Madrid se levantó el Miércoles Santo , día importante en el que empieza otra vez todo, con un amanecer como para hacerse capitán de velero en El Atazar: todo despejado en el horizonte. Iba luciendo el sol en la capital, marcaban 17 grados los termómetros a la mañana, aunque un viento de la sierra apagaba las mechas y hacía tiritar las caras. Llevaba el madrileño la palabra lluvia en la cabeza, encima de sí, aunque los cacharros electrónicos le mintieran o le adelantasen la catástrofe: en la esquina de Fernando el Católico con los Arcos de Moncloa, una familia calé, que no es la del Domingo de Ramos, vendía ramos de claveles y los regalaba si quería. El madrileño, a esas horas tempranas del café y la torrija, miró al cielo, quiso tentar a la suerte por eso de los pensamientos condicionados y, a media tarde, el cielo se nubló. La primavera, como el Domingo de Ramos, que impidió la salida del Silencio, se estaba mostrando, en estos primeros compases del Miércoles Santos, traviesa. No eran gotas, sino hojillas, las que iban depositándose en los chalecos acolchados e impermeables del respetable. En el recuerdo queda el recorrido jibarizado de Los Gitanos ante una multitud ansiosa de eso mismo: gitanería cofrade. Pero todo tiene un cauce cronológico, incluso estás páginas donde la pasión pone la capitular. En la plaza de Santiago Apóstol, Luis Rivera, hermano mayor de la cofradía de Las Tres Caídas, antes de que dieran las seis hacía pasar a las autoridades preocupado más del cronómetro que del barógrafo, por así decirlo. Daba cumplida entrada al templo, abarrotado, a la Guardia de Gala de la Policía Municipal, que entró como abriéndose entre las nubes. Noticia Relacionada estandar No Jueves Santo: de los anderos de El Pobre a la dualidad de Gran Poder y Macarena Jesús Nieto Jurado La novedad, una hermana mayor en la hermandad de la Colegiata de San IsidroLuis Soldevilla, costalero, pensaba que «el cielo no las tenías todas con él». El tiempo le daría la razón. Su esbozo de barba aún sin salir apuntaba su temprana edad e intentó desafiar a la meteorología.Se iban coleccionando estampas de tibio nerviosismo , pero con la seguridad de salir. En la puerta de Ia iglesia de Santiago y, aún dentro, quien atendía dentro de un templo donde la vera se sudaba y se exudaba era Javier Arcones, de gala y mirando a su Cristo. Su porvenir inmediato lo dijo raudo a este periódico: «Se sienten nervios, también esperanza, pero vamos a poner Madrid patas arriba, evidentemente, con la ayuda del Señor». Ahí quedó su proclama, seguida de un persignarse.Repertorio musical clásicoFuera se arremolinaba el público y el nublado se disolvía como azucarillo en torrija. Apurando el último café estaba la Banda de Cornetas y de Tambores del Santísimo Cristo de las Tres de Caídas. Adrián Valverde, que llevaba la responsabilidad del tambor, contaba los clásicos de su repertorio: ‘La pasión’, ‘Bajo tu Cruz’. Y así Valverde, dada esta información preguntaba, en un aparte, qué se cuece en el Congreso (estudia 3° de Periodismo, pero la portavocía va por dentro). Era tanta la seguridad de salir, que en la iglesia de Santiago había que buscar el aire. Aire que abanicaban mantillas, pocas, que antes apuraban el paquete de tabaco del día. Ya en el templo se vio a la delegada del Área de Cultura, Turismo y Deporte, Marta Rivera de la Cruz, terminando una llamada, fuera del ojo público. Cerca, a sus cosas pastorales, andaba el custodio espiritual de todo; el padre Carlos Cano (como el cantautor) se presentó pronto a las instituciones. Todo a punto para que pasará como aconteció.El cronista, a eso de las siete y media, llegó a la iglesia del Carmen y San Luis, donde mostraban la ilusión Óscar Dorado, que ‘colono’, es hermano desde los 3 años de Pino Montano, en Sevilla. Emilio y Víctor costaleros del Cristo de los Gitanos, exclamaban: «No se puede explicar, esto es lo más grande que hay, y mas que esto no hay». Cabildo de AguasDentro del templo, se iban atando las fajas con un brillo de trémula alegría. Afuera expectación ante los dos pasos. Los hermanos, con los antifaces levantados, como en la Semana Santa de la Región de Murcia, ya, llevaban la socarronería por bandera. Tan cerca de Gran Vía, una conmoción de paraguas iba aguardando un respiro de la nube. Antes, 45 minutos antes, se había roto en lágrimas de emoción frente al paso de misterio. Los ceriferarios iban comentando dentro del templo ya sus intimidades, intuyendo que no salían. Julio Cabrera estaba entre los suyos, y no aparentando la veteranía, daba ánimos con la mirada. En el templo se esperaba que salieran del Cabildo de Aguas, una institución cofrade que sufre o no el cambio climático. Dos monaguillos, escondiendo el incienso, comentaban algo así como «ni los partidos del Madrid se retrasan tanto». Y todo fueron lágrimas. De espera, de desazón, de impotencia ante el milagro de salir, que al final no fue. Habrá que esperar a otra vuelta de calendario, otra primavera, para que Los Gitanos colmen de ‘sevillanía’ el centro de un Madrid desbocado.

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