Un premio Nobel con una vida de novela

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Un premio Nobel con una vida de novela

Mario Vargas Llosa , el mayúsculo escritor y premio Nobel de Literatura, ha fallecido en Lima este domingo a los 89 años. Así lo han despedido sus hijos, Álvaro, Gonzalo y Morgana Vargas Llosa: «Su partida entristecerá a sus parientes, a sus amigos y a sus lectores alrededor del mundo, pero esperamos que encuentren consuelo, como nosotros, en el hecho de que gozó de una vida larga, múltiple y fructífera, y deja detrás una obra que le sobrevivirá».Era normal que la vitalidad de Vargas Llosa , esa capacidad que tenía para multiplicarse y ser o parecer ubicuo y estar siempre, incluso por accidente, por simple buena o mala suerte, allí donde estallaba la historia y se configuraba el siglo XX, sorprendiera a todo el mundo. Mario estuvo en Cuba durante la crisis de los misiles . Promovió luego, en los setenta, el cisma intelectual que alejó a los escritores de la Revolución cubana. Voló en la avioneta del general Torrijos para entrevistarlo en su hacienda de Coclesito, en Panamá, sólo unos días antes de que el aparato sucumbiera en medio de una tormenta y se fuera al carajo con general y todo. Se reunió en casa de Hugh Thomas con Tom Stoppard, V. S. Naipaul y otros pesos pesados de la cultura británica para someter a examen a Margaret Thatcher , y oír luego el veredicto del más sabio de todos, Isaiah Berlin: ‘Nothing to be ashamed of’. Siguió la resaca de la guerra de Irak sobre el terreno y fue a Israel a reportar el desalojo de los asentamientos en Gaza. Hasta en el Congo, a donde fue siguiendo los pasos de Roger Casement, le tocó huir de un estallido revolucionario.MÁS INFORMACIÓN Si El Hannibal Lecter de la literatura mundial, por Rodrigo Fresán Si El último ‘boomcano’, por Fernando Iwasaki Si Vargas Llosa y su patria perdida: la Argentina, por Jorge Fernández Díaz Si La Santísima Trinidad de Mario Vargas Llosa: Las tres obras que marcan su obra, por Karina Sainz Borgo Si El literato en París, entre Borges y Flaubert, por Juan Pedro Quiñonero Si Barcelona y el compromiso de Vargas Llosa, la ciudad y los libros, por Sergi Doria No Los últimos días de Vargas LlosaAcercarse a la vida de Mario producía vértigo. No sólo había viajado por el mundo entero y conocido a los protagonistas de la historia cultural y política de Occidente, sino que sacaba tiempo para verlo todo, leerlo todo y probarlo todo (excepto los experimentos culinarios posmodernos, que lo dejaban hambriento y con sensación de estafa). Recién obtenido el Nobel , la revista ‘Esquire’ me pidió que le hiciera un perfil biográfico, y tratando de hacer algo distinto se me ocurrió pedirle permiso a Patricia para espiar sus agendas de 2010 y 2011. Las imágenes de la fascinante vida de un autor icónicoComprobé entonces lo que ya intuía, que todos los días de su vida, después de hacer deporte en la mañana, escribir al menos cinco horas y leer en la tarde, daba una conferencia, tenía un diálogo en alguna institución, atendía a periodistas o iba al cine o al teatro y después, si además de Patricia lo acompañaban familiares o amigos, remataba en un buen restaurante en donde nunca, ni por error –al día siguiente lo esperaba la misma rutina–, pasaba del segundo Rioja. Compartir mesa con Mario era un privilegio, y no tanto porque su memoria prodigiosa fuera un dispensador inagotable de anécdotas jugosas con los grandes escritores del mundo como protagonistas, sino porque en confianza podía colgar los hábitos de intelectual y dejar que apareciera el Mario humorístico, el observador indulgente que señalaba, risueño y pícaro , los vicios y pequeñeces que hacían parte de la fiesta humana. Pasiones y deseosAsí como podía encerrarse largas temporadas en el Reading Room del Museo Británico picando piedra y extrayendo información para sus novelas, también le interesaban las vidas que burbujeaban en los barrios populares, en los pueblos de la sierra peruana o en los parajes más inhóspitos de la geografía latinoamericana. Para entender las pasiones y deseos que marcaban el curso de las existencias individuales y colectivas había que pisar la calle, viajar, hablar con la gente. Y Mario, no por algo periodista desde los quince años, no dejó de hacerlo nunca, al menos hasta que se vio encerrado y perplejo en