Ha dicho de repente Barak Obama que alguna mala época pasó con Michelle, y así la consorte ha vuelto al panorama, a bordo de una crisis matrimonial que ya no es tal. Como Michelle es archifamosa, y no digamos el marido, la noticia ha cundido bajo el vuelo de un divorcio sin divorcio . De modo que a Michelle casi la habíamos olvidado, aunque no tanto. Conviene traerla a esta tribu de sábado, porque es una giganta en condiciones, una exótica planetaria que vino en la política, y se ha quedado en la fama internacional. Michelle, por giganta, nos cuadra de musa nocturna de algún poeta francés de la modernidad, zona malditos, pero es la señora de Obama, obviamente, y no diremos que resultó principal en la victoria electoral del marido , allá en su día, pero sí que arrimó el hombro de ímpetu para que Obama liquidara a Romney. Con una rubia de casino, aquello no sale igual. A Obama le avalaron, en mayoría, los jóvenes, los hispanos y las mujeres. Y en esta decantación tuvo mucho gancho Michelle, que camina como un pívot de la NBA, pero transmite esa solvencia de las negras que no tienen en su currículo la frecuentación de las joyerías. Quiero decir que parece lista , porque va a resultar que lo es. Michelle tiene mucha lámina exótica, pero no queda sólo como consorte de escaparate que sale y saluda al final de un mitin. Digamos que es Melania, cualquier Melania, pero al revés. Tiene una fotogenia inversa , porque no es guapa de consenso, pero la adorna un ‘swing’. A España vino un día, ya primera dama, y despachó un viaje de tres días de agosto en el que parecía que hubieran venido a vernos cuatro o cinco Michelles, para repartirse el trote incansable por Marbella, Granada, y Mallorca, incluyendo plazas de toros, la Alhambra , tiendas de helados, el Sacromonte y hasta el hotel Villa Padierna, donde se hospedó con una hija y el séquito, casi sin rato para hospedarse. Y cito deprisa. Recuerdo hoy las crónicas de aquel itinerario, y me asombra que sacara hueco para recibir un mantón de Manila , para escuchar un poema de Lorca, para alentar a la muchedumbre a que la inmortalizaran con el flash de los móviles, y para llevar a la playa a su hija . Cuesta creer que sólo viniera una sola Michelle, pero así fue.La mujer de Barack Obama vuelto al panorama, a bordo de una crisis matrimonial que ya no es tal En Facebook, cuando las elecciones, puso Barak una foto del día de su boda con Michelle. Había que triunfar, desencuadernando, incluso, el álbum de estampas íntimas de familia . En aquella foto, Barak y Michelle se ven jóvenes, radiantes, felicísimos, como compitiendo en sonrisa de anuncio. Parecen una apuesta de póster de Martini . Este recurso de foto retro nos acredita que la sonrisa es virtud de todo candidato, que la consorte va en las listas, y que las redes sociales no son sólo un vicio de las novias de los futbolistas. Toda familia tiene un ‘Hola’ propio, que a veces se enseña a las visitas. Los Obama también tenían su ‘Hola’, y lo enseñaron en su momento al mundo, a ver si la foto del «sí, quiero» ayudaba en algo para el «sí, quiero» de los votantes. Que quizá algo ayudó. Decía Coco Chanel que la elegancia es el esqueleto, y la frase me vale para Michelle, que a menudo resulta distinguida, con valores a contracorriente de la moda, que en su caso van desde la estatura de susto a los hombros de atleta al aire. La distinción es en ella la personalidad. No sabíamos que había vuelto a casarse sin boda, secretamente, con el marido de siempre.

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