En 2022, con motivo de la beatificación de Juan Pablo I, el Papa Francisco recordaba en Roma cómo fueron las últimas horas de su antecesor aquel 27 de septiembre de 1978. Un episodio extraño que todavía no ha sido aclarado. Aquel día, el Sumo Pontífice se encontraba rezando en la capilla cuando, de repente, empezó a sentir un dolor en el pecho. En ese momento le acompañaban sus secretarios personales, el italiano Diego Lorenzi y el irlandés John Magee, que insistieron en llamar al médico para que le hiciera un chequeo. El papa, sin embargo, no quiso darle importancia y se negó en rotundo. A los pocos minutos se le pasaron las molestias y comentó que serían los achaques de la edad. De hecho, ese mismo mes, el doctor ya le había visitado tres veces. En todas las ocasiones le dijeron que estaba completamente sano. Tenía solo tenía 65 años, no era como para alarmarse, así que continuó con su rutina. Concluida la oración con Magee y Lorenzi, el Pontífice cenó con normalidad, a solas, como hacía habitualmente, y atendió una llamada telefónica del entonces arzobispo de Milán, el cardenal Giovanni Colombo. Tenían que tratar el nombramiento del nuevo pastor de una importante archidiócesis italiana. Antes de irse a dormir, pasó por la cocina para dar las buenas noches y agradecer la cena a las cuatro monjas que atendían su apartamento en el Palacio Apostólico de Roma. La más joven de ellas, Sor Margherita Marin, tenía 37 años y es hoy la única superviviente que estaba presente en el suceso.Noticia Relacionada «Fue una maniobra, me usaron» estandar Si La llamada secreta del Papa Francisco a Benedicto XVI para proteger a la Iglesia Israel Viana El cardenal Jorge Bergoglio ya había sido elegido, pero su nombramiento aún no había sido anunciado al mundo, cuando se produjo la conversación, que no fue revelada por su secretario hasta muchos años después«Por la tarde, mientras yo planchaba, lo veía caminar por el pasillo. Leía unos folios y, de vez en cuando, se detenía y escribía algo. En uno de esos paseos me miró y dijo: ‘No planche tanto la camisa, hermana. Hace mucho calor y me la tengo que cambiar a menudo. Planche solo el cuello y los puños, que el resto no se ve’. Después de cenar habló por teléfono con el cardenal de Milán. Esa misma mañana había mencionado que tenía pendiente esa llamada. No recuerdo cuánto hablaron, quizá media hora. Luego vino a donde estábamos y fue la última vez que lo vimos. Entró para darnos las buenas noches y me preguntó qué misa había preparado para el día siguiente. Le respondí que la de los ángeles custodios. ‘Pues hasta mañana. Si el Señor quiere, celebraremos la misa juntos’, comentó. Mientras se marchaba, antes de salir por la puerta, se giró y nos saludó de nuevo con la mano, sonriendo. Aún me parece verlo ahí, sereno como siempre. Es la última imagen que tengo de él», recordaba Sor Margherita.El Pontificado más breveEn ese momento, Juan Pablo I no tenía ni la más remota idea de que estaba a punto de cerrar, con 33 días, uno de los pontificados más breves de la historia de la Iglesia, solo superado por León XI en 1605 (27 días). Todo fue muy extraño, porque el Papa tenía buen salud. Su sonrisa y rostro sosegado al despedirse de las monjas antes de entrar tranquilamente a su habitación era una prueba. Por eso la noticia de su fallecimiento a las 7.30 de la mañana causó una gran sorpresa en los medios de comunicación y pronto empezaron a circular diversas teorías. El comunicado decía: «Esta mañana, alrededor de las 5.30, al no encontrarle en la capilla como de costumbre, el padre Magee fue a buscarlo a su habitación y lo encontró muerto en la cama, con la luz encendida, como si todavía leyese. El médico Renato Buzzonetti, que acudió inmediatamente, solo pudo constatar su muerte, acaecida probablemente hacia las 23.00 del día anterior a causa de un infarto agudo de