una jaula de oro en Puerta de Hierro .En 2015, con su entonces pareja Isabel Preysler, en la inauguración de una tienda de Porcelanosa EFEMario tejió su literatura con esos elementos, con pasiones, deseos, anhelos y rencores , algunos extraídos de su propia historia, que le sirvieron para crear una fauna de personajes imaginarios, más reales que muchos de nuestros conocidos y familiares. Zavalita, el antihéroe de ‘Conversación en La Catedral’ , encarnó una actitud humana a la que siempre temió, de la que siempre rehuyó: el escepticismo, la incapacidad de creer en algo o de cultivar una vocación que le diera orden y sentido a la vida. En el otro extremo, mostrando las exaltaciones y peligros de la fe ciega, estaban personajes como el Consejero, Mayta o Flora Tristán, hombres y mujeres que se encadenaban a una idea o ideal, e impedían que la realidad ensombreciera el brillo de sus propias certezas: ese paraíso que asomaba en la otra esquina y al que por ningún motivo estaban dispuestos a renunciar.La impacienciaSi la literatura de Mario se desplazaba entre el escepticismo y el fanatismo era porque también él se debatía entre esos dos extremos. Como todos sus contemporáneos, Mario venía de la tradición latinoamericana de la impaciencia. Tantos problemas había en el Perú y en todo el continente; tantas injusticias e ignominias ; tantos dictadorzuelos, caudillos y políticos corruptos; tanta ignorancia, hambre y arbitrariedad; eran tantos los males que ningún intelectual tenía el temple o la paciencia para pensar a largo plazo o depositar su fe en las reformas graduales de la democracia. Los diagnósticos precipitados estaban llamando a la revolución en América Latina desde los años veinte del siglo pasado. Recomendaban el remedio socialista o la cura fascista, y en cualquier caso una purga antiyanqui y una dieta nacionalista. Todo menos ese «colchón de papeles inútiles», como llamó Vicente Huidobro a la democracia, que por paquidérmico, anacrónico y somnoliento estaba condenado a desfondarse bajo el furor y dinamismo modernos. No duró como conspirador y entabló un compromiso con Cuba y las promesas del latinoamericanismo que revivió Fidel CastroMario creyó en las promesas del socialismo y la revolución y por eso militó en Cahuide , una célula comunista que operaba en la Universidad de San Marcos, institución a la que entró en 1953 para estudiar derecho y literatura. No duró mucho como conspirador, pero sí entabló un compromiso con Cuba y las promesas del latinoamericanismo que revivió Fidel Castro . El triunfo de la Revolución cubana parecía darle la razón a los intelectuales. Las armas transformaban los ideales en realidades, no los sofismas burgueses, y por eso había que seguir la misión heroica señalada por el Che Guevara , convertirse en la aristocracia del nuevo mundo y hacerse guerrillero. La novela hizo ¡boom!Para Mario y sus compañeros de generación debió ser un momento único. No es frecuente que América Latina despierte el interés del mundo entero ni que los periódicos más prestigiosos abran sus cabeceras con noticias emanadas del trópico. Y justo entonces, cuando las miradas apuntaban a Cuba, la novela de la región hizo ¡boom! Al lado de Castro y Guevara surgían escritores que se habían deshecho de viejos complejos nacionalistas para renovar la técnica literaria y demostrar que en América Latina se podía escribir novelas con ambición decimonónica y pulso modernista. La mejor literatura y la peor política se aliaban, algo típicamente latinoamericano, y juntas recorrían la década de los sesenta. Parecía que eran parte de un mismo fenómeno político-cultural, hasta que sus incompatibilidades hicieron saltar chispas y se demostraron enemigas. La libertad que exigían los escritores para crear era un veneno para el régimen totalitario que estaba implantando Castro. Y entre la literatura y la política, la respuesta era clara. Mario rompió con Cuba , armó un escándalo del que seguimos hablando hoy en día, el Caso Padilla, y lentamente, como si temiera incurrir en un pecado, se acercó a los libros sensatos y desapasionados del examinador de Thatcher, Isaiah Berlin . Sin ser católico, envidió a los creyentes, y sin ser un fanático, lo sedujeron los personajes de convicciones fuertesComo a Zavalita, a Mario lo horripiló siempre el vacío. Sin ser católico, envidió a los creyentes, y