Donald Trump es un señor que le complica los ahorros al mundo mientras se va a jugar al golf. Es el mismo señor que va y se pone pajarita para soltar que le besen el culo. Ya ni siquiera nos vale, con él, eso de que tendría la cosa gracia si no fuera porque no tiene gracia ninguna. Tiene un rato de patán, y otro rato de latifundista de rascacielos. Y no sé yo qué rato es el peor. Mientras escribo, conozco de cerca de ahorradores esforzados a los que se les voló en un pispás de horas un dinerito porque Trump juega a subir los aranceles como si se cambiara de gorra. Tiene al mundo en un susto, porque cada mañana va y firma una nueva sentencia de subidón en una pizarra, ante la prensa, como si enseñara el nuevo menú de aperitivos.A este pájaro le conocíamos de lejos, pero quizá no tanto. Quiero decir que en su primer mandato amagó con dislates, pero no llegó a cumplirlos. Y ahora ha empezado el gobierno desgobernado por los dislates pendientes, que nos ponen caro el vino y un iPhone, dos esencias del día a día. Y lo que queda. Trump cree que el dinero es un talento, y así vive él, rodeado de otros ricos que ven en los pobres un negocio. Es un caso único de déspota con buen tinte , y el caso debimos vislumbrarlo, porque estos casos ocurren cuando a un charlatán de barra le das un Parlamento. Trump no sé si gobierna, pero sí manda, y se maneja como un tuitero, porque su lenguaje es un alfabeto de redes, y ya nos advirtió Umberto Eco que darle la palabra a un provocador digital es condescender a la barbarie. Porque la palabra no es inocente, obviamente, y Trump dice me van a besar el culo y la pajarita no se le inmuta. No quisiera uno recaer en la caricatura, al hablar de Trump, pero nos lo pone difícil, porque ante un ogro chabacano a ver qué tú qué metáfora le dices. Dio el tostón con que el Covid se curaba con lejía, luego gritó que los inmigrantes comen mascotas, y ahora piensa con el culo. Tarde nos hemos dado cuenta de lo que ya sabíamos. Es, en fin, lo que parecía.
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