«¿Es el Papa Francisco de izquierdas o de derechas?», por Javier Cercas

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«¿Es el Papa Francisco de izquierdas o de derechas?», por Javier Cercas

En 2010, tres años antes de su ascensión al papado, Bergoglio declaró: «La opción por los pobres viene desde los primeros siglos del cristianismo. Es el propio Evangelio. Si yo hoy en día leyera como sermón los sermones de los primeros padres de la Iglesia –siglos ii, iii– sobre cómo hay que tratar a los pobres, dirían que lo mío es maoísmo o trotskismo».¿Es Francisco un papa de derechas o de izquierdas? ¿O no es ni de derechas ni de izquierdas? Sobre todo lejos de Argentina, ya se ha convertido casi en cliché afirmar que Francisco es un papa comunista, o un papa peronista. ¿Qué parte de verdad contienen esos clichés, suponiendo que contengan alguna? Simone de Beauvoir escribió que quien dice que no es de derechas ni de izquierdas es de derechas; yo creo que la izquierda y la derecha no son términos absolutos sino relativos, como el norte y el sur, y que, aunque no tengan idéntico significado en todas partes, quien dice que no es ni de derechas ni de izquierdas está desorientado o pretende desorientar. ¿Está desorientado el papa? ¿Pretende desorientar? ¿O simplemente no quiere pronunciarse, porque ante todo es un líder religioso, no político, y no le conviene pronunciarse?Noticia Relacionada estandar No Un Papa convaleciente se ausenta por séptima vez del Ángelus: «Que sea un tiempo de sanación para todos» ABC Decir que Bergoglio es un papa comunista es un disparate; Bergoglio siempre rechazó sin reservas el marxismo, y no se puede ser comunista sin ser marxista. Mucho más compleja es su relación con el peronismo, una corriente política argentina que toma su nombre de su fundador, el general Juan Domingo Perón (1895-1974), y que combinó en su origen, al modo del fascismo, el nacionalismo, el antiliberalismo y la inquietud social; el padre Hernán Benítez, asesor inf luyentísimo de Eva Perón, lo calificó como un comunismo de derechas: esa contradicción en los términos, característica del fascismo primigenio, explica que el peronismo conociera con el tiempo declinaciones antagónicas, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda. Es un hecho en cualquier caso que Bergoglio estuvo muy próximo a este movimiento; la razón primera es que, en Argentina, desde mediados de los años cuarenta hasta mediados de los cincuenta, la iglesia fue peronista y el peronismo fue católico. Un dirigente de una organización juvenil peronista, que conoció a Bergoglio en los años setenta, dijo de él: «Se adscribía al peronismo, aunque era cura. Era un cura peronista, no un peronista cura». Sí: Bergoglio fue católico antes que peronista; pero, sobre todo en su juventud enfebrecida de inquietudes religiosas, políticas y sociales, fue peronista. Luego las cosas cambiaron: a mediados de los cincuenta el peronismo y la Iglesia rompieron, y a principios de siglo, cuando Roma nombró a Bergoglio cardenal y arzobispo de Buenos Aires, sus relaciones con los sucesivos gobiernos peronistas de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner fueron malas o muy malas, por no decir calamitosas.Pero es indudable: el peronismo forjó la conciencia política y la visión del mundo de Bergoglio; también lo hicieron otros dos acontecimientos. El primero fue la efervescencia revolucionaria que sacudió de punta a punta América Latina en los años sesenta y setenta y que condujo a tantos jóvenes a la militancia política o a las guerrillas, y a tantos sacerdotes al marxismo de la Teología de la Liberación. El segundo fue Vaticano II, un concilio que trató de imprimir un giro social a la Iglesia, sintonizándola con las urgencias políticas del momento, impulsándola a recuperar la pureza de sus orígenes, fomentando en los clérigos un espíritu de servicio y humildad franciscano y animándolos a separarse del poder, el boato y el dinero y a «ser pobres, sencillos y amables, en su discurso y su actitud», como dijo Pablo VI, el papa que clausuró el concilio en 1965, seis años después de que Juan XXIII lo convocara. La relación de Bergoglio con Vaticano II es a la vez transparente y distintiva: Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI participaron en el concilio; Francisco es un resultado de él. En cuanto a las revoluciones latinoamericanas y la Teología de la Liberación, su nexo con Bergoglio también está claro: para él, la Teología de la Liberación fue la respuesta religiosa equivocada a una demanda legítima de justicia social. El problema es que, en el contexto de la iglesia latinoamericana del momento, ese punto de vista situó a Bergoglio en una posición ambivalente, muy difícil, en especial desde principios de los años setenta, cuando fue nombrado provincial de los jesuitas de Argentina y Uruguay: por un lado, su preferencia activa por los pobres y su compromiso con la justicia social provocaban la desconfianza de la derecha; por otro, irritaba profundamente a la izquierda al consagrarse desde su puesto de mando a alejar a los jesuitas del marxismo y la Teología de la Liberación –sobre todo de las versiones más extremas de la Teología de la Liberación, que alentaban o justificaban las guerrillas, o militaban en ellas– y a reorientar a la Compañía de Jesús hacia un propósito únicamente religioso, pastoral.