sin ser un fanático, lo sedujeron los personajes de convicciones fuertes. Le costaba ir por la vida sin una red de seguridad o un sistema de ideas y valores que le permitieran ordenar el mundo y diferenciar lo justo de lo injusto, lo bello de lo feo, lo valioso de lo espurio, lo bueno de lo ruin. El desplome del socialismo y de la utopía revolucionaria lo obligaron a cruzar un desierto angustioso en busca de una nueva fe , de un nuevo sistema político y filosófico que le permitiera entender su decepción y volver a creer en algo. Habiendo leído a Raymond Aron , los libros de Berlin no le resultaron crípticos ni distantes. Siguiendo los pasos antitotalitarios llegó a Popper, después a Jean-François Revel y a Friedrich Hayek, y poco a poco fue domando su apasionamiento latinoamericano y su romanticismo afrancesado para ajustarlos a los cauces cordiales y flemáticos de un liberalismo a lo sajón. Mientras él se civilizaba, sus personajes se hacían cada vez más cerriles y brutales. A partir de los años setenta, su imaginación engendró seres intoxicados por pasiones incombustibles o llevados por visiones utópicas que invocaban el martirio y la sangre. La literatura no mentía. Bajo el aspecto impecable de Mario, detrás de sus maneras refinadas, su elegancia, su trato gentil y suave, se ocultaba un bárbaro que explotaba en feroces alaridos y palpitaciones instintivas sentado frente a una máquina de escribir. Justicia y libertadEse bárbaro, sin embargo, defendió desde mediados de los años setenta el más civilizado de los sistemas políticos, la democracia liberal , la que estadísticamente había conjugado con mayor éxito la justicia y la libertad, y la que permitía a los escritores cuestionar el talante moral de sus gobernantes sin jugarse con ello la vida. La certeza de que este sistema podía arraigar en un país como Perú, asolado por una sucesión interminable de dictadores –las bestias negras que le recordaban al padre autoritario que padeció en la infancia–, por el populismo de Alan García y el terrorismo de Sendero Luminoso , lo animó a sacrificar su vocación literaria para competir por la presidencia en 1990. La derrota fue una suerte para él, que lo liberó de la dura tarea de negociar las visiones e ideales con la realidad, algo que se les da fatal a los artistas, pero para el Perú fue una tragedia, pues acabó en las manos de esa amalgama de perversiones autoritarias e instintos cleptómanos que es el fujimorismo. Noticia Relacionada vertical No En imágenes La fascinante vida de un autor icónico ABC Desde su juventud hasta su consagración como Nobel de Literatura, estas fotografías relatan la historia de un autor cuya obra ha dejado una huella imborrablePara Mario fue un hecho afortunado, entre otras cosas, porque sin una presidencia en su hoja de vida se volvía a abrir la posibilidad del Nobel. Aquello parecía descartado, tanto así que consideraba más importante entrar en la Pléiade , el sello de los clásicos universales de Gallimard . En su entorno ya nadie le decía cada año, cuando se acercaba octubre, «esta vez sí, ahora sí te toca». Y cuando nadie lo esperaba, le tocó. Y así fue mejor porque la sorpresa se convirtió en una celebración estrepitosa y feliz, que reunió en Estocolmo a todos sus amigos para festejar un hecho que por justo no dejaba de ser inesperado. Excepto el existencialismo francés, ningún otro movimiento literario había engendrado dos genios, dos premios Nobel. Era un reconocimiento que confirmaba lo que tantas veces se había dicho: estábamos rodeados de clásicos vivos, de escritores que supieron interpretar las frustraciones, ansiedades y miedos que surgían en poblaciones tradicionales, como la latinoamericana, al sentir la fricción de la modernidad occidental.Eterno insatisfechoPero para un eterno insatisfecho como Mario, nada había más peligroso que conquistar una meta, por muy dulce que fuera. En sus novelas más lúdicas y eróticas, las de Don Rigoberto , donde planteaba la posibilidad de utopías privadas fundadas en el erotismo y el arte, siempre se filtraba un elemento nocivo que destruía las ilusiones de armonía y felicidad. Y en su vida post Nobel ocurrió algo parecido. A Mario le espeluznó la idea de que el Nobel pudiera convertirlo en una estatua. No quería ese destino, mucho menos morirse en vida o ver su existencia convertida en un homenaje