Uno no tiene el poder: es el poder el que te tiene a ti. Creo que Francisco lo comprendió tarde , como todos. Eso no quiere decir que no lograra cambiar nada, sino que solamente logró cambiar algunas cosas y a medias. Porque las resistencias son grandes, los enemigos enormes y las armas con las que se les puede hacer frente son diez mandamientos, ocho bienaventuranzas y una pastoral basada en el amor, el perdón y la misericordia. En términos humanos, así es imposible ganar nada. Pero en los términos que nos interesan, que trascienden nuestros códigos, lo hizo. Y por goleada. Cumplió la misión que se le encomendó: estar al lado de los pobres -que son la inmensa mayoría de los católicos-, de los pecadores -que lo son todos, sin excepción- y situar a la Iglesia en un permanente estado «de salida», para que los que están fuera puedan entrar y que los que están dentro puedan salir y dar testimonio. Suficiente.Le llamaron comunista por hablar de justicia social en una época de desigualdad, globalista por acoger al extranjero en una época de migraciones y tibio por no apoyar un rearme en época de guerras. Pero ¿qué querían? ¿Un Papa que apoyara la muerte, que criminalizara a sus hermanos y que promoviera la injusticia? Me temo que lo que de verdad no le perdonaron es que hiciera algo cada vez más extraño, que es tomarse en serio el mensaje de Jesús, el Evangelio. Por eso, en realidad, Francisco no fue ni un progresista ni un conservador. Fue otra cosa, que debería bastar: un buen cristiano. No leía el mundo desde las coordenadas ideológicas ni desde la guerra cultural -dos tumores con metástasis-, sino desde el sufrimiento. Por eso, su modelo de Iglesia no fue ni un castillo inexpugnable ni una ONG: su Iglesia fue un hospital de campaña. Y en este mundo en que todo está dividido en trincheras, no tener bando es como no tener Dios. Pero es que resulta que Dios no tiene bandos porque está con «todos, todos, todos». Así lo expresó en la JMJ: «Amigos, quisiera ser claro con ustedes (…). En la Iglesia hay espacio para todos. En la Iglesia ninguno sobra, ninguno está de más. Hay espacio para todos, así, como somos. Jesús lo dice claramente (…): «Vayan y traigan a todos, jóvenes y viejos, sanos y enfermos, justos y pecadores». Todos, todos, todos. En la Iglesia hay lugar para todos (…). Repitan conmigo, cada uno en su idioma: «Todos, todos, todos». Francisco nos recordaba que el catolicismo no es un tipo de nacionalismo, ni parte de una tradición ni tampoco un gueto excluyente. Y que si la Iglesia se llama ‘católica’ es por la universalidad de su vocación y del mensaje de Jesús, un mensaje revolucionario de amor, de esperanza y de perdón.Pero Francisco tampoco fue neutral. Fue algo mucho mejor. No se colocó en medio, sino al margen. En la periferia. En las cunetas, donde el sistema, también el eclesial, abandona a los que no encajan. Por eso lo detestaban tantos, desde las pocilgas de la extrema derecha a las cloacas sectarias de la izquierda anticristiana. Para ellos nació su encíclica ‘Fratelli Tutti’, ideada para recomponer un mundo roto por la guerra cultural, del mismo modo que ‘Pacem in terris’ de Juan XXIII nació para recomponer un mundo roto por la guerra mundial. Juan Pablo II nació bajo el yugo comunista y acostumbró al catolicismo a vivir a la contra. Y todo es comprensible en su contexto. Pero Francisco supo entender que su tiempo no era el de vivir a la contra de nada sino el de proponer y, sobre todo, el de unir y llegar a todos, porque el mensaje de Jesús es universal. «Yo soy cordial con todos porque todos son hijos de Dios. Si empiezo a seleccionar gente, voy listo. Soy pastor de todos».Así que el suyo no fue un pontificado político ni ideológico, sino pastoral. Recordaba que la fe no es una barricada, sino un puente; que ser anticlerical podía ser un honor y que la tradición viva no es el pasado conservado en formol, sino la fidelidad que ilumina el presente. «La tradición es la fe viva de los muertos; el tradicionalismo es la fe muerta de los vivos», decía. O esto otro: «el clericalismo es una deformación, una enfermedad grave, un pecado más que un defecto: ya no eres el pastor, eres el Estado clerical. