Papelones

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Así que ahí se plantó Óscar Puente, el JD Vance del Pisuerga, para decirnos que los mecanismos de contratación de su ministerio eran una maravilla, que esos asuntos de los que usted me habla no iban con él, que la responsabilidad era, en todo caso de «un señor», que el PP es un partido corrupto y que qué Jessica ni qué Jessica. Vaya papelón. Lo del ‘señor’ entendemos que iba por Ábalos, aunque el sustantivo le venga grande. «Mire, ‘señora-no-conozco-su-nombre’, imagínese que yo le dijera a usted que todos los diputados del PP son amigos de narcotraficantes», dijo exactamente. La ‘señora-no-conozco-su-nombre’ era Patricia Rodríguez diputada por Ávila a la que JD Puente conoce perfectamente porque le ha preguntado en más ocasiones y porque, además, es su obligación como ministro y como persona con una mínima educación. Pero quiero pensar que prefirió fingir que no. Porque la alternativa es aún peor e implicaría que no se había preparado la intervención. Supongo que, en cualquier caso, eso también explicaría por qué llegó a su escaño medio minuto antes y se fue medio minuto después de que le preguntaran, como sobreactuando carga de trabajo o desprecio a las Cortes. Esto último, que es más creíble, encaja con la dinámica del resto de ministros, que van a las sesiones de control en el Congreso solo si les toca pregunta, es decir, obligados, dando la sensación de que esa es la parte fea del trabajo, como quien en lugar de a rendir cuentas ante los representantes de los ciudadanos fueran, qué se yo, a una firma de libros en la FNAC. En estas lides el propio presidente es el mayor experto de todos y se volvió a ausentar de la sesión y van seis veces en el último medio año. Y tenemos suerte porque justo hoy ha cumplido un año sin someterse al control del Senado por el poderoso motivo de que no le sale de las narices. Otro papelón. Pero ya sabemos cómo funciona esta maldición que nos ha caído del cielo y cuando la política internacional le da una oportunidad para huir, él la aprovecha y nos vende esa imagen de líder cósmico alejado de minucias insignificantes como, por ejemplo, la Presidencia de un Gobierno.Otro papelón el de Marlaska, que, en el cénit de su desprestigio, defendió sin inmutarse lo contrario de lo que había defendido hasta ahora. Sus palabras constan así en el diario de sesiones: «Tanto el control de fronteras como el control de los flujos migratorios son competencias exclusivas del Estado y del Gobierno central y no son susceptibles de ser transferidas ni delegadas». Esto lo sabe él porque es juez y porque, al igual, que usted y que yo, sabe leer. Pues nada. Ahora, lo opuesto. Uno se pregunta por qué alguien que mantenía algo de prestigio se hace a sí mismo estas cosas y no es capaz de recoger un mínimo de dignidad, aunque solo sea por el honor del apellido, y dimitir. Solo le falta tomarse un chupito de cicuta delante de todos, como Slobodan Praljak y dar su vida por Pedro.Papelón también el de Montero defendiendo que, al contrario que el resto de españoles, los vascos no vayan a asumir un céntimo extra de los intereses de la deuda mancomunada por el poderoso motivo de haber nacido entre Castro-Urdiales e Irún. Otro papelón el de Albares, con aires cada vez más dictatoriales, intentando insultar al mismo partido al que mañana ha de mendigar ayuda y, sobre todo, papelón el de Yolanda Díaz haciendo el ridículo de nuevo, echando en cara a la bancada popular el acoso a las mujeres en el trabajo -sin mención, en este punto, a Errejón o Monedero- y acusando a Feijóo de «justificar la violencia machista porque sufrió un divorcio duro», confirmando que no solo no sabe lo que dice sino que, además, lo que dice es una vergüenza. Ahí se fue todo de madre y llegó el papelón de los papelones, con el diputado de Sumar Txema Guijarro mutando en Lenin, dando gritos, pegando golpes en la mesa como si estuviera en la barra de la Cheka, sacando el dedo corazón y -lamento tener que escribir esto- cagándose «en la puta madre» del diputado del PP Antonio Román, según fuentes del propio Partido Popular. Papelón el de Armengol, al tolerar este circo. Y papelón, por supuesto, el mío: reconozco que jamás pensé tener que contarles todo esto.

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