Se han cumplido cinco años del estado de alarma que decretó el Gobierno de Sánchez ante una pandemia provocada por un virus desconocido . Este acto marca el instante en que el Consejo de Ministros se dio por enterado de la gravedad de una enfermedad originada en diciembre de 2019 en la ciudad china de Wuhan y que acabaría provocando una crisis global. Sólo seis días antes, algunos de los más altos responsables habían expresado sus reivindicaciones feministas marchando en abigarradas filas por las ciudades españolas cuando muchos ciudadanos ya veían venir el tsunami de contagios. Hasta ese momento, los portavoces oficiales creían que sólo se darían «unos pocos casos» y que las mascarillas no eran necesarias. Después vendrían los confinamientos, la ruptura de las cadenas de suministro, la digitalización forzosa de la sociedad, el teletrabajo, la crisis y revalorización con aplausos de nuestros sanitarios, la carrera tecnológica detrás de la vacuna y la victoria sobre el virus, proclamada oficialmente por la OMS el 5 de mayo de 2023. Aquellos «pocos casos» del invierno de 2020 se convirtieron casi en 100.000 muertos en enero de 2023, cifra oficial, aunque se estima que al menos fueron un 20 por ciento más por el exceso de mortalidad de esos meses comparado con el mes prepandémico. Un lustro después la gran mayoría de las promesas de que sacaríamos lecciones de lo ocurrido siguen sin cumplirse. Hay organizaciones que han hecho balance de su actuación, pero se trata de trabajos fragmentarios, que atañen a grupos reducidos. ¿Hasta dónde se atropelló nuestro orden jurídico con la aplicación de los estados de alarma (dos de ellos fueron inconstitucionales)? ¿Sirvieron los confinamientos? ¿Se han creado las reservas estratégicas de equipos y medicamentos que tanta falta hacían? ¿Se han establecido protocolos que impidan que los sanitarios se conviertan en los primeros afectados por un virus? ¿Cuáles fueron los efectos secundarios de las vacunas? La lista de preguntas es demasiado larga como para esperar sentados a que la vida nos vuelva a poner ante una prueba similar. Desgraciadamente, el Covid-19 nos enseñó que en muchas cosas estábamos equivocados. Se creía que el nivel de preparación de los países de renta alta frente a una pandemia era muy bueno, pero cuando se declaró la emergencia los sistemas de alerta temprana no existían o no estaban preparados. Los recursos humanos en los servicios de salud pública estaban infradimensionados y el sistema nacional de salud carecía de una gobernanza adecuada. Una comunicación creíble y eficaz ante la población se demostró imprescindible.No todo fue negativo. Las medidas jurídicas y económicas que permitieron salvaguardar las relaciones laborales (los famosos ERTE) fueron un acierto. Los médicos y los equipos de seguridad y emergencia demostraron que estaban a la altura de una sociedad solidaria. Y la ciencia hizo un esfuerzo sobrehumano para conseguir medicamentos y vacunas en un tiempo récord, sin precedentes.La pandemia impactó de forma significativa en la sociedad. Se hicieron promesas para reorientar y reforzar muchos aspectos en el ámbito de la salud pública, pero todavía no se han cumplido en su totalidad. Y la principal razón de que las cosas hayan sucedido así ha sido la politización de los distintos aspectos de la pandemia. La clase política no ha sido capaz de sacar del barro los distintos episodios que conformaron esta crisis para juzgarlos con altura de miras y con el objetivo de rectificar los errores. La batalla de la izquierda madrileña –extendida al resto de la progresía nacional, con especial protagonismo del Gobierno de Sánchez– contra Díaz Ayuso en torno a un supuesto protocolo de triaje cuya aplicación nunca se ha confirmado es una buena muestra de esto y un ejemplo palmario de manipulación. No es ajeno a esta operación el hecho de que el caso de corrupción más sonado que dejó la pandemia afecte al exministro Ábalos, que era el número tres del PSOE de Sánchez. Precisamente, se trata de estigmatizar a la Comunidad de Madrid, que se enfrentó a los criterios del Gobierno y optó por implementar otros. Ahora, cinco años después parece que el único reto del sanchismo es «ganar el relato», el que sostiene que los muertos en España fueron por la inconsciencia de esa némesis de Sánchez que es Ayuso. El empleo de todos los medios públicos para ello, además de ser éticamente detestable y una falacia, opacan el debate de lo realmente importante, que es si, como prometió Sánchez, salimos mejor de esta terrible tragedia. Pero parece que no. Mientras la izquierda insista en empatar y en utilizar a las víctimas como arma arrojadiza será muy difícil establecer con frialdad y sensatez qué errores no hay que volver a repetir.

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