‘El barman del Ritz’ (Galaxia Gutenberg), de Philippe Collin, abre un nuevo capítulo de una de las historias más negras de la Francia contempotánea: la Ocupación nazi (1940-1944) contada desde el escenario cosmopolita del Hotel Ritz, donde se cruzan prostitutas, escritores célebres, oficiales que proyectan asesinar a Hitler, grandes damas que descubren la libertad sexual sin freno, el gran arte del cóctel y el gran arte del crimen…Philippe Collin ha rescatado un personaje legendario, Frank Meier (Austria, 1884-París, 1947), que aprendió las artes de la coctelería en el hotel Hoffman House de Nueva York, antes de adquirir la nacionalidad francesa tras servir en la Legión Extranjera, para convertirse en una leyenda en el Ritz parisino, entre 1921 y 1947, donde sirvió cócteles y fue confidente de Zelda y Scott Fitzgerald, Jean Cocteau, Ernst Jünger, Sacha Guitry, Coco Chanel, entre una pléyade de personalidades cosmopolitas. Para terminar siendo testigo, cómplice, ¿colaborador? y confidente de los más altos y personajes que escribieron páginas atroces de la historia de Francia y Europa.—Se presta a Flaubert la sentencia «Madame Bovary, soy yo». ¿Podría usted decir Frank Meier, el barman del Ritzm soy yo?—Cuando descubrí el personaje me fascinó rápido. Intenté comprenderlo. Intenté meterme en su cabeza, en sus dudas, sus tormentos, sus angustias, sus relaciones con el gran mundo y el bajo mundo que se cruzaba tomando copas en la barra del Ritz. De ahí que sea cierto, lleva usted razón, el barman de Ritz soy yo. Mi personaje es, al mismo tiempo, real e imaginario.—En cierta medida, pudiera decirse que Scott Fitzgerald, el autor de ‘El gran Gatsby’, está en el origen último de su libro. Es él quien sugiere al barman del Ritz escribir sus memorias para cambiar muchas cosas, cambiar el mundo, en cierta medida.—Es una suerte de homenaje, por mi parte.—A partir de ahí, usted cuenta «otra» historia de la Ocupación nazi. Mientras Francia vivía sometida a la pobreza, la miseria, la persecución, sus personajes toman copas en la barra más refinada del hotel más refinado y cosmopolita, donde el crimen puede cruzarse con la resistencia absoluta.—Si… El Ritz era una suerte de modelo o espejo del resto de la Francia ocupada. Y en el corazón de ese hotel se cruzaban los espías, los chivatos, los oficiales de la Wehrmacht, los resistentes. El barman, Frank Meier, escuchaba, protegía, encubría, era un diplomático, por carácter, y para sobrevivir. También era un actor, en cierta medida. El podía contar las divisiones que se produjeron entre los nazis y las divisiones que eran evidentes entre los franceses. Sin olvidar que unos y otros compartían camas y cuerpos en las mismas habitaciones de los mismos pasillos.—Ernst Jünger, uno de los grandes muy grandes de la literatura alemana del siglo XX, oficial de la Wehrmach, ocupa un puesto eminente en su libro. En verdad, él vivía en el Hotel Raphael y «trabajaba» en el Hotel Majestic, a dos pasos de la «rue» Lauriston, donde torturaba la Gestapo francesa. En su libro, dialogando con su barman, los lectores descubrirán, encantados, que el Ritz también fue uno de los escenarios donde un grupo de los más altos conjurados pusieron en marcha su proyecto de asesinar a Hitler para poner fin a la guerra…—Así, esa historia es bien conocida. Algunos de los protagonistas se suicidaron, como Rommel, otros fueron asesinados por los esbirros de Hitler, otros, como Jünger, Speidel y Stülpnagel, se cruzaron en el Ritz, que sirvió de «tapadera» para el intercambio de mensajes de los conjurados que aspiraban a asesinar a Hitler para poner fin a la guerra.—Al mismo tiempo, el barman del Ritz era testigo y cómplice, en muchas ocasiones, de la «colaboración amorosa» de mujeres célebres, como Arletty y Coco Chanel.—Arletty era una actriz célegre, interprete de personajes legendarios. Su historia de amor con Hans Jürgen Soehring fue uno de los grandes acontecimientos amorosos de la Ocupación. Él fue un estrecho colaborador de Goering, que lo degradó por esta historia escandalosa. Es célebre una réplica de la actriz cuando un tribunal la juzgaba: «Oigan, mi corazón es francés; pero mi c… es internacional». Chanel, por su parte, vivía en el Ritz con un oficial nazi, tuvo amores con otro, y hacía negocios con esa cobertura.—A través de esas y otras historias el Ritz, durante la Ocupación, también fue un espacio público de «liberación sexual».—Algo así, dicho finamente. Los oficiales nazis utilizaban los lavabos como espacios prostibularios, con chicas, chicos, señoras, señoritas, pagadas o entregándose libremente. En otro plano, las apariciones de Jünger con Florence Gould, daban a la barra del Ritz un tono de alta comedia sexy.—El Ritz también fue un lugar de comercios crapulosos. Goering y sus esbirros compraban y vendían obras robadas a familias judías. ¿Participó su barman en esos negocios sucios?—No está probado… pero pudiera sospecharse. Frank Meier se paseaba en Bentley por París, durante la Ocupación. Parece razonable sospechar que pudo beneficiarse de sus contactos detrás de la barra de un bar tan chic.—Frank Meier creó un mundo de saber vivir cosmopolita. ¿Pudo conservar algo de los antepasados judíos que le prestaron algunos confidentes y policías?—El final de Frank también es muy oscuro. Tardamos décadas en descubrir que fue enterrado en Pantin en la «banlieue», la periferia de París. No está claro qué fue de la fortuna que consiguió acumular con dos contabilidades paralelas. Algunos de sus sucesores terminaron militando en la extrema derecha. Los archivos policiales prueban que las policías francesa y alemana sospechaban de sus orígenes judíos como posible enemigo del nazismo. Nos queda la leyenda.

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