Daniel Luque aviva una tarde de toros para pingüinos en Valencia

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Daniel Luque aviva una tarde de toros para pingüinos en Valencia

Qué gran tarde para pingüinos. Helador el ambiente, con los pies congelados, los gorros de Sierra Nevada y más capas que una cebolla. Sin nanas de Miguel Hernández ni voz de Joan Manuel Serrat, pero con la diana floreada del Soro, al que cubrían con abrigos y más abrigos. Se olvidó del frío el maestro cuando le brindó la última faena Emilio de Justo y, pronto y en la mano, cogió su trompeta y se marcó un solo. Las manecillas del reloj se acercaban entonces a las siete y media de la tarde, que ya era noche entera. El cielo de plomo que había envuelto todo el día Valencia se transformó entonces en un tapiz de oscuridades. Fue la corrida más larga, que no la más emocionante. Y en los toros, como en la vida, lo bueno, si breve, dos veces bueno. Ay, lo pesado, en tarde de toros, doblemente insoportable. Más aún en una jornada que invitaba a brasero y café caliente y no a pases, y pases, y pases, y pases… Y, así, hasta quinientos. ¿No se daban cuenta los toreros de que la gente se quería ir ya a su casa? El presidente también puso de su parte con su fácil gatillo para devolver al sexto. Pitaron después al sobrero –resultaría bueno–, del hierro titular de Juan Pedro Domecq, que trajo desde ‘Lo Álvaro’ a tierras falleras una corrida de terciada presencia, aunque con varios animales de finas hechuras nacidos para embestir. Con sus matices, sirvió la mitad del desigual conjunto ganadero. Sin embargo, el día no podía estar más desapacible: viento cortante, humedad y una sensación térmica que transportaba el coso de la calle de Játiva a la estepa siberiana. La ‘naya’ de arriba era Oimiakón y en el teclado del portátil comenzó a aparecer escarcha. Menos mal que Daniel Luque avivó el ambiente con una faena de magisterio. El castañeo de los dientes se transformó entonces en «bieeen» y «ooole». Durante veinte minutos, el público se olvidó del termómetro y se calentó con aquella obra tan perfectamente estructurada, con un criterio como bandera: favorecer siempre el comportamiento del toro. Una fina pintura era Bachicho, por cuyo bautismo se vacilaba en el tendido si sería hijo de la vaca Mamachicho. Vaya nombrecitos, por cierto, traía la corrida del Castillo de las Guardas: Pocholo, Paparrucho, Sobrehueso… La cuestión seria es que el sevillano estuvo sembrado con el tal Bachicho, al que cuajó las verónicas de la feria. Sabedor de la expresión tan buena que lucía el juampedro, Luque brindó y principió con ayudados que, nunca mejor dicho, ayudaban al toro. Todo transcurrió torerísimo, con cumbres como esos redondos desmayados, un soberbio desdén, el infinito cambio de mano, aquel pase de pecho de pitón a rabo, esos flecos de la muleta honda y a rastras o las ajustadas luquecinas. Y todo pisando el sitio de la verdad, que se hizo carne y hueso en la hora final. Qué manera de entrar a matar (o morir). De ley fue la oreja. Nada que ver tuvo el quinto, mucho más feote por dentro y por fuera, pero con el que tragó mucho y dio una dimensión para profesionales. Emilio de Justo persiguió el triunfo desde la larga de rodillas al descastadito tercero. Cognac se llamaba y eso se hubiese tomado más de uno para entrar en calor: una copa de brandy. Luego, puso su sello con Melopea, un sobrero de lujosa calidad ante el que buscó el ritmo, aunque no siempre lo halló. Una abandonada serie y los pases de pecho subieron la entonación en una obra con conexión, pero en la que el acero canceló el premio presentido.Feria de Fallas Plaza de toros de Valencia. Lunes, 17 de marzo de 2025. Un tercio de entrada. Toros de Juan Pedro Domecq (incluido el sobrero, 6º bis), desiguales de presencia, aunque terciados en general, y de juego dispar; mejores 2º y 6º; el más complicado, el 5º. Sebastián Castella, de grana y plata: pinchazo en los bajos y bajonazo (silencio tras aviso); media caída y atravesada y descabello (silencio tras aviso). Daniel Luque, de carmín y oro: pinchazo y espadazo (oreja); estocada corta trasera tendida, cuatro descabellos y se echa (silencio). Emilio de Justo, de blanco y azabache: estocada (silencio); dos pinchazos y estocada tendida (silencio tras aviso).Se marchó Castella a la puerta de chiqueros para recibir al justito primero, que prometía cosas, pero todo fue a peor, al compás de su espesa labor. No mejoró en el bonito cuarto y otra vez se alargó. «¡Me aburro!», le gritaron desde el triste tendido. Lo cierto es que, tras dos ‘No hay billetes’ consecutivos, se resintió la taquilla. El día no acompañó, pero ni Castella, ni Justo, ni Luque poseen el tirón de Roca. Hay que darle una vuelta al escalafón: tres toreros considerados más o menos figuras no convocaron ni media plaza. Eso sí, el de Gerena ofreció una imagen impecable.

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