La Tercera | La arcilla de nuestro sueños

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La última vez que disfruté de un discurso, apasionado y erudito, de Mario Vargas Llosa fue en París. Lo dijo en francés. Tuvo lugar en La Coupole, la sede de la Académie Française. Llevaba el uniforme reglamentario y ceñía una espada toledana, modelo Excalibur; nunca le agradecí bastante que hiciera inscribir mi nombre, como padrino de la ceremonia, en una de las caras de su hoja. Elogió al anterior titular de la medalla número 18, Michel Serres. Después recordó la influencia que los autores franceses habían tenido en su obra. Mencionó el impacto de ‘Los Miserables’ de Víctor Hugo, a Balzac, Stendhal y Zola, e incluso recordó a los grandes folletinistas, como Alejandro Dumas. Pero nadie, aseguró, le había enseñado tanto como Gustave Flaubert y su ‘Madame Bovary’.Contó, aunque no era la primera vez que lo hacía, que la misma noche de su llegada a París, en 1959, con la ilusión de convertirse en un literato profesional, lo primero que hizo fue comprar en una librería del Barrio Latino, ahora desaparecida, que se llamaba La Joie de Lire, un ejemplar de ‘Madame Bovary’. «Sin Flaubert no hubiera sido nunca el escritor que soy, ni hubiera escrito lo que he escrito, ni cómo lo he hecho. Flaubert, al que he leído y releído una y otra vez, con infinita gratitud, es el responsable de que ustedes me reciban hoy aquí», en la Académie.En el discurso que pronunció cuando recibió el premio Nobel de Literatura, reconoció que «si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo algo o mucho sus sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables». Leyó a Faulkner, primero en español y más tarde en inglés con la voracidad que siempre le caracterizó. También recordó sus deudas, en orden cronológico, con Joanot Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstói, Conrad, Mann, Sartre, Camus, Orwell y Malraux. De Joyce y de Faulkner tomó técnicas como el monólogo interior, la variedad de puntos de vista, o la fragmentación cronológica de las tramas.Pero ninguno como Flaubert, cuya importancia para la literatura explicó en un ensayo luminoso, ‘La orgía perpetua’ (1975), y ha repetido en muchas ocasiones. Flaubert fue el primer novelista que hizo de la novela, según la tesis que sostiene en dicho ensayo, una realidad soberana, autosuficiente. Para conseguir esa autonomía se valió de dos técnicas que usó genialmente en ‘Madame Bovary’: la impersonalidad o invisibilidad del narrador y le ‘mot juste’, la precisión y economía del lenguaje que diera la sensación de que era tan absolutamente necesario que nada faltaba ni sobraba en él para la realización cabal de lo que se proponía contar.Mario llegó a París en 1959 con ‘La ciudad y los perros’ a medio escribir. En un prólogo de 1997 recordó que la había iniciado en 1958 en Madrid, en una tasca de la calle Menéndez Pelayo llamada El Jute, que miraba al parque del Retiro, y la terminó en el invierno de 1961 en una buhardilla de París. Fue también en esta ciudad donde se encontró con el apasionado «descubrimiento de América Latina», que resultaba del éxito enorme de autores que se leían con admiración allí y sobre los que él mismo volvió con entusiasmo: Borges, Octavio Paz, Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso… ‘La ciudad y los perros’, premio Biblioteca Breve de 1963, traducida al inglés con el título de ‘The Time of the Hero’, marcó su trayectoria de escritor y su incorporación de pleno derecho al grupo más destacado del ‘boom’ literario hispanoamericano, junto a García Márquez, Fuentes y Cortázar. Los cuatro escribieron novelas totalizantes, forjaron una sólida amistad, compartieron una vocación política y lograron una gran difusión de sus libros a escala internacional.La vocación política uniforme de los cuatro duró menos tiempo . Se identificaron inicialmente con la Revolución cubana. Fuentes llegó a Cuba dos días después de la caída de Batista, se quedó un mes y volvería otras tres veces entre 1959 y 1960; García Márquez llegó a Cuba el 19 de enero de 1959, para presenciar el juicio contra Jesús Sosa Blanco. Vargas Llosa en 1962 para cubrir como periodista la crisis de los misiles; y Cortázar viajó a La Habana en 1963 para participar como jurado en el premio Casa de América de cuento. Mario Vargas Llosa repudió pocos años después la Revolución por la supresión de las libertades que había impuesto Fidel Castro. Declaró su desencanto en dos crónicas de 1967 y definitivamente adhiriéndose a la carta contra el régimen cubano que un grupo de intelectuales firmó en Londres el 20 de mayo de 1971. La ideología de Vargas Llosa estuvo siempre centrada en la defensa de la libertad, en todas sus manifestaciones. Detestó los nacionalismos, cualquiera que fuese su orientación, y apoyó los valores de la democracia representativa, frente a los retornos al pasado que proponía el indigenismo (es básico su ensayo ‘La utopía arcaica’, sobre la literatura de José María Arguedas).Ha sido Vargas Llosa un trabajador incansable, con una dedicación metódica a la lectura y la escritura. Solía comenzar la jornada muy temprano y aprovechaba para escribir las primeras horas del día. Luego paseaba un buen rato, antes de volver al trabajo. Leía con pasión inagotable, con ánimo de descubridor.Esta dedicación le ha permitido dejar una obra impresionante como narrador, dramaturgo, periodista y ensayista. Publicó ‘Los jefes’ con apenas 23 años, una colección de seis cuentos cortos. E inmediatamente, en los sesenta, las grandes novelas que lo consagraron: ‘La ciudad y los perros’ (Seix Barral,1962), a la que siguen ‘La casa verde’, (1966), ‘Los cachorros’ (1967) y ‘Conversación en La Catedral’ (1969). Su obra periodística la ha compilado por completo Carlos Granés. Está construida sin desmayo hasta pocos meses antes de su muerte y abarca todos los asuntos políticos, sociales y literarios de nuestro tiempo. Sus trabajos ensayísticos en relación con Flaubert, García Márquez, Arguedas, Onetti, Galdós, o sobre un grupo importante de novelistas contemporáneos (‘La verdad de las mentiras’, 1990) han sido verdaderas luminarias rebosantes de sabiduría y pasión literaria.Obtuvo la nacionalidad española en 1993 y en 1994 fue elegido miembro de número de la Real Academia Española. Leyó su discurso de ingreso el 15 de enero de 1995 sobre ‘Las discretas ficciones de Azorín’. Desde entonces ha asistido regularmente a las sesiones académicas cuando se encontraba en España. Se mostró siempre cordial con todos, simpático, con comentarios inteligentes que ofrecer. Era hombre de alma grande. Ha sido enorme la fortuna de haber sido sus compañeros.Contempló el mundo desde la atalaya de la literatura . Como dijo en su discurso de aceptación del Premio Nobel el 7 de diciembre de 2010: «… un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños».SOBRE EL AUTOR Santiago Muñoz Machado es director de la Real Academia Española

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