Javier Sierra desvela las claves de su último libro: Jim Morrison, El Prado, Dalí…

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Javier Sierra desvela las claves de su último libro: Jim Morrison, El Prado, Dalí…

¿Por qué la portada de mi nuevo libro luce un enorme ojo sobrepuesto a ‘El Jardín de las Delicias’? Por extraño que parezca, la respuesta tiene mucho que ver con el mítico vocalista de The Doors y esconde una curiosa historia. Tres meses antes de su trágica muerte, Jim Morrison estaba abrumado por la fama. Se había convertido en uno de los abanderados de la cultura hippie, tenía un cociente intelectual asombroso, la poesía y la música le brotaban con una naturalidad pasmosa, pero necesitaba alejarse del alcohol y las drogas psicodélicas del momento. Se le ocurrió que esconderse en España sería una buena idea y, junto a su novia, Pamela Courson, alquiló un Peugeot en París y atravesó los Pirineos. No le fue fácil parar su fiesta permanente. Camino de Granada, se detuvo en Madrid, y sus excesos lo acompañaron hasta la puerta del Museo del Prado . Aquella mañana de abril de 1971, temprano, con la resaca de la noche anterior, se dirigió a la sala en la que colgaba ‘El Jardín de las Delicias’… y flipó. Dos horas estuvo plantado frente al tríptico más famoso del mundo. Dos horas admirando una tabla que –según interpretó– exudaba placer en cada pincelada, incluso en la parte dedicada a los infiernos. O quizá especialmente ahí. El caso es que Morrison no olvidaría ya el cuadro. Durante las semanas que siguieron a su visita, rumbo a Andalucía primero y a Marruecos después, se referiría al Bosco con creciente admiración, como si hubiera visto en aquella obra algo que nadie más hubiera percibido antes, algo inefable y oscuro, y se hubiera establecido un vínculo íntimo entre el tríptico y el músico.Morrison falleció al regresar de aquella escapada. Acababa de cumplir los 27. En su entorno alguien sugirió que la cercanía a ‘El Jardín de las Delicias’ le había hecho presentir su propio final, como antes le había sucedido a Felipe II cuando pidió entregar su alma a Dios frente a esa pintura, adivinando que en sus trazos se escondía una suerte de umbral a lo trascendente. De puerta. De repente todo encajaba. El nombre de la banda de Morrison, The Doors , que había sido un homenaje a la obra de Aldous Huxley, ‘Las puertas de la percepción’ (1954), estaba secretamente asociado a esa sensación de umbral que transmiten ciertas obras de arte. Huxley había empujado a Morrison al debate sobre el verdadero alcance de los sentidos humanos y a si ciertas drogas podrían ampliarlos, llevándolos a cruzar «puertas invisibles» (sic) como las del Bosco.Pero Morrison no fue el primero en pasmarse ante el Jardín. En sus años en la Residencia de Estudiantes, un jovencísimo Salvador Dalí que gustaba perderse en el Prado en busca de estímulo, descubrió que en la tabla del Paraíso del Jardín, Jheronimus van Akken había pintado una rocalla que se parecía a su propio perfil. Era como si El Bosco hubiera profetizado a Dalí… «y algo más», dedujo con esa capacidad que tenía de contemplar el mundo con una óptica diferente. Las experiencias de ambos genios frente al mismo cuadro, me hicieron plantearme si esas dos mentes hipercreativas no habrían desarrollado -consciente o inconscientemente- una «segunda visión» una manera abstraída y diferente de contemplar la pintura, y habrían descubierto, en efecto, algo distinto, sublime, en ella. La idea me obsesionó tanto que, durante meses, acudí a la sala 56A del museo del Prado para tratar de averiguarlo. Noticia Relacionada estandar No Noche en el Museo del Prado con Javier Sierra: «Los fantasmas son comunes en las grandes pinacotecas» Bruno Pardo PortoEn esa época, yo acababa de publicar ‘El maestro del Prado’, una novela a medio camino entre la autobiografía y el ensayo de arte, en la que intentaba descifrar los secretos de algunos lienzos de su colección. El libro concluía con un enigma: había aprendido a «descifrar» ciertas obras gracias a un misterioso –pero real– personaje que me abordó años atrás frente a una tabla renacentista y me enseñó a interpretarla. Esa especie de maestro no solo dio título a mi obra, sino que, al desvanecerse sin dejar rastro tras cinco citas consecutivas, generó en mis lectores, y en mí, la imperiosa necesidad de reencontrarlo. De hecho, fue él quien me reveló la existencia de un ‘arcanon’ o canon de obras con secretos, que requerían de una ‘mirada especial’ para comprenderlos. El ‘Jardín’ encabezaba esa lista.Tras publicarse ‘El maestro del Prado’ en 2013, recibí cientos de cartas de personas con experiencias más o menos parecidas con «maestros evanescentes», y entre ellas, las hubo también que narraban incidentes que podrían arrojar luz a esa «segunda visión» que yo había intuido tras Morrison y Dalí. Una de ellas la remitió Luis Oliva, un jubilado afincado en la Sierra de Guadarrama, en Madrid, que había pasado su infancia trasteando por el museo del Prado. A finales de los sesenta, justo en la época en la que Huxley escribió su libro, a Luis le pasó algo que aún no ha podido olvidar. «Ocurrió poco antes de mi sexto