Escribir desde las fortalezas está bien. Escribir desde las debilidades está mejor. Y es más honesto. Aprovechar una oportunidad usando un punto fuerte está bien, es de deportistas colocar el cuerpo para el drive, hacer que el balón le llegue a tu pierna buena, dar la última bola al que mejor lanza. Pero llegar a esa oportunidad renunciando a las ventajas está mejor. Y es más artista. Nada tan honrado como despojarte de todas tus habilidades -de todos tus automatismos- para llegar a la pureza; nada tan sincero como poner al servicio de la ocasión solo tus puntos débiles; nada tan digno como acudir al encuentro desnudo, sin armas y ofreciendo a la vida el medio pecho, para que el toro pase por donde tiene que pasar sabiendo que es probable que no lo haga. Y que en un rato estés muerto.En la fortaleza competimos, en la debilidad nos encontramos. A mí me lo enseñó Anacleto. Algo parecido dice Pablo en la Segunda a los Corintios: «Mi poder se muestra en la debilidad». Y el Maestro en Mateo, 16: «El que quiera salvar su vida, la perderá». Al arte, como a la vida, se va como un varón de dolores, despreciado, sangrando y portando solamente los restos de tu humillación: una corona de espinas, una caña por cetro y un manto regio a modo de burla. La primera vez que Don Quijote vio el mar fue en Barcelona. Allí responden a su corazón puro con desprecio. Se burlan de él, lo tiran de Rocinante y lo sacan herido al balcón para que todos se rían de él. Lo pasean por las calles sobre un burro, vestido con un balandrán en pleno mes de junio y con un pergamino en el que se podía leer «este es Don Quijote de la Mancha», lo que nos lleva inexorablemente a Jesús ante la muchedumbre y a ese Ecce Homo vestido con la túnica púrpura y con su INRI a cuestas. Le hicieron bailar para reírse de él hasta que tuvo que sentarse en el suelo, roto el cuerpo y más el alma. La conexión entre ambas escenas es inevitable.Hace año y medio escribí un texto muy crítico con Leiva . Hoy vengo a borrar con el codo lo que escribí con la mano, porque él parece haber hecho lo mismo. Llevo una semana escuchando ‘Gigante’ en bucle. Quiero pedir públicamente perdón por haber dudado de ‘El Elegido’. Aquello solo fue un mal momento, un camino equivocado en la bifurcación de su vida, un pegote efectista y absurdo. Pero Leiva aprende, se desnuda, pone el foco en sus miserias, se encuentra a sí mismo en la debilidad y -como todos, como siempre- encuentra ahí el verdadero poder y logra salvar su vida.Leiva aprende, se desnuda, pone el foco en sus miserias, se encuentra a sí mismo en la debilidad y logra salvar su vidaLa verdadera vida de un hombre comienza cuando lo pierde todo y rompe el huevo para nacer de nuevo. Para muchos ese momento nunca llega y se pasan la vida entera en la placenta, engordando el sueño amniótico en un mundo líquido. Lo cual no es necesariamente malo. Sin embargo, cuando naces por segunda vez, todo es diferente. Lo cual no es necesariamente bueno. En esa ocasión no hay nadie recibiéndote al final del canal del parto, no hay médicos ni matronas, ni hay una madre llorando de dolor y de alegría ni un padre fumando en la habitación de al lado con flores en la mano, ajeno al milagro, a las lágrimas, a los estrógenos. En el segundo nacimiento solo hay silencio, un silencio repugnante y descorazonador del que es inútil protegerse porque nace de dentro y no de fuera; no viene hacia ti, sale de ti; no se recibe, se genera, como la bilis, como el sudor. Te sacudes entonces las viscosidades del propio parto, limpias bien la sangre, recoges del suelo los restos de los pómulos como si fueras a esculpir tu rostro de nuevo y dejas de ser lo que otros esperaban que fueras para ser simplemente tú. En su caso, un gigante.

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