‘Burning Village’, de Kara Walker: la historia que no cicatriza

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‘Burning Village’, de Kara Walker: la historia que no cicatriza

Hay imágenes que no se contemplan, se soportan. La obra de Kara Walker (California, 1969) pertenece a esa categoría incómoda, donde el arte se convierte en una experiencia que desafía más que complace, aquí sin necesidad de sangre. Su exposición individual en el Museo de Arte Contemporáneo de Alicante (MACA) se compone de 44 piezas cedidas por la colección Michael Jenkins y Javier Romero. Es su mayor retrospectiva en España hasta la fecha y confronta al espectador con cuarenta años de trayectoria artística.Noticias relacionadas estandar Si ARTE José Guerrero y Felipe Romero Beltrán: pensar el paisaje políticamente en la Fundación Mapfre Isabel Lázaro estandar Si CRÍTICA DE: ‘Álbum’, de Manolo Gil: breve historia de un inconformista Juan Bautista PeiróEn un tiempo dominado por imágenes domesticadas, donde la forma tiende a suavizar el fondo, el lenguaje visual de Kara Walker irrumpe con una fuerza abrasiva. Sus siluetas negras recortadas sobre fondo blanco –aparentemente frágiles, de inspiración dieciochesca– se despliegan como una maquinaria implacable que revive la violencia sistémica del pasado esclavista estadounidense. Pero sería un error leerlas únicamente desde el marco histórico. Su obra funciona también como una reflexión sobre la memoria, el poder y la manera en que las narrativas colectivas son construidas, distorsionadas o silenciadas.Crueldad alegóricaEl contraste entre la técnica y el contenido es uno de los núcleos más eficaces de su práctica. Lo que en manos de otro artista podría derivar en una estética amable o nostálgica, aquí se convierte en un dispositivo de crueldad alegórica. Sus dibujos y grabados no tienen héroes ni moralejas. Representan una historia entendida a modo de fábula siniestra, donde el deseo, la dominación y la humillación se entrelazan en coreografías repetitivas. Como sombras proyectadas en la caverna platónica, sus figuras exigen ser completadas por la mirada del espectador.La exposición está comisariada por Rosa Castells y montada sin textos que amortigüen el impacto, ni apoyos visuales que funcionen como coartada explicativa. El MACA apuesta por una experiencia directa, confiando en la inteligencia del público. Esta renuncia a la mediación discursiva resulta, paradójicamente, más pedagógica que muchas exposiciones sobreexplicadas. Induce a pensar, a reflexionar sin instrucciones, y en ese gesto se manifiesta una rara valentía institucional.Siluetas recortadas. En las imágenes, algunas de pas obras expuestas en ‘Burnning Village’, de Kara Walker ABCLas figuras, ambiguas y espectrales, se mueven en un espacio atemporal, como atrapadas en una danza ritual desconocida. La violencia en su obra no tiene filtros. Remite a una estructura de poder que, como advirtió Michel Foucault, no se impone desde lo alto, puesto que opera de forma insidiosa, moldeando cuerpos, deseos y conductas. En ese sentido, Walker no retrata el castigo, sino el modo en que este se incrusta en la subjetividad.La propuesta mantiene un equilibrio refinado entre la sofisticación formal y la densidad conceptual. Su obra es crítica sin ser panfletaria, simbólica sin caer en el hermetismo. A menudo introduce una ironía cortante, un humor oscuro que no alivia, pues acentúa la incomodidad. Este juego con el doble sentido y la ambigüedad aleja su trabajo del moralismo y lo sitúa en el terreno más fértil de la alegoría, donde cada forma es a la vez una imagen y una pregunta.No es habitual que una exposición de esta relevancia recale en Alicante, y el gesto del museo merece ser reconocido no exclusivamente por su nivel expositivo, sino también por lo que implica en términos de posicionamiento. Frente a la tendencia de muchas instituciones a programar contenidos amables y despolitizados, esta muestra asume un riesgo estético y político relevante.Kara Walker ‘Burning Village’. Museo de Arte Contemporáneo de Alicante (MACA). Alicante. Plaza de Santa María, 3. Comisaria: Rosa Castells. Hasta el 7 de septiembre. Cuatro estrellas.La artista, lejos de representar la historia aceptada, la subvierte, la tergiversa, la vuelve contra sí. Su obra no se cierra en la sala expositiva porque se instala en quien la ve como un pensamiento inacabado, como una herida aún abierta. Y esa capacidad para incomodar, para interrumpir el flujo de las certezas más comunes, convierte la cita en ineludible.

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