cumpleaños» , recuerda. «Era verano, y como muchas de aquellas tardes de 1966, yo acompañaba a mi madre al Jardín Botánico y al Prado, donde entonces podía corretear con mis amigos. Jugábamos al escondite en el museo y un día, agazapado tras unas cortinas, no me di cuenta de que estaban echando el cierre a las salas y me quedé solo, durante horas, encerrado cerca del ‘Perro semihundido’ de Goya. El caso es que en ese tiempo vi cómo el animal se movía, giró su cabecita al lado izquierdo, como echando la vista atrás… ¡y me miraba!».Noticia Relacionada estandar No El Museo del Prado propone a la RAE incluir el término ‘bosquiano’ en el diccionario ABC Grandes museos europeos con obras relevantes del pintor se unen a la celebración del Día del Bosco, 5 de abrilLuis me contó con todo detalle aquella visión. Aunque parecía una fantasía infantil, sin más valor que la de una anécdota, la policía tuvo que sacarlo del museo en un estado de atontamiento del que se recuperó enseguida. «Lo curioso» , insistió, «es que no sabría decirte cuánto tiempo estuve frente al perro. Solo sé que me miraba como si quisiera protegerme. Los grises, claro, no me creyeron y mi madre se ganó una buena bronca. No hay día que no lo recuerde».La de Luis era una de esas historias que habrían encantado a Manuel Mujica Lainez . En 1984, el escritor bonaerense publicó ‘Un novelista en el museo del Prado’, una obrita leve en la que imaginaba que los cuadros de la institución se abrían por la noche como si fueran puertas, y dejaban escapar a sus habitantes. Entonces caí en la cuenta de que esa idea del arte como refugio de «vivientes» no era un mero artificio literario. Durante una visita familiar que hice a las cuevas rupestres de Cantabria, en el verano de 2013, los guías que me acompañaron mencionaron varias veces que el «primer arte»pudo haber nacido como un intento de marcar sobre las paredes de las cavernas ciertos lugares de acceso al «más allá». Nuestros antepasados, con poca luz, palpaban las paredes, intuían protuberancias que interpretaban como panzas o lomos de animales, y las silueteaban con carboncillo. Eso explicaría las pinturas casi tridimensionales de Altamira. Para sus creadores, esas paredes eran, en realidad, una membrana que nos separa de «otro mundo» lleno de criaturas vivas.¿Y si esa forma animista de pintar, tan remota, hubiera dejado su huella en el cerebro humano y fuera el detonante de las ‘segundas visiones’ de Morrison, Dalí o del pequeño Luis, frente a Boscos y Goyas? ¿Y si yo pudiera reproducirla en pleno siglo XXI y atravesar con ella los lienzos? La premisa me fascinó y regresé al Prado para documentarla. En una de aquellas visitas, uno de los vigilantes de sala que había leído ‘El maestro del Prado’, se me acercó confidente. Noticia Relacionada estandar No El Prado consagra el 5 de abril como el Día del Bosco ABC La web del museo dedica un espacio monográfico especial al artista y ha creado ‘A los pies del Bosco’, un vídeo protagonizado por el bailaor Eduardo GuerreroEstuvimos hablando un buen rato de la gente «rara» que a veces se quedaba mirando durante horas ‘El Jardín de las Delicias’, y entonces dijo algo que me dejó meditabundo. «Yo sé lo que vio Morrison», me dijo. «¿De veras?». El vigilante asintió: «Mis compañeros y yo tenemos a menudo la sensación de que hay algo en ese cuadro que nos mira». «¿Que os mira?», dudé. «Sí, sí, Javier. Eso le pasó también a Morrison, seguro. Es como si esa tabla estuviera viva y nos vigilase, no importa el lugar de la sala donde te sitúes». Y añadió: «El caso es que, si logras abstraer un poco tu mirada, si contemplas el cuadro durante un buen rato, terminas descubriendo que hay un enorme ojo escondido en él. Como una especie de pupila colosal de Dios, disfrazada por Bosco entre sus figuras… ¿No lo has visto?». Forcé la mirada siguiendo sus instrucciones y, en efecto, algo vi: justo en el lugar donde me indicaba, alrededor de la especie de surtidor azul que emergía del gran lago que corona el Jardín, intuí al rato la silueta de un colosal ojo. Me estremecí. ¿De veras fue eso lo que vio Morrison? ¿Fue esa mirada ‘el algo más’ del que hablaba Dalí? ¿Y cuántas más miradas secretas habría escondidas en el Prado? ¿Y en otros museos? ¿Quién podría enseñármelas? ¿Acaso aquel maestro con el que me tropecé tantos años atrás en esas salas? ¿Y por qué no iniciar su búsqueda para que me las revelara? Con esa idea en mente, me lancé a escribir ‘El plan maestro’. Y por esa razón su portada revela el ojo secreto del Jardín. Es solo un anticipo de mis hallazgos. Lo que he confirmado durante su escritura no es solo que el arte esconde muchas pupilas como la del Bosco, sino que, en efecto, esconde puertas a otras percepciones a las que merece la pena asomarse. Yo lo he hecho con el único modo funcional que garantiza el éxito de esa empresa: utilizando el lado artístico, creativo, que encierra todo cerebro humano, como llave para abrirlas. Y en ‘El plan maestro’ te entrego a ti, al fin, esa llave.(*) Javier Sierra es premio Planeta de novela. Su más reciente novela lleva por título ‘El plan maestro’

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