«tarde movidita. Nueve voluntarios por la mañana y veintidós por la tarde. Sin incidencias reseñables salvo las propias en el control de acceso. Cientos de comidas servidas. Pasta con ‘putanesca’ y pollo, empanadas, sándwiches, tortilla española, salados varios, dulces varios, fruta, yogur, helado, café, ‘colacao’, té e infusiones. El pollo les ha encantado, ¡enhorabuena a las cocineras!».Estos son fragmentos de un parte diario del Comedor Social San Juan Bautista de la Orden de Malta, que desvela algunas claves sobre cómo funciona este lugar al norte de las torres Kio, en el barrio de La Ventilla (Tetuán) . A una se le antojaría un simple informe sobre eficiencia si no hubiera pasado por la esquina de la calle Costa Verde con Bascones, la primera tarde desde hace semanas en la que no cae una gota de lluvia en Madrid: aquí no se mira desde la barrera, aquí se lidia el toro de la pobreza día a día, sin condiciones, con generosidad absoluta y envidiable diligencia.La ‘hospitalidad’Hay en Madrid más comedores sociales -contabilizamos veintidós vinculados a la Iglesia, según el último listado facilitado por la Comunidad de Sant’Egidio; y cuatro más a cargo del gobierno regional donde disponen de 1.152 plazas en las que se atendieron a 2.400 personas el pasado año -, amén del Banco de Alimentos o los múltiples repartos de bocadillos y tarteras a quienes pasan la noche al raso. Éste, el segundo de la Orden de Malta en la ciudad (se suma al de San Blas), es un comedor que cumple a rajatabla el precepto de la ‘hospitalidad’, empezando por Tino, el guardián de la puerta que nada tiene de cancerbero: muchos le adoran, todos le respetan y él nunca baja la guardia. «A las 16.15 horas se empieza a formar la fila de quienes vienen a comer, a unas decenas de metros de la entrada (junto a un terreno vallado). El comedor tiene capacidad para 68 personas y el servicio es de cinco a siete, así que hay que evitar ruidos y la ocupación de la acera mientras entran y salen. No podemos molestar a los vecinos. Hay que tener agilidad, sobre todo los días de lluvia, para que la espera sea menos dura», explica con un ojo puesto en quienes van llegando desde el bulevar de la avenida de Asturias. Noticia Relacionada Inquiokupación estandar No A las puertas del albergue y del comedor social por su amiga okupa: «He perdido 6 kilos y no duermo» Carlos Hidalgo Jacqueline Guillén quiso ayudar a Petronila con un alquiler y ahora es su inquilina la que la amenaza con la cárcelOrganiza, reparte los números del turno de entrada y va dando paso en grupos de no más de diez personas. Saluda, bromea, pone paz donde hay disputa y a más uno le propina un buen achuchón. Los habituales se muestran relajados: saben que nadie se quedará sin el principal (a veces el único) alimento de la jornada. Los nuevos miran de reojo y se fían lo justo. La mejor descripción de la tarea de Tino, fotógrafo de profesión y criado en el barrio de Las Ventas, la vemos en un dibujo que le ha regalado Anyelis, una niña que acude a San Juan Bautista a diario junto a su madre, Ernestina, y sus dos hermanos: ella agarrada a la mano de Tino y, muy cerca, la fila del hambre de la que esta cría forma parte.