¿En qué quedamos, entonces: es Francisco un papa de izquierdas o de derechas? No cabe ninguna duda de que hoy, en muchos sentidos, Bergoglio se halla políticamente más a la izquierda que sus predecesores en la silla de san Pedro; tampoco de que la izquierda se siente próxima a él por su énfasis en la igualdad, en la justicia social y en la solidaridad con los desfavorecidos, así como por su rechazo a lo que alguna vez llamó el «ultraliberalismo individualista» y el «hedonismo consumista». Desde esta perspectiva, no sería inexacto considerar su papado como una reacción frente al conservadurismo de Juan Pablo II, que mezcló la defensa de la cristiandad tradicional con la connivencia o el apoyo a ideologías políticas reaccionarias y sofocó o relegó la vocación social de la Iglesia. Tampoco cabe duda, sin embargo, de que, en Argentina, sobre todo en los años sesenta y setenta (pero no solo entonces), Bergoglio ha sido tachado de conservador o ultraconservador, de estar demasiado preocupado por alimentar a los pobres y demasiado poco por preguntarse por qué lo son, de tener una visión social sacramentalista, acrítica y asistencialista», en palabras del jesuita Juan Luis Moyano; y es un hecho que el papa no se lleva bien con el racionalismo, que su entusiasmo por la democracia liberal es escaso o inexistente, que algunos de sus escritos rezuman nostalgia por el orden compacto de la cristiandad medieval y que rechaza la legalización de las drogas, el divorcio, la eutanasia –«un crimen contra la vida», lo ha llamado– o el aborto –«un crimen horrendo», lo ha llamado también–, además de ser reticente con los anticonceptivos o la homosexualidad, a la que no considera un delito pero sí un defecto. Bergoglio fue acusado con razón de nacionalista, aunque los nacionalpopulistas actuales lo desprecian por globalista y siempre ha abogado por lo que denomina la Patria Grande, una Latinoamérica unida, capaz de realizar, como ha dicho a menudo, «el sueño de unidad de San Martín y Bolívar».¿Un papa de izquierdas o de derechas? En realidad, si hubiera que definirlo de una sola vez, lo más justo sería decir que Francisco es un radical del Evangelio que otorga prioridad absoluta a los pobres (suponiendo que esa frase no contenga un pleonasmo y exista un radical auténtico del Evangelio que no otorgue a los pobres la absoluta prioridad que les otorga el propio Evangelio, donde se lee: «Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de Dios», Mateo, 19,24). Políticamente, es lo que ha sido siempre. Tal vez por eso, en los años sesenta y setenta, en plena efervescencia revolucionaria, en Argentina se le consideraba un conservador (o incluso un ultraderechista), mientras que hoy, en plena resaca revolucionaria, se le considera en Occidente un izquierdista (o incluso un comunista). No es Bergoglio el que ha cambiado; el que ha cambiado es el mundo.**Es verdad que Bergoglio se crio en el «anticapitalismo visceral de la Iglesia argentina», como escribe Loris Zanatta (El papa, el peronismo y la fábrica de pobres, Libros del Zorzal, Madrid, 2023, p. 76); pero no es menos verdad que a lo largo de los años ha templado esa animadversión. En 1998, cuando era arzobispo coadjutor de Buenos Aires, el futuro papa aseguró que no estaba contra el capitalismo «como mero sistema económico», pero sí contra «el espíritu que ha movido al capitalismo, usando el capital para oprimir y someter a la gente, ignorando la dignidad humana de los trabajadores y el propósito social de la economía, distorsionando los de la justicia social y el bien común» (Diálogos entre Juan Pablo II y Fidel, Editorial Ciencia y Cultura, Buenos Aires, 1998, p. 37). Y en 2020, en la encíclica Fratelli tutti, afirmó que «el derecho de algunos a la libertad de empresa o de mercado no puede estar por encima de los derechos de los pueblos, ni de la dignidad de los pobres», para acabar matizando en su autobiografía que ésas «no son palabras de condena hacia el mercado, sino palabras que buscan poner en evidencia los riesgos y las derivas que el sistema ha producido y produce»; en definitiva, concluye, «el desafío será «civilizar el mercado», pidiéndole que se ponga al servicio del desarrollo humano integral, en lugar de que se limite solo a ser eficiente en la producción de riqueza» (Vida. Mi historia a través de la historia, Harper Collins, Madrid, 2024, pp. 189-190). A juzgar por lo anterior, cabe dudar que en la actualidad existan diferencias sustanciales entre el planteamiento de Bergoglio y el de la socialdemocracia clásica.

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