La Borriquita, valiente, solo pudo abrir el camino a Los Estudiantes

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La Borriquita, valiente, solo pudo abrir el camino a Los Estudiantes

El día comenzaba para el cofrade con la misa de palmas en su parroquia , en la más cercana con los niños rubios vestidos de traje de dentro de un mes, quizá, antes de la Comunión. Desde muy temprano en el barrio del cronista, la misma familia calé de todos los años, con su parpusa, vendía ramos de olivos, sin procedencia de origen, o al menos no dicho y a dos euros con regate y estampilla cofrade precia. Iban surtiendo a Argüelles de uno de los símbolos del día. También ellos miraban al cielo, que andaba trémulo a las horas antes. Ni raso ni nublado, en un entremedio que podía aventurar nada. Así, con la incertidumbre, la catedral de La Almudena se iba llenando de representación de otras cofradías de mantillas de la propia Hermandad de la Borriquita, la primera, teóricamente en un día de probabilidades, en salir. Allí su hermano mayor, Carlos Malarría, rezaba un padrenuestro frente al paso de misterio con varios individuos de chaqueta que habían venido por eso del protocolo cofrade en la procesión que es es prólogo de la Semana Santa de la capital. «Vaya semanita hemos tenido», decía Malarría, consciente del trabajo de las vísperas, del traslado desde la iglesia de San Ildefonso, en Chueca y en Malasaña, de dos pasos hacia la catedral. El de la Virgen de la Anunciación trasladado a la mariana forma de un Rosario. Y el del Cristo atravesando semáforos en Gran Vía. Todo era, en las previas, blanco. Las mantillas más veteranas, como Carmen, que se cruzaban dentro de La Almudena mostrando «ilusión, que hoy estrenamos a nuestra Señora». Y así iban encendiendo la candelería con artefactos cada vez más complicados o sencillos. En Cristo y Virgen.Noticia Relacionada estandar No Domingo de Ramos con el paso por La Almudena y 300 sillas en Sol como protagonistas Jesús Nieto JuradoSí que iban sacando los estandartes, enhiestas las hojas de palmera como cayado o como cirio. Junto al paso de palio, Juan Vioque, capataz de Virgen, explicaba lo importante de poner una cofradía en la calle. Más él, que tenía la responsabilidad de que en Semana Santa, María Santísima de la Anunciación dejara impronta en el mapa de Madrid de la Madre de Dios. Su discurso fue interrumpido por una llamada del hermano mayor, que entró en lágrimas cuando, refiriéndose al tiempo de su Virgen esperando en su capillita, exclamó la esencia de la Hermandad de que «no hay oro, ni plata, pero hay muchos corazones que valen más que todo eso». Ya los costaleros, sacando músculo al medio sol, se habían colocado la faja en el patio al aire abierto de la catedral. En la hora de la salida, Cipri, capataz del Cristo, fumaba y hablaba de una nubecilla. Inauguraba la hora de los cigarrillos y los puritos. El último retranqueo y la levantá del obispo Juan José Cobo. Corrían las 16.40 horas y el paso, con la Marcha Real, veía el calabobo de Madrid.Al padre Pedro Luis, alma espiritual de la cofradía, le bajó el nerviosismo y, sin boina, encaminó a los dos pasos por el camino más corto hasta la lejana iglesia de San Ildefonso en un sermón rápido, contemporizador y bien dicho pese a la premura. Madrid permite ese cortar por calles y aprovechar esas ventanas del tiempo, la misma que un cofrade de Sevilla recomendaba en secretos a Vioque que valor, que él se arriesgo y llegó a Campana, pese a la amenazas de la Aemet a su hora.El cronista dejó la salida de la Virgen mecida a los sones de la Banda de Palio de Alcalá de Henares y pisó Calle Mayor arriba. Con 17 grados en el termómetro y con humedad, era bochorno lo que hacía en las calles de Madrid: por eso algún beso se atisbó entre un costalero atándose la ‘morcilla’ y su prometida. En el cuadro no faltó algún paraguas roto de un niño desesperado por la tierna espera de vio. Con todo, había multitud y silencio de Viernes Santo: quizá por esas nubes a las que se desafío. Antes se pudo ver a la Delegada del Área de Cultura y Turismo, Marta Rivera de la Cruz, esperando la chicotá primera. Como todos los ciudadanos. A su vez, el alcalde José Luis Martínez-Almeida se preparaba para la salida de la cofradía de Los Estudiantes, a los que acompañó en su recorrido.