eterno y empezar a oler prematuramente a gladiolo. Rozaba los ochenta años pero vaya si estaba vivo. Nada lo paraba, y nada logró hacerlo desistir de cumplir su fantasía juvenil, ser actor, vivir la ficción en carne propia delante de un auditorio. Ya había pisado las tablas, pero esto era distinto. Se arriesgaba al fracaso, al ridículo, midiéndose con actores profesionales. Patricia se lo advirtió. ¿Qué sentido tenía dar ese salto, incurrir en semejante riesgo? Pero Mario se enrocó. Actuó la obra que había escrito inspirada en el ‘Decamerón’ , de Boccaccio, y le puso como título ‘Los cuentos de la peste’. Se podría pensar que era una premonición de la pandemia que llegaría cinco años después, pero en realidad fue una invocación para que la banalidad y el famoseo, males de otro tipo que él mismo ya había diagnosticado en ‘La civilización del espectáculo’, llegaran a su vida. Patricia se fue a Lima para poder dormir sin imaginar a Mario olvidando el texto en el Teatro Español, y en su ausencia apareció Isabel Preysler . La historia pública de lo que ocurrió entonces la sabe todo el mundo; la privada, sólo los que leyeron ‘Los vientos’, el cuento que publicó Mario en ‘Letras Libres’ en 2021. En esa historia, un viejo desmemoriado y desahuciado lamentaba haber dejado a su esposa Carmencita por «un enamoramiento de la pichula, no del corazón» . Al viejo del cuento el mundo se le desvanecía, igual que al Mario real. La enfermedad que padecía en silencio, y cuyo tratamiento resultaba desgastante, empezaba a mermar sus facultades. Junto a su esposa, Patricia Llosa, en los Nobel Claudio Bresciani / SCANPIXFuga a la calle FloraAntes de que fuera demasiado tarde, huyó de la casa de Preysler. Lo había intentado una vez, sin éxito, pero a la segunda, temiendo a la indefensión de la desmemoria y a los sinsabores de una senectud poco glamurosa, encontró fuerzas para fugarse a la calle Flora y resistirse a las llamadas que venían de Puerta de Hierro. Regresaba con lo puesto, severamente arrepentido y con ganas de recuperar su vida, volver al cine y al teatro y seguir trabajando. Mario siempre dijo que moriría con la pluma en la mano, escribiendo una novela o alguna de sus ‘Piedra de Toque’, los artículos que publicaba cada quincena desde 1990 en ‘El País’ y en varios otros medios de todo el mundo. Antes de que fuera demasiado tarde, huyó de la casa de Preysler. Lo había intentado una vez, sin éxitoLo intentó, era su destino, pero el tratamiento que le salvaba la vida le arrebataba las palabras. A finales de 2023 tuvo que renunciar antes de tiempo a una carrera que había empezado a los quince años en ‘La Crónica’ de Lima. Era lo de menos. Estaba de nuevo en casa, con Álvaro, Gonzalo y Morgana, con Patricia y en Perú, que ya lo había dicho en el discurso del Nobel, eran lo mismo. Lo de Preysler había sido sólo eso, un viento.Y entonces murióY a quienes tuvimos el privilegio de compartir momentos de su vida y observar el mundo con sus ojos, nos enseñó tanto que cualquier muestra de gratitud se queda corta. Desde la cumbre de un oficio, desde esos ocho mil metros literarios que logró escalar, cada cosa se ve en su verdadera dimensión. Se distingue lo relevante de lo pasajero, se aprecia la integridad de las cosas, la medida de los esfuerzos y las ambiciones, la trascendencia del genio humano. Su ejemplo fue inspirador. Mario nunca confió en su talento –afirmaba no tenerlo– y lo apostó todo al trabajo y al compromiso con su vocación. Y lo que consiguió fue sorprendente. Con lo poco que somos –ese manojo de pasiones, rencores, anhelos, dudas, recuerdos y palabras– escribió al menos cuatro obras maestras, retratos humanos imperecederos que muestran a quien los lea de qué estamos hechos, las grandes peripecias que podemos lograr, las tragedias que podemos causar, lo placentero y peligroso que resulta vivir en la ficción. Esa tentación la tuvo Mario siempre, instalarse en la ficción, pero su compromiso con el periodismo y la política lo mantuvo atado a la realidad. Tal vez en sus últimos años, perdido en la niebla del olvido y del delirio, pudo rebelarse del todo frente a lo existente y vivir despreocupadamente en algún mundo imaginario. Ojalá así haya sido. Después de haber vivido una vida de novela, merecía un final portentoso y feliz.

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