El cine de bisturí de Jaime Rosales y su operación a corazón abierto en ‘Morlaix’

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El cine de bisturí de Jaime Rosales y su operación a corazón abierto en ‘Morlaix’

Llega la nueva película de Jaime Rosales y, como en todas y cada una de las anteriores, trae con ella la respetable intención de remover el estanque del panorama cinematográfico, al que ya le había dado un buen meneo la semana anterior Albert Serra con ‘Tardes de soledad’. Y tiene su pizca de ironía que los dos directores españoles más singulares, imprevisibles y heterodoxos, Jaime Rosales y Albert Serra , coincidan en la cartelera con sus últimas obras, siempre un reto para la mirada cómoda del espectador y un hueso duro de roer para la crítica también cómoda.Noticia Relacionada estandar No ‘Girasoles silvestres’: El chicle en la suela del zapato de una mujer corriente Oti Rodríguez Marchante Jaime Rosales vuelve a la ‘hermosa’ juventud de barriada y penuria, en la que esa juventud se escapa a chorros’Morlaix’ es el octavo largometraje de Jaime Rosales, y desde el primero, ‘Las horas del día’ , ha puesto en marcha un engranaje innovador a su cinematografía, a su modo de mirar y a su modo de filmar, con una articulación de elementos narrativos y de recursos formales que le añaden nuevas sustancias e interés al argumento, por lo general siempre incierto y equívoco entre lo monótono y lo extraordinario. Así contó la rutinaria y gris vida de un asesino múltiple en ‘Las horas del día’. En ‘La soledad’, funde con azar dos dramas entre silencios, tiempo detenido y pantalla partida, y resultó tan sorprendente y conmovedora que ganó ese año los premios Goya a mejor película, mejor director y actor revelación (José Luis Torrijo). En ‘Tiro en la cabeza’ y en ‘Sueño y silencio’, la primera y quizá la más transgresora de su filmografía, es una observación fría y muda (como en el interior de una pecera) de las rutinas del terrorismo de ETA, y en la segunda, observa a una familia antes y después de haber perdido en un accidente a una de sus dos hijas; película tremenda, un viacrucis, también en el fondo una epifanía, la semilla de un milagro.Tras este periodo de enorme radicalidad, el cine de Jaime Rosales se acercó más al público con historias igualmente densas, empapadas de drama social, de pulpa dolorosa y de juventud malograda con tres películas magníficas, ‘La hermosa juventud’, ‘Petra’ y ‘Girasoles silvestres’, las tres de enorme ambición formal, con una construcción insólita de los espacios, del tiempo, de los personajes y con un fondo extraordinario sobre asuntos ordinarios, como las vidas que se escapan sin alejarse de lo mediocre, la paternidad ponzoñosa, los amores nocivos…, y ahora estrena ‘Morlaix’, que recopila en ella todas las propiedades y aspiraciones de su cine anterior, tanto en su constante búsqueda formal y utilización de recursos para ennoblecer (o enturbiar, si prefieren) un argumento que, sin ellos, se contaría fácil, como en su aproximación a la juventud, a una idea del amor virulento que el paso del tiempo atempera, a los años de espejismo y a la propia vida ya vista en cualquier pantalla.Jaime Rosales estudió cine en la Escuela de San Antonio de Baños, en Cuba, donde, como es lógico, no es el ‘made in Hollywood’ el modelo a seguir, y siempre ha buscado otras huellas del cine, por ejemplo el francés más nuevaolero, y por ello se convirtió rápido en uno de los directores españoles preferido por el Festival de Cannes, al que sus películas han acudido con regularidad y ganado premios. ‘Morlaix’ se acerca más que ninguna otra a ‘lo francés’, hasta el punto de que es coproducción con Francia, sus actores son franceses y se ha rodado allí, en Morlaix, un pueblo de la Bretaña. Pero, veamos ya algunos detalles de ella, una obra llena de sensores que ayudan a detectar la historia y sus emociones internas; sensores de luz, de color, de cambios de temperatura, de posición, de humedad y hasta de (su)gestión de la tragedia.El argumento de ‘Morlaix’ ocupa dos tiempos y dos ficciones, la del relato que vemos en la pantalla y otro interior con imágenes de otra película rodada allí y en la que intervienen los mismos personajes, todos jóvenes y compañeros de clase. Empieza en Blanco y Negro, apropiado para un entierro, el de la madre de Gwen, la chica protagonista. Rosales hace evidente que las dos historias (lo que comúnmente se llama cine dentro del cine) están entrelazadas, aunque procura que no se vean las costuras. Los cambios de Color a Blanco y Negro no responden a una lógica argumental, sino más bien emocional: los momentos que intuye el director que, por cuestiones estéticas o de sentimiento, abrazan mejor su historia. También ocurre con el recurso narrativo de la foto fija, que en ocasiones interrumpe, acompaña o le introduce otra textura a la secuencia, como resumiéndola o subrayándola…, y creo que su eficacia no busca significado en lo que narra el filme sino en el interior del espectador.El personaje masculino, Jean-Luc, un joven recién llegado a la escuela, es el motor de la trama exageradamente romántica, novelesca, y tanto en la película que vemos como en la que ven los personajes… En un momento, realmente insólito, se reúnen para hablar de esa película que los contiene, sobre el sentido del amor y también el sentido de la muerte e incluso del suicidio por amor. Es una secuencia, como algunas otras, que funde ficción y documental, guion e improvisación. La historia deja pasar el tiempo para que entre de paso en ella algo parecido a la nostalgia, ese habitual ‘pudo haber sido y no fue’, o tal vez sí fue, porque Rosales recurre a una rara polisemia para anudar la vida de esos jóvenes…, luego. Hasta ahora, lo único que tenía dos finales era una salchicha, pero ‘Morlaix’ se arriesga con brumosa carga emocional a sugerir que el tiempo y la vida cambian el desenlace de una vieja película.

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