«Somos amantes de la cultura»Un poco más adelante en la hora y en el recorrido, se sabía ya, por las radios de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, que El Silencio, esa estatua de Víctor Jiménez Gil, no iba a presentar su columna y si esclavitud al pueblo de Madrid. Era llegar a Sol y poca gente saber que el arrimar las posaderas a una madera era gratuito. En Sol se hablaba de poner o no unas catenarias, dependiendo del personal que quisiera pisar el Kilómetro 0. Pero llevaban prisa las dos hermandades valientes. Marcos, de la organización, comentaba, dando un programa de mano al personal, que poca gente se iba asentando según las normas. Y las normas eran 90 minutos antes del paso de la primera procesión. Y prohibido reservar. Allí estaban Diego y Paula, argentinos y desde hace años residentes en España. El primer gesto fue de brazos estirados y de holganza: «Nadie nos dijo que era gratis, no somos creyentes pero somos amantes de la cultura». Y seguían hablando de Trump entre que les llegaba la procesión. Salida del paso de Cristo de Los Estudiantes, hoy, de la iglesia de San Miguel EFEY mientras, con el programa de mano, también gratuito gracias al ayuntamiento, iban colocándose Diego y Claudia. Lo suyo era puro pensamiento positivo: «Hemos venido de casualidad». Eran Los Estudiantes, cofradía señera, a quien había que seguir su salida. Estos jóvenes lo sabían hasta que llegó el silencio a Madrid. Del pasadizo del Panecillo todo eran bocas silentes. Un patinete en ese pasillo cerrado, donde se visten los hermanos de Los Estudiantes, estaba cerrado y, moralmente, con un patinete yacente como en un fotograma de Berlanga.Las sillas de SolEntre el silencio, atronó la levantá que los sacó a la cara de los madrileños silentes a la hora en que se rozaban las seis de la tarde. Una hora después, y hay que ser canónico en las horas cuando no evangélico, el Cristo de Los Estudiantes echaba pie a la calle. Una calavera metafórica y muchos madrileños que se iban acercando a la reja, en un callarse que retumbó, hasta en el cielo, para ver a los dos Sagrados Titulares. Y salió María Inmaculada Madre de la Iglesia, estrenando exorno floral en una callada atroz de sus devotos. Aplaudían acompasados, que es lo mejor que se le puede pedir a una cofradía. En las terrazas impermeabilizadas de cerca, el presidente de la comunidad enseñaba el tiro de cámara a los fotógrafos de improviso. Era ’13, Rue del Percebe’. Al lado de la salida de humos no se pudo determinar quién inmortalizaría en fotos la segunda y última Hermandad en salir en el Domingo de Ramos capitalino. De vuelta a Sol, por pasar, estaba el mismo, y multiplicado por cien, paisanaje de las sillas. Contra las previsiones se vio a un abanico. El Kilómetro Cero, según decían a la organización los efectivos de la Guardia Civil, iba dependiendo de una cadena metálica. La Borriquita fue ‘la valiente’, la que, pese al no del silencio, obró el milagro de levantarse. Y de andar. Con el recorrido apurado del que ve kilométricas las ‘chicotás’. Al final quedó un día para enmarcar, se guardaron los paraguas y para el padre Pedro Luis y para toda España empezó la primavera. Esa primavera que verán las trescientas sillas de Sol hasta que acabe Semana Santa.

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