del mes pasado, se plantó en Múnich para la conferencia anual sobre seguridad. Vieron a un tipo aseado, de barba cuidada y ojos azules. Una apacible presencia suburbial, de padre joven que va a ver el partido de los niños. Después lo acabaron de conocer: soltó un rapapolvos iracundo a los aliados europeos de EE.UU.; salió en defensa de los partidos de ultraderecha; cuestionó la fortaleza de sus democracias; les dijo que el enemigo no es Rusia, el enemigo lo tienen «dentro».Diplomacia matona en cuatro frases «Hay un nuevo sheriff en la ciudad» Con aires de vaquero, el vicepresidente de EE.UU., J. D. Vance, se despachó a gusto en la Conferencia de Seguridad de Múnich el mes pasado echándole una bronca a los dirigentes de la Unión Europea y advirtiéndoles de que «hay un nuevo sheriff en la ciudad». « No has dado las gracias, Zelenski» El recibimiento en el Despacho Oval de Trump a su homólogo ucraniano, Volodímir Zelenski, acabó como el rosario de la aurora cuando intervino Vance. Con malos modos, criticó a Zelenski y le reprochó haber apoyado a Biden y que «no has dado las gracias por la ayuda recibida». «Un país que no ha peleado en 30 o 40 años» Al comparar las garantías de seguridad para Ucrania del acuerdo de minerales con EE.UU., Vance aseguró que eran mejores que las tropas de paz que «ofrece un país cualquiera que no ha peleado en una guerra en 30 o 40 años», en alusión a Francia y el Reino Unido «Señoras con gatos y sin hijos», por Kamala Harris En campaña, Vance le dio un disgusto a Trump cuando se recordó una frase suya de 2021. En una entrevista con Tucker Carlson, dijo que EE.UU. estaba liderado por «señoras con gatos y sin hijos que se sienten mal por propias vidas y por las decisiones que han tomado», en referencia a Kamala Harris.Los episodios de Múnich y del Despacho Oval, con Vance como protagonista en ambos, han sido la confirmación del bandazo en política exterior que ha dado la Administración Trump. Detrás de ello está la idea de que el orden global construido desde la Segunda Guerra Mundial y en el final de la Guerra Fría, con un EE.UU. que es el faro de la libertad y de la democracia, con un liderazgo político, económico y cultural basado en la legislación internacional, ya no sirve al interés de los estadounidenses. Esos episodios son la materialización de la política de ‘America First’ (‘EE.UU. primero’) de Trump en las relaciones exteriores. Trump, que tiene un sentido transaccional de las cosas, se adhiere a ello por interés. Quienes le conocen aseguran que Vance es un ideólogo de esa visión, que tiene una relación directa con su origen.Entre la miseria y el abusoVance fue célebre antes de ser senador o vicepresidente. Fue un autor de éxito con ‘Hillbilly, una elegía rural’ , unas memorias en las que repasa su infancia en la América blanca empobrecida, entre la miseria y el abuso, con una madre adicta, criado gracias a sus abuelos. Esa es parte de la América olvidada que se entregó a Trump en 2016, que prometió –y sigue prometiendo–’Hacer a EE.UU. grande otra vez’.El libro se publicó el mismo año de aquella victoria electoral sorprendente y las memorias de Vance se convirtieron en una especie de explicación del fenómeno de Trump. Entonces, Vance era muy crítico con Trump. Lo llegó a comparar con Hitler y decía que sus políticas iban «de lo inmoral a lo absurdo».Pero Vance se convirtió –además del catolicismo– al trumpismo. Era la única manera de labrar una carrera política. Y, también, el canal para aplicar las políticas en las que él cree. En relaciones internacionales, las contrarias a las que ha defendido el Partido Republicano de forma tradicional. Para él, el sistema de reglas en el que se basa el concierto internacional es una tapadera para un imperio estadounidense que enriquece a elites económicas globales, y lo hace a expensas de comunidades empobrecidas como en la que él nació.Es una visión proteccionista en lo económico y aislacionista en lo político, en la que el desembolso de decenas de miles de millones de dólares en Ucrania no está justificado. Él lo ha combatido desde que llegó al Senado, en enero de 2023. Entonces, era una excepción entre los legisladores republicanos. Ahora, como en todo lo que tiene que ver con Trump, se han acomodado a la posición que le interesa al multimillonario neoyorquino.Está por ver si Vance aguantará la trituradora política que es Trump. Su anterior vicepresidente, Mike Pence , aguantó hasta que se negó a saltarse la Constitución para evitar certificar la victoria de Biden en 2020. Ahora es un proscrito del partido. No parece que ese sea el futuro de Vance, al que este protagonismo solo ha cimentado su condición de presidenciable. Ha demostrado lealtad inalterable al jefe y colmillo –dentro y fuera de EE.UU.– para defender sus políticas. Tiene una gran relación con su hijo mayor, Don Jr., cada vez con más ascendencia en el mundo MAGA. Las bases trumpistas le adoran. Su único problema podría ser la estadística. Muy pocos vicepresidentes suceden a sus jefes en la Casa Blanca. El último fue George H. W. Bush en 1988. El anterior, Martin Van Buren, en 1836.

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