«Vienen magrebíes, subsaharianos, ucranianos, balcánicos, venezolanos, últimamente muchos peruanos… Y también españoles. Algunos viven en casas y centros de acogida, otros están en la calle, los hay que llegan desde el aeropuerto de Barajas y luego se vuelven allí… Hay niños, aunque la mayoría vienen los fines de semana y cuando no hay colegio. Todos tienen un plato de comida caliente en la mesa y a todos les acompañamos. Al fin y al cabo, no solo se trata de alimentar, también de amparar a estas personas que padecen una terrible enfermedad, la peor de todas: la soledad», cuenta Miguel, coordinador en Madrid de la Orden de Malta. Él, como los más de 400 voluntarios madrileños de esta milenaria institución católica, tiene interiorizada su misión hospitalaria.Entre pucherosDe puertas adentro, el equipo de los martes, dirigido por Águeda, culmina el menú que sus compañeros de la mañana comenzaron a preparar desde primera hora. Se remueven pucheros, se trocea la fruta, se despliegan los manteles, se colocan los cubiertos, se almacenan las cajas donadas por el Banco de Alimentos, Mercadona y otros colaboradores… Con celeridad y precisión. «El menú se compone de un plato fuerte, que combina verduras, legumbres o hidratos y, siempre, proteínas -explica Águeda-. Y la proteína precisamente es lo que más cuesta encajar en el menú porque no se dona tanto como la pasta, las legumbres o las verduras. Por lo demás, siempre sumamos ensaladas, entrantes, frutas, lácteos… Evitamos los ingredientes que puedan perjudicar a alérgicos e intolerantes. Y, sobre todo, somos previsibles. Tenemos todos los platos definidos seis días a la semana: lentejas los lunes, pasta los martes… Y así sucesivamente». Los asistentes esperan en fila para recibir el número de su turno para comer; Tino, quien organiza el acceso al Comedor Social San Juan Bautista, con la pequeña Anyelis y sus dos hermanos; y otro de los usuarios, ya sentado a la mesa ÁNGEL DE ANTONIOMiguel Quijano añade que esa certidumbre no solo responde a la utilidad de saber qué se van a encontrar en la mesa: «Algunos de los que vienen a San Juan Bautista también saben lo que se sirve en otros comedores, por ejemplo el de las Hijas de la Caridad, en la calle del General Martínez Campos, y así pueden variar. De hecho, nos coordinamos entre los comedores de la Iglesia, a través de Cáritas. Pero la mayor parte de los usuarios repiten cada día».Entre los incondicionales al Comedor Social San Juan Bautista encontramos a Alí (50 años), natural de Casablanca (Marruecos) y, a su manera, también voluntario: además de comer, ayuda a sacar los cubos de basura. «A ver, que en tiempos de Gallardón me metieron en Voluntarios por Madrid -aclara Alí-. Llegué a España a los 27 años. Trabajé, tuve familia, la perdí… Llevo dos años viniendo a diario y tirando de conservas, así puedo ahorrar en otras cosas. Mira, acabo de venir del dentista y me han soltado un presupuesto de 500 euros. Aquí perdí la vergüenza de sentarme en un comedor social. Es más, te voy a contar una cosa muy triste. Este comedor antes estaba en la calle Topete, junto a Bravo Murillo. Yo vivía al lado con mi familia. Y cuando pasaba con mis hijos cerca de la cola, nos apartábamos. Y, ahora, mira dónde estoy». ¿Coincide con más marroquíes?, le preguntamos. «No me llevo bien con los de mi país», responde Alí. «Es que éste es un marroquí muy raro», bromea Agustín (57), cocinero de Baracaldo que le escucha con atención.«Tengo suficiente»Agustín nos cuenta su historia: «Con 26 años dejé el País Vasco para cocinar en Madrid. Y llevo seis años echando mano de los comedores sociales. Llegué a trabajar con Dabiz Muñoz en DiverXO. Lo que pasa es que las cosas se tuercen por lo que sea… Estoy acogido a una prestación para mayores de 52 años, el desayuno me lo fían en un bar hasta cobrar el subsidio y con lo de aquí, suficiente. Que tengo una edad y no quiero engordar. Doy fe de que aquí se come bien, recibimos un buen trato y salimos contentos. ¿Tú te imaginas a todos estos por la calle sin nada que llevarse a la boca? Estos comedores sociales, en Madrid, hacen una labor extraordinaria».

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