miocardio».En realidad era un dato falso. Fue Sor Margherita quien encontró el cuerpo sin vida del Papa, junto a una de sus compañeras, pero la oficina de prensa de la Santa Sede consideró que no era elegante decir que dos religiosas habían entrado en la habitación del Juan Pablo I. Años después, la monja ofreció su propia versión de lo ocurrido: «Nos levantamos como todos los días. Yo debía preparar la capilla para la misa mientras Sor Vincenza le dejaba un café en la puerta de su habitación. Estábamos en la capilla y no venía. ‘Mira a ver qué pasa’, le dije a la hermana. Cuando se acercó, el café seguía allí, así que Sor Vincenza llamó a su puerta. Como no respondía, la abrió y se le escaparon estas palabras: ‘¡Pero qué me has hecho!’. Ella lo conocía desde antes de que fuera obispo. Al oírla, entré corriendo. La luz estaba encendida y él estaba en la cama con sus gafas puestas y las manos en el pecho, como si se hubiera dormido leyendo. Tenía unos folios en la mano. Llamamos a los secretarios y vino el camarlengo cardenal Villot. Tocamos los timbres que tenía junto a la cama para ver si funcionaban, pero nada. Vinieron entonces otros dos sacerdotes que yo no conocía y les oí decir que no sabían cómo anunciarlo… Uno repetía: ‘¿Qué le decimos al mundo ahora que lo había conquistado con su sonrisa?’».Las promesasJuan Pablo I había llegado al Papado con muchas promesas de revolucionarlo todo que no gustaron a algunos miembros del Vaticano. Por ejemplo, eligió como lema de su Pontificado la expresión latina «humilitas» («humildad»), en un claro posicionamiento en contra de la ostentación de la Iglesia. En la ceremonia de investidura ya rechazó todo símbolo de lujo y optó por un acto mucho más sencillo. Además, se negó a ser coronado con la tiara papal que habían usado todos los papas desde el siglo VIII. El gesto no sentó bien. Sin embargo, no tuvo tiempo de más. Magee cree que Juan Pablo I intuía su final. Cada vez que este le preguntaba por los próximos viajes o por los proyectos que tenía sobre la mesa, «Luciani no dejaba de repetir que ya lo haría el próximo Papa». ¿Por qué decía aquello? Nadie lo sabe, pero así respondió, por ejemplo, cuando le plantearon que debía preparar el encuentro con los obispos iberoamericanos en Puebla, México, programado para marzo de 1979. Según anunció, allí quería dar un discurso a favor de la controvertida teología de la liberación, lo que no era fácil en la época. Pocos días antes de morir, realizó un extraño comentario a su secretario: «Yo me marcharé, y el que estaba sentado en la Capilla Sixtina frente a mí ocupará mi lugar». Según sus allegados, se refería a Juan Pablo II, que durante el cónclave de agosto de 1978 se encontraba sentado en ese mismo lugar. Pero más allá de la premonición, hubo otra cuestión que enrareció el breve paso de Luciani por la silla de San Pedro. El 5 de septiembre recibió en la Santa Sede a Boris Rotov, conocido como ‘Nicodemo de Leningrado’, representante de la Iglesia ortodoxa rusa en la famosa ciudad de la URSS. También era espía de la KGB, aunque eso no lo sabían ni el Pontífice ni nadie de su entorno, pero lo sorprendente es que, al retirarse del encuentro, este se desplomó y murió súbitamente a sus pies de un ataque cardíaco. Tenía solo 49 años y ningún problema de salud. El PadrinoAl poco de morir Juan Pablo I, en base a todos estos extraños sucesos, se empezó a barajar la teoría del asesinato, defendida por muchos historiadores. La conspiración está tan aceptada, que incluso ha sido retratada sin pudor en el cine y la televisión. En 1990, Francis Ford Coppola sugería en ‘El padrino III’ que la muerte de Luciani había sido planeada por la mafia. Dos décadas después, Ron Howard hizo lo mismo en su película ‘Ángeles y demonios’, protagonizada por Tom Cruise, en la que se habla del posible homicidio con una sobredosis de su medicación