La lluvia impide completar la devoción de Medinaceli en Madrid

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La lluvia impide completar la devoción de Medinaceli en Madrid

El Viernes Santo traía en Madrid un miedo, una jindama, que recorría el cogote del cofrade. Por brillante que fuera el Jueves Santo , las previsiones eran las peores, y la ciudad se preparaba para un día de culto interno. Cinco cofradías tenían que ver la calle, y, en el relato cronológico de los hechos, que no el sagrado, va en esta crónica su sucesión de hechos vistos y oídos. Todo empezaba en la catedral de La Almudena, como el Domingo de Ramos, cuando todo comenzó frente al meteoro y se dio luz a una Semana Santa con sus luces y sombras, sus aguas y sus trombas. Por eso este viernes había que ir, siguiendo unos pasos propios del cronista, hasta la catedral. Ya no eran voces de niños lo que se escuchaban, sino el click de los paraguas baratos ante la amenaza de lluvia. Por eso y por más, este encuadre de Madrid, bajo el cielo plomizo de mediados de abril, hacía esperarse lo peor. Aunque esa parte de Madrid estuviera cortada al tráfico, había que insistir en la esperanza. La Almudena un Viernes Santo como este de 2025 recibía entre crujir de esparto contra el mármol del suelo a quien se acercaba. Un ruido orante, no molesto, entre el murmullo de quienes querían ver la talla del Divino Cautivo, esculpida por Mariano Benlliure en 1951, y que sigue la estética tan propia, y tan discutida, del autor valenciano de no darle a los Cristos una morenez hebrea. Marianet el ‘picapedrero’ llamaban a un maestro de las formas. Anótese que Benlliure fue Hermano Mayor de la Cofradía. Juanma García Gay, el hermano mayor, decía de salir «a la puerta con precaución, por no perjudicar el patrimonio». Desde el atrio, y luego desde dentro, sus cuarenta anderos acompañados en el bregar de la Agrupación Musical de Jesús el Pobre le daban la razón. Dentro, un oficio religioso de luto. Y el paso reducido, tan pequeño que dentro del espacio habilitado en el templo catedralicio cabían todos, incluida Sara, que veía que nada fallase en su Dolorosa, la más antigua de Madrid «y por eso lleva cirios verdes en la candelería». Detrás un jardín de ramos de otras hermandades de Madrid.Noticia Relacionada estandar No Jueves Santo de esplendor y claveles entre costales y andas Jesús Nieto Jurado El centro de Madrid ha quedado totalmente colapsado por la devoción a los titularesSiete Dolores, con su historia, iba ya dando el contrapunto a la tarde. Un crespón negro, en lo que el cronista pudo ver, lo llevaban el guardabrisas/tulipa derecha. Bajando Atocha ellas subiéndola, iban hermanos nazarenos de los Siete Dolores. Dejando en el aire recuerdos de su Hermandad ante el público que pasaba. Cerca, en ese altozano de Madrid, iba entrando el Cuerpo Castrense de los Alarbaderos. Ese Cristo tan despojado de todo, que sus 45 anderos salen entre pífanos del Palacio Real haciendo lo que en verdad se entiende por una verdadera estación de penitencia. Victoria y Pedro, en una de las vallas, aprovechaban en el sol mentiroso para hacer más tierna la espera. Allí se quedaron en espera de que lo más sublime del cuerpo musical del Ejército les diera más para grabar con el teléfono. Iban controlando el viento y las nubes. Se despidieron con un «a ver si tenemos suerte».Los dos vientosEn Madrid soplaban en la tarde del Viernes Santo dos vientos, el del Sur y otro, que iban dejando al sol picajoso de abril que hiciera sus diabluras sobre los cráneos sin pelo y que todo acabase por nublarse. En la iglesia de la Santa Cruz, el Hermano Mayor del Santo Entierro llevaba el agobio de organizar la procesión, y, sin embargo, atendía a esta crónica. Iba, en la trastienda, contando que en ‘carrera’ oficial (sic) llevarían un único caminar. Preparativos a la procesión que muestra a los fieles un ‘Lignum Crucis’ antes del Yacente de la Hermandad. David Calzada, hermano mayor, contaba que la Banda de Música de la Agrupación de Transportes del Ejército de Tierra iba bajando con sus avíos. Relataba David Calzada, que el Yacente salía a Madrid en un «carruaje castellano del siglo XIII». Una procesión de cerca de «130 personas». Lo decía sin gallardía, consciente, desde la parroquia de Santa Cruz que pone el broche luctuoso a la Semana Santa de Madrid. Isabel Díaz Ayuso recibió la Medalla de Esclava de Honor de la Archicofradía de Jesús de Medinaceli. En la imagen, junto a José Luis Martínez-Almeida ABCYa en la calle de Jesús todo era un lío de gentes, la policía, simpática, intentaba despejar el tránsito hacia los alrededores o hacia el Paseo del Prado. Daba igual, el personal hacía caso omiso. Como el de todas las calles que iban de los altos de la calle de Atocha a la basílica de Medinaceli. Servidor intentó la temeridad de entrar, pero era adentrarse en laberintos masivos de la fe. Bajando por la calle del Prado, uno y otro, de acera a acera, iban contándose la vida en torno a una salida o una anterior de Jesús de Medinaceli. Entre el gentío se pudo ver a la Guardia Civil de gala, la gente esperando. Era tanta la multitud que un helicóptero sobrevolaba esta zona de Madrid. En el camión del Samur más cercano a la salida de Medinaceli se agrupaban las familias si les faltaba un miembro.Dentro del templo, tras cruzar miríadas de fieles, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso era investida Esclava de Honor con la medalla de la cofradía. Un honor en una hermandad que le confío el pregón de la Semana Santa al torero David Galván. La muchedumbre iba creciendo y decreciendo, con sillas, con transistores, la bandera nacional que corona el Congreso de los Diputados flameaba fuerte. Justo a las 19 y 17 el cielo empezó a cerrarse. Se callaron las anécdotas y se abrieron los paraguas mientras dentro del templo seguían las cavilaciones ante lo inevitable. La tormenta siguió, ajena los fieles, moviendo vientos de una parte y de otra. Fue el monzón lo que caía en la puerta de la basílica de Medinaceli. Todo el mundo huía, el tormentón tomaba ya dimensiones grotescas. Al apretar la lluvia, entrecerrando los oídos, podía escucharse como una procesión sorda. En el cofrade madrileño decepción, resignación. En una fila de vuelta una madre explicaba a su hija, bajo el tormentazo, que no se podía «echar a perder la carroza del Señor», confundiendo, quizá en la prisa por no contraer una pulmonía, carroza –que lo fue– con trono –que lo es–. La Virgen de los Siete Dolores con su manto empapado volviendo a su templo. Estampas todas ellas de una caprichosa primavera. Más o menos una réplica de cómo comenzó la Semana Santa. Medinaceli salió al cierre de esta edición. En un breve recorrido.

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