La historia real de las albanesas que renunciaron a ser mujer para conquistar los privilegios del hombre

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La historia real de las albanesas que renunciaron a ser mujer para conquistar los privilegios del hombre

La pregunta más importante de la novela la hace una niña de 13 años: «No lo entiendo. ¿Por qué la mujer no puede asumir las funciones del varón sin renunciar a ser mujer? ¿O por qué no hace lo que le sale de las narices y punto?». La voz de la pequeña Jonida suena alarmada cuando su tío Mark le desvela su gran secreto, durante un paseo por las calles de Washington: «No soy tu tío, soy tu tía Hana. Y no, no soy un hombre. Y tampoco soy gay, ni siquiera un poquito. Soy una mujer. Mujer de nacimiento», le confiesa a su sobrina en esta ficción basada en una vieja tradición machista del norte de Albania vigente hasta hace muy poco. La protagonista es Hana Doda, una joven que, a mediados de la década de los 80, decide dejar sus estudios universitarios en la capital, Tirana , para regresar a su remota aldea en las Montañas Malditas , cerca de la frontera con Kosovo. Allí acaba de morir su tío Gjergj, que la crió cuando sus padres perdieron la vida en un accidente de autobús. En este paraje aislado, sin embargo, existía una vieja y represiva costumbre, con cinco siglos de historia, que impedía a las mujeres trabajar, ser cabezas de familia, administrar bienes, viajar solas, decidir su futuro, casarse libremente y hasta entrar en los bares o fumar. En definitiva, vivir en libertad. Como subraya Elvira Jones (Durrës, Albania, 1960) en la ficción publicada originalmente en 2007, que ahora ve la luz en España por primera vez, «a las mujeres se les reserva la obediencia, pero Hana tenía un problema con la obediencia». Por eso, tras rechazar un matrimonio concertado por su familia, a los 19 años decide transformarse en un hombre, como le ocurrió en la vida real a cientos o miles de mujeres en aquella región del país. Se cortaban el pelo, juraban mantenerse célibes toda la vida, pasaban a llamarse con nombres masculinos, a mandar en sus clanes, hacer los trabajos más duros, fumar, beber alcohol y mezclarse con los varones. Y todos ellos las respetaban –o los respetaban– como a uno de ellos.Noticia Relacionada Ignorar a la nobleza estandar Si Pobres, marginados y adúlteros: la historia oculta de España en las notarias Israel Viana Hay millones de legajos custodiados en los archivos provinciales de protocolos que esconden la vida de quienes fueron ignorados por las grandes crónicasSe convertían en ‘burneshas’, lo que se conoce como ‘vírgenes juradas’, que era la única solución que tenían para poder administrar el legado de los suyos sin depender de un hombre ajeno a la familia. Una vez hecho su juramento, su vida y sus derechos los pasaba a dictar el ‘Kanun’, un compendio de leyes tribales que se ha transmitido por vía oral en el norte de Albania, de generación en generación, desde el siglo XV, aunque en el siglo XIX se pusieron por escrito. La transformaciónAsí se lo explica Hana a la pequeña Jonida en la novela, tras mudarse a Estados Unidos para intentar recuperar su identidad femenina de nuevo: «Transformarse en hombre no cuesta tanto. Hice el juramento de que no me casaría jamás. Es una costumbre que existe solamente en el norte del país. Te cuento: cuando en una familia no hay descendencia masculina, una de las hijas jura comportarse como un hombre y seguir siéndolo hasta el fin de sus días. A partir de entonces asume todas las funciones y tareas de un varón. Por eso me convertí en el hijo que mi tío nunca tuvo». Aunque Jones convierte esta metamorfosis de Hana en un acto de amor y gratitud hacia su pariente, reconoce que la realidad es mucho más terrible que la trama de su protagonista. Lo confirmó en 2009, cuando viajó a las Montañas Malditas para conocer a seis de estas vírgenes juradas –probablemente las últimas que quedaban con vida– para grabar un documental. «La tradición de las vírgenes juradas ha muerto en Albania y el Kanun ha perdido poder en el norte del país. Calculo que deben quedar cinco o seis, aunque jamás se contabilizaron ni se hizo un estudio antropológico serio. De las seis que yo entrevisté, tres han muerto y con dos ya perdí el contacto, pues pasaban mucho tiempo en las montañas», comenta a ABC la autora de ‘Virgen jurada’ (Errata Naturae). Tres de ellas son las que ilustran esta página. Haki, por ejemplo, fue criada como un chico por sus padres desde que nació, porque un derviche –una especie de monje– predijo que la pareja tendría un niño, pero se equivocó. Al no tener hermanos, sus progenitores la convirtieron en virgen jurada, para que pudiera gestionar la herencia familiar cuando su padre desapareciera. Desde entonces lleva una vida completamente autónoma en una pequeña granja perdida en los Alpes albaneses, encargándose de cultivar la tierra y respetado como un agricultor más entre sus vecinos, que siempre la trataron como a un varón. «No me confundas con una lesbiana», advertía hace unos años a un periodista. «Me sentí libre»Lule también se consideró niño desde que tiene memoria, según la única entrevista que concedió en 2008, cuando tenía 56 años. Durante el régimen comunista de Enver Hoxha , trabajó como conductor de tractor y mecánico, siendo aceptado y respetado por sus compañeros. Su padre la convirtió en el hombre de la casa porque eran 11 hermanas. «Me sentí más libre y es una buena vida, pero muy solitaria», reconoció. Cuando tenía 16 años, a Shkurta, ya fallecida, la intentaron casar con un vecino de las montañas. Como no quería, su única salida fue hacer el juramento. «Elegí estar con los hombres», aseguró en 2016, tras cumplir 76, luciendo su pelo corto y su boina. Asumida su identidad desde joven, comentó que quienes la apreciaban la llamaban por la forma masculina de su nombre: Shkurtan.Jones responde así en ABC a la pregunta de la joven Jonida: «Había dos razones por las que una mujer no podía asumir las tareas sin renunciar a ser mujer. Una era económica, pues el Kanun veía a las mujeres como un mero receptáculo para tener hijos. Ocupaban el escalón más bajo de la sociedad y no podían hacer nada relacionado con el dinero, ni siquiera heredar, salvo que se transformaran en hombres. La otra es el honor, que era fundamental en aquella sociedad machista y patriarcal. Era habitual concertar matrimonios de niñas al nacer y resultaba impensable que ellas se revelasen contra la voluntad del clan. Solo podía escapar a esa vida como virgen jurada». «Lo que más me chocó –recuerda Jones– es la soledad que los unía. Socialmente habían conquistado muchos derechos y gozaban de estatus en su comunidad, pero todas se había enamorado de un chico alguna vez y ni siquiera lo podían contar, porque si te haces virgen jurada no puedes dar marcha atrás según el ‘Kanun’. Tienes que comportarte y vestir como un hombre hasta que te mueres. Eso hacía que se sintieran incompletas, pues jamás habían mantenido relaciones sexuales, ni fueron madres ni consumaron ese amor con un hombre. Su identidad como mujeres se quedó congelada, incluso físicamente. Una de ellas se arrepintió y se fue a vivir con su hermana a Estados Unidos para recuperar su identidad femenina, después de veinte años como hombre. Una vez le pregunté si había conocido a alguien. Me dijo que no, que tenía miedo. Se había resignado y había llegado a la conclusión de que era demasiado tarde para conocer a un hombre y rehacer su vida sentimentalmente como una mujer».

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