para la epilepsia. Hace solo tres años, en la serie ‘The New Pope’, Paolo Sorrentino insinuó que el fallecimiento de Juan Pablo I se había producido en unas circunstancias tan extrañas que la explicación de un infarto de miocardio no parecía creíble.En el casi medio siglo que ha transcurrido, no ha habido prácticamente ningún año en el que no haya surgido una nueva teoría de la conspiración. La última, en 2019, cuando un antiguo miembro de la mafia italiana de Nueva York, Anthony Raimondi, confesó durante una entrevista a ‘New York Post’ haber participado en el supuesto asesinato del Pontífice. Muchos investigadores pusieron en duda su declaración, que se producía con motivo de la publicación de sus memorias –’When the Bullet Hits the Bone’–, en las que ofrecía una cantidad de detalles tan apabullante como inverosímil. Raimondi, sobrino del legendario mafioso Lucky Luciano, aseguró que fue a Italia en 1978 junto a un equipo de sicarios, para envenenar al Santo Padre. Una tarea para la que había sido reclutado con 28 años por su primo, el cardenal Paul Marcinkus, entonces director del Banco Vaticano. Este le habría encargado, siempre según su versión, que se aprendiera los hábitos del Juan Pablo I y, llegado el día, le ayudara a echar veneno en su té. «Cuando le sirvieron la taza, yo me quedé parado en el pasillo fuera de las dependencias del Papa», escribió. Su primo, mientras, vertía una dosis letal de cianuro y Valium para que falleciera de forma silenciosa. Para explicar por qué prefirió esperar fuera, añadió: «Yo ya había hecho muchas cosas en aquella época, pero no quería estar en la habitación cuando lo mataran. De alguna manera sabía que aquello era como comprar un billete directo al infierno».El fraudeSegún su testimonio, Marcinkus había decidido acabar con el Pontífice porque este había amenazado con exponer un gran fraude dirigido por personal del Vaticano. El director del Banco Vaticano, por supuesto, estaba implicado. La estafa tenía un valor de mil millones de dólares e involucraba, también, a un experto en estafas a gran escala que pertenecía a la Santa Sede y que estaba vinculado con importantes multinacionales estadounidenses, como IBM o Coca-Cola. El papa había prometido expulsar a los implicados que, aproximadamente, eran «la mitad de los cardenales y obispos del Vaticano». «Si extraen su cuerpo y le hacen algún tipo de análisis, todavía encontrarán los rastros del veneno en su sistema. Si hubiera mantenido la boca cerrada, podría haber tenido un Pontificado largo», advertía el gánster. En el libro ‘Albino Luciani. Un caso abierto’ (Última Línea, 2018), el filósofo y teólogo español Jesús López Saéz analizaba igualmente «varios interrogantes» que todavía no habían sido aclarados por el Vaticano. Tal eran sus sospechas de que el Pontífice podía haber sido asesinado, que pidió reabrir el caso y cancelar su beatificación, hasta que se esclarecieran las causas reales del fallecimiento. Esto, por supuesto, nunca ocurrió. La Santa Sede no se ha vuelto a referir a lo sucedido en la noche del 27 de septiembre de 1978. Había sido un infarto de miocardio y punto. López Saéz aseguraba que «Luciani debía tomar decisiones importantes con las que pensaba cortar los negocios económicos del Vaticano, fruto de acuerdos con la logia masónica italiana, la mafia y la CIA». Y continuaba: «Se expuso mucho contra enemigos muy fuertes, avezados en el mal, sin escrúpulos. Todos ellos estaban, más que nunca, determinados a conservar su poder curial, político y financiero. Esto, junto a otras iniciativas radicales que había programado para reformar la Iglesia, no encaja con la imagen que se fue dando de él después de su muerte». A día de hoy, sin embargo, la teoría del asesinato sigue abierta para muchos investigadores y cerrada para el Vaticano.

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