Gregorio Luri (Azagra, 1955) es una de las voces más serenas a las que escuchar en mitad de una guerra educativa con los tecnófilos en un bando y los tecnófobos en el contrario. Este filósofo y pedagogo hace las veces de diplomático en la actual contienda con un mensaje claro: no podemos (ni debemos) culpar a la digitalización de todos los males de la educación en España.—Si sacamos los dispositivos electrónicos de los colegios, ¿perjudicaremos la inserción laboral de los jóvenes?—El debate en torno a las nuevas tecnologías no hay que plantearlo en función del rendimiento académico, sino preguntándonos si deseamos ser una sociedad digitalmente competente o no. Si la respuesta es sí, hemos de educar en el mundo digital a nuestros alumnos desde el primer momento. Sin duda, esto entraña retos y dificultades nuevas, pero afrontar la realidad es gestionar los problemas que ésta nos presenta y no eludirlos. «El mal uso que hace un adolescente de las redes sociales es un problema familiar, pero no escolar»—¿Estamos confundiendo el peligro de las pantallas en el aula y en casa?—Sin ninguna duda. El uso de pantallas se ha convertido en un síntoma de un malestar colectivo. Desde 2011, sabemos que han crecido los problemas de salud mental al mismo tiempo que se ha extendido el uso del ‘smartphone’, sin embargo, la correlación no necesariamente implica que haya una relación causa-efecto. Cada vez que hay un problema social señalamos a la escuela para que lo solucione. Es absurdo pensar que si suprimimos los ‘smartphones’ en las aulas, desaparecerá la ansiedad de los estudiantes. Ahora bien, lo que estos hacen en su hogar es otra cosa. El excesivo tiempo que pasa un adolescente en las redes sociales y sin salir a la calle a relacionarse es un problema familiar, sí, pero no escolar. «La palabra ‘digital’ aparece 36 veces en la última ley de educación»—Los políticos llevan años diciéndonos que la aplicación en las escuelas de las tecnologías son la panacea.—Pasamos de repetir un mantra a otro porque somos incapaces de establecer unos objetivos claros al poner en marcha una medida y así no es posible aprender de los errores. La palabra ‘digital’ aparece 36 veces en la Lomloe (ley Celáa). Acabamos de aprobar una norma que insiste en la importancia de la educación digital, pero en cuatro días hemos pasado al extremo opuesto. Cuando se repetía sin cesar que lo digital era la panacea había algunos que ya planteábamos que la mejor relación pedagógica se da cara a cara. Sin embargo, no siempre es suficiente y necesita de complementos. —Hablando de relaciones pedagógicas cara a cara ¿Qué pasaría si viviésemos otra pandemia?—Sin digitalización no habría sido posible. Hay otros ejemplos como el de los niños con autismo. Sabemos que con los videojuegos se incentiva su capacidad de interacción con los padres. Para un padre de un niño autista no hay mayor felicidad que poder jugar un rato con su hijo. Tendríamos que preguntarnos cómo educamos en la autolimitación. —Si se vetan las tabletas y los móviles en los centros, ¿aumentará la desigualdad entre alumnos?—No hay que perder de vista que las escuelas que se han anticipado a prohibir los ‘smartphones’ han sido las que más problemas tenían con ellos. ¿Son esos centros los que tienen que marcar la norma para el resto? Eso no tiene ninguna lógica. Lo primero que debería haber hecho la Consejería de Educación de Madrid es tener un registro claro de buenas prácticas. ¿O es que no hay nadie en toda la comunidad que utilice bien las tecnologías? Además, si finalmente llega a limitarse el uso de dispositivos en el aula, se provocará una gran diferencia entre la escuela pública, la concertada y la privada. Mayor aún de la que ya existe. La libertad de los padres para elegir el modelo que quieren tiene que estar en el centro. «Prohibir los móviles es una medida muy barata que promete resultados maravillosos para unos padres nerviosos»—Pero, ¿por qué los padres parecen tenerle tanto miedo al uso de tecnología en el aula?—Se suele decir que los padres han dimitido, pero ocurre exactamente lo contrario: nunca se han preocupado más que ahora de las cuestiones de la crianza. Lo que pasa es que lo hacen desde la ansiedad y la angustia, que es lo que nos debiera inquietar. En este contexto, prohibir los móviles es una medida económicamente muy barata que promete resultados maravillosos para unos padres nerviosos. —¿Hay evidencia tecnófila?—La revista ‘The Lancet’ publicó en febrero un estudio de la Universidad de Virginia que planteaba: ¿tenemos un problema con los ‘smartphones’? Sí. ¿Reduciéndolos en las aulas se resuelve? No. Si el móvil fuera el culpable al comparar unas escuelas con otras, los centros que no los han prohibido tendrían unos resultados superiores, ¿no? Los datos dicen lo contrario.

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