La «orgía» del catastrófico ‘crack’ bursátil

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La «orgía» del catastrófico ‘crack’ bursátil

Por la brecha de Wall Street se estaba desangrando «la nación más robusta y adiposa de mundo» en «¡el ‘crack’! ¡El ‘crack’!» de 1929. Miles de personas «corrían en masa para contener la riada de oro, para taponar esa vena que se había roto en el poderoso organismo», contó ABC en aquellos días negros que hoy reviven con pánico las bolsas de todo el mundo . Si aquella fue « una magnífica orgía », a ojos de Julio Camba, ¿qué habría escrito el agudo cronista sobre los arancelazos de Trump que han arrastrado a los mercados? Claro que entonces las causas fueron otras. Hace un siglo todo el mundo jugaba en bolsa. Con cien dólares se podían manejar miles en acciones y a veces ni siquiera hacía falta efectivo. « El que tenía una profesión o un empleo echaba una firma y en paz », contó en este periódico. « La Bolsa de Nueva York admitía toda suerte de boquillazos y, al facilitar de este modo la compra de acciones, la demanda aumentaba, y al aumentar la demanda, las acciones subían y todos ganaban, y, como ganaban, compraban más acciones, y las acciones volvían a subir, y las gentes volvían a ganar, y el globo se iba dilatando y, cuanto más se dilataba el globo, ascendía aún mucho más alto, y nadie pensaba en el reventón inevitable». Hasta los limpiabotas, las criadas o los chicos de los recados se sacaban sus buenos cien o doscientos dólares a la semana «y la vida no tenía limitaciones para ellos». Nadie reparaba en los precios porque todo se vendía. « Nueva York parecía una ciudad de las mil y una noches », recordaba el escritor y humorista, que regresó a la ciudad más poblada de Estados Unidos en 1930, en plena crisis económica. Antes Después Wall Street en octubre de 1929 y esta semana AFP«En cada esquina hay un hombre bastante bien vestido con un cajón de fruta sobre la acera y un cartelón que dice: ‘Unemployed: Buy appels’ ( desempleados: comprad manzanas )», describió en su primera crónica. Al principio pensó que como los parados carecían del dinero para procurarse buenas chuletas, aquellos hombres les aconsejaban que se arreglasen de momento con unas manzanitas, pero luego se enteró mejor. Quienes las vendían eran parados que justificaban su precio por el hecho de haberse quedado sin trabajo. La venta de manzanas constituía así una forma encubierta de mendicidad y todo el mundo las compraba, «unos por caridad, otros por patriotismo, muchos por prescripción facultativa y hasta hay algunos que las compran porque, realmente, son aficionados a ellas». Se decía que una compañía estaba ganando lo indecible con las frutas, que una gran empresa había acaparado toda la desocupación de Nueva York e incluso que organizaciones criminales se llevaban un centavo de los cinco que se pagaba por manzana. Al cronista de ABC todo le parecía verosímil y, desde su punto de vista, «la verosimilitud es siempre más importante que la verdad». «Aquí hay una gran crisis económica, pero tal es la vitalidad del país, que esta crisis económica se traduce fatalmente en nuevos y formidables negocios », observaba el corresponsal, que veía cómo, en contra de la lógica europea, en Estados Unidos se preconizaba el despilfarro. «En vista de que se gana poco, se gasta más que nunca . El pequeño comercio finge saldos y la gente adquiere una cantidad de cosas que no necesita absolutamente para nada, y que, en rigor, no sirven para nada tampoco».«Nueva York ama el peligro y adora las catástrofes que constituyen, en último término, una de sus mejores formas de publicidad. Si las gentes no pudieran arruinarse aquí de la noche a la mañana, tampoco podrían enriquecerse de la mañana a la noche» Julio Camba« No crean ustedes que Nueva York se ha achicado mucho con la catástrofe –advertía–. Al contrario. Nueva York ama el peligro y adora las catástrofes que constituyen, en último término, una de sus mejores formas de publicidad . Si las gentes no pudieran arruinarse aquí de la noche a la mañana, tampoco podrían enriquecerse de la mañana a la noche». De ahí que considerara una «¡ magnífica orgía aquella orgía de la Bolsa neoyorquina, de donde han salido tantos hombres a vender manzanas !». Porque Nueva York seguía lanzando nuevos negocios e insuflando nuevos globos. En España, en cambio, nadie se arruinaba de manera colectiva. «Claro que a veces, y de un modo individual, se arruina un rico o se enriquece un pobre, pero también a veces nace una ternera con cinco patas», sostenía, como si «se hubiera subvertido, no ya el orden social, sino el propio orden de la Naturaleza».Noticias relacionadas reportaje Si Decíamos ayer El coleccionista de los mil DNI Mónica Arrizabalaga reportaje Si Decíamos ayer Cuando se buscaba petróleo y no tierras raras: el día que Burgos fue nuestro Texas Mónica ArrizabalagaEn Nueva York, en cambio, existía «el peligro» de hacerse millonario . «Ahora la Bolsa está mal -reconocía-, pero, normalmente, para no ganar mucho dinero en Wall Street hace falta una atención continua y un esfuerzo incesante . Al menor descuido el último pelafustán se convierte en un Creso y entonces empiezan las complicaciones». Porque, « el millonario es el único ser que no puede aquí disfrutar de la vida », ironizaba, al tener que irse a vivir a Park Avenue con un Rembrandt y un Picasso, en una casa con grifos de platino, un bar de acero, Lawrence y Huxley en la biblioteca y nada de música, arrimado a una chimenea… Los inconvenientes del ‘standard of living’… de la época.

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