Volvía a los ruedos el torero marcado por la sombra de su propia genialidad. Volvía el hombre que ha recorrido el infierno del sufrimiento, sin apenas recuerdos, con las arrugas que surcan el camino del dolor. Prisionero de una mente que lo atormenta, de esa mente que ha bordeado el Atlántico, de ese océano que es el pensamiento –tan traicionero–, Morante de la Puebla del Río pisó doscientos largos días después las arenas. Para amantes de marcadores, lo hizo con la gloria de las dos orejas cortadas a su primer toro y una monumental bronca en el cuarto, al que no quiso ni ver. Pero el día no iba de números, sino de sensaciones. Era una tarde de esas que escapan a la aritmética del toreo y que se graban en la memoria colectiva. La que abarrotó los tendidos.A la tercera había sido la vencida tras dos intentos frustrados en Olivenza por la borrasca. Fue igualmente la tierra extremeña testigo de su reaparición, de ese runrún a medio camino entre el miedo, la ilusión y el enigma. ¿Cómo vendría el maestro? Y vino desatado de torería, con un trébol de verónicas sacras. ¡Bienvenido, maestro!Con un cuarto de hora de retraso había arrancado el paseíllo. Las colas rodeaban el coso de la localidad pacense, que colgó el cartel de ‘No hay billetes’ casi dos décadas después. De buganvilla y oro, mucho oro, lo trenzó Morante en medio de una ovación atronadora. Al principio y al final, cuando le obligaron a saludar palmas interminables. Aplaudían los tendidos, aplaudían los matadores, aplaudían las cuadrillas, aplaudían los monosabios, aplaudían los areneros… El eco llegaba hasta el hotel Acosta, donde habían dormitado sus últimos temores antes de reencontrarse con el público. «Está tranquilo», comentaban los suyos. Pendiente del torero y del hombre estaba Pedro, mucho más que su apoderado. Y para Guiomar, su madre, fue el brindis de Cornetero, un juampedro que acusó su justeza de fuerzas y, dentro de su mermado recorrido, quiso defenderse. Cuando Morante enseñó su capote, con las vueltas verdes, se hizo un silencio de santuario de la Piedad, donde habían peregrinado varias morantistas. El silencio se rompió cuando alzó, por verónicas, un monumento a la torería: entonces, todo eran ¡oooles! Las lágrimas mojaban el rostro de quienes lo admiran y de quienes conocen de cerca la quijotesca locura. En lo que va de temporada no hemos sentido unos lances como aquellos; quizá, sencillamente, porque no hay otro igual. Noticia Relacionada ENTREVISTA | ENFERMEDAD MENTAL estandar Si Morante de la Puebla y «la muerte como alivio» Jesús Bayort Habla como nunca de todos sus problemas. Desde hace más de veinte años sufre un trastorno disociativo que desconecta su cuerpo de las emociones, agravado ahora con un complejo cuadro depresivo. Se acaba de someter a una terapia de electroshocks para poder volver a torearDe categoría fue la lidia de Curro Javier y un par de Ferreira. Pero este sábado todas las miradas se dirigían a José Antonio Morante, escultor del más hondo toreo a dos manos desde el prólogo, señor de un arte que traspasa la pinturería, portador de una pureza colosal. ¿Ustedes vieron cómo presentó la derecha? ¿Y qué me dicen de esa manera de aplomar las zapatillas, de afianzar raíces en esta Extremadura nuestra?, que ya es también suya. Hubo un susto, un ¡ay!, que pronto se esfumó. Porque el de La Puebla redondeó unos derechazos cosidos con un imán. A pies juntos, entre las rayas, remató con zurdazos de majestuosa verticalidad. «¡Morante, te queremos!», gritaban antes de enterrar la espada, que cayó desprendida. Dos orejas enteras paseó con media sonrisa, pues rara vez fue completa. La puerta grande ya era suya; la puerta grande que vencía la primera batalla de una enfermedad en la que la guerra con uno mismo nunca parece terminar. Lo que su genialidad esconde ya no es un secreto, aunque sí lo es el misterio de su tauromaquia. Menos le gustó el cuarto… Pocos se habían percatado, pero salió directamente con la espada de matar y, cuando se perfiló, tras apenas quitar las moscas a Vozarrón, la caja de los truenos se abrió con una bronca colosal. Ramón Valencia, sabedor de que el abono maestrante está en manos de Morante, abandonaba entonces el callejón.Almendralejo Plaza de toros de Almendralejo. Sábado, 29 de marzo de 2025. Cartel de ‘No hay billetes’. Toros de Juan Pedro Domecq, desiguales de presencia, de agradables cabezas; con la raza y el poder justos; el 5º fue premiado con la vuelta al ruedo, transmitió mucho el 6º. Morante de la Puebla, de buganvilla y oro: estocada desprendida (dos orejas); tres pinchazos y descabello (bronca). Emilio de Justo, de turquesa y oro: pinchazo y estocada trasera tendida (oreja); pinchazo y tres descabellos (oreja). Borja Jiménez, de crema y oro: bajonazo (oreja); pinchazo y estocada baja (dos orejas).A la puerta de chiqueros se marchó luego el gran ausente de Sevilla, Emilio de Justo, arrebatado con el capote. Un trofeo cortó al agalgado segundo y otro al notable quinto, premiado con la vuelta al ruedo. Tres cosechó Borja Jiménez (sustituto de Manzanares) en la desigual corrida. Era la vuelta de un genio y el mundo de la torería se revolucionó cuando la suya se asentaba. A hombros se marcharon los tres en el día de Almendralejo y La Puebla, La Puebla y Almendralejo. Regresaron la inspiración y la desgana. Regresó Morante. Imprevisible. Y ahí morimos todos.

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