Torear y otras maldades de Vargas Llosa, la brava hechura de la libertad

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Torear y otras maldades de Vargas Llosa, la brava hechura de la libertad

A Mario Vargas Llosa le ha llegado ya esa hora de la verdad de la que nadie escapará. A este gigante de las letras le ha llegado con el deber cumplido, con el Nobel de Literatura conquistado, con la paz que da saber que uno peleó por lo más preciado: la defensa de la libertad. Lo hizo de palabra, con su verbo y en sus libros; lo hizo en estos ruedos del mundo donde suenan cadenas, en esos alberos donde también se inspiró del silencio taurino.Incluso se atrevió a torear por un día, al alimón, junto a la figura que tanto admiraba. Fue con Enrique Ponce, en la finca jiennese de ‘Cetrina’, donde confesó a Andrés Amorós haber sentido un placer auténtico, una emoción inmensa por gozar de un rito «que hunde sus raíces en sustratos muy profundos de la experiencia humana». Contaba luego Ponce en ABC que para Vargas Llosa «fue inolvidable ver de cerquita los ojos del animal, escuchar las respiración, sentir cuándo pasa por ahí». El Nobel se sintió torero.Una corrida en la Cochabamba despertó su pasión por el toreo. Se lo anunció a su abuelo: «Quiero ser el Manolete del Perú». Pero triunfó su vocación litúrgica por la literatura y las letras ganaron a un escritor irrepetible. Pero su querencia taurina creció y creció: «Las corridas son de lo más difícil de explicar racionalmente, consiguen hacer percibir lo indecible», sentenció como pregonero de la Feria de Abril.Si el escritor decía que el maestro de Chiva representaba la «hechura de la felicidad», el maestro del Perú era la hechura de la más brava libertad. Y así lo plasmó en su caminar y en sus letras, distinguidas con con innumerables premios, como el Manuel Ramírez de ABC de Sevilla por su ‘Torear y otras maldades’, un artículo publicado en ‘El País’.Al autor de ‘La fiesta del chivo’ le dolió sobremanera la prohibición taurina en Cataluña, la percibía como un ataque perverso a la diversidad cultural y siempre que tuvo ocasión reivindicó la libertad de ir a los toros. Experto en cartografiar las complejidades del alma humana, encontró en la tauromaquia no solo un espectáculo, sino un arte profundo, una danza de vida y muerte que hermanaba con su concepción de la libertad, un apasionado lenguaje que trascendía lo físico para ahondar en lo espiritual.Vargas Llosa fue honesto con la palabra, honesto con el toro -del que decía que no había animal más cuidado ni más amado por ganaderos y toreros-, honesto con su valor. Libre escribió, libre murió.

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