Ni un rayo de sol o de esperanza

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Ni un rayo de sol o de esperanza

Un artista recoge información, la pasa por el tamiz de su sensibilidad y la comparte transformada ya en otra cosa, como un alquimista que transmuta arena en cristal, como una planta que convierte la savia bruta en elaborada o, mejor aún, como esa misma planta que absorbe durante el día dióxido de carbono para, por la noche, expulsar el oxígeno que otros utilizarán para respirar. Así, en ‘Tardes de soledad’, Albert Serra recopila imágenes, sensaciones e impactos de todo tipo, las procesa y crea una obra de arte, que ya no es la del torero, sino la suya propia. Pero no lo hace desde la imaginación, desde la creación pura -y, por lo tanto, libre-, sino desde la realidad. Su materia prima es la verdad. Pero, al pasarla por su mirada, lo que sale es la verdad según Serra, que no es exactamente una mentira, pero que tampoco es la vida a pelo, la del súper del barrio, la asquerosa y cruda realidad del lunes a la salida del cine. Por eso tiene más mérito. En vez de contar una historia inventada y perfectamente ahormada a aquello que le interesa contar, él trabaja con un hándicap, que es hacer arte con algo que no puede controlar, una vida ajena, real y tridimensional como un hígado de pollo. En este caso, las tardes de Roca Rey , su soledad y su búsqueda obsesiva de aprobación. No hay en todas esas tardes un solo rayo de sol ni de esperanza. La vida que nos muestra es una losa, una condena llena de miedo y la lucha interna de un hombre-héroe perdido en su propio laberinto. Los tics del ojo derecho, las acciones compulsivas, la mirada perdida de quien se desnuda para mostrar una carencia. En realidad, de ahí nace todo el arte: de una falta. No sé cuál es la de Roca, aunque me la imagino. Y, en cualquier caso, los buenos artistas como Serra tienen la capacidad de vivir en un universo propio, con adjetivos, paleta de colores y una mirada genuina. Por eso, el director está presente en toda la obra. No sé si su mirada es la del cámara, la del montador o la del simple voyeur. Pero en todo momento vemos presente la sensibilidad exquisita de quien no cuenta la vida no cómo es, sino como la percibe.Crear desde las fortalezas está bien. Crear desde las debilidades está aún mejor, porque es más honesto. Serra lo hace al contarnos una fiesta que no conoce, pero que tampoco evita. Roca Rey también lo hace al torear desde e l deseo inmenso de reconocimiento , sin saber que el respeto siempre llega por la puerta de atrás. La obsesión por la verdad es la puerta al reconocimiento. La obsesión por el reconocimiento es solo la puerta a la muerte.Si la academia fuera justa se llevaría el Goya a mejor película , dirección, guion, protagonista, actor de reparto, banda sonora, sonido, montaje y fotografía. Pero me temo que eso da igual. Lo único que importa es la inmensa generosidad de Roca Rey al dejarse retratar sin truquitos para plañideras con el objetivo de que hoy entendamos un poco mejor algunas cosas. Y el inmenso talento de Serra no solo para mostrar la parte de la verdad que más le conviene a su obra sino para, además, hacerlo con una intensidad extrema que convierte el éxito en neurosis. Y el sol en sombra. Es su propia fotosíntesis. Quizá las plantas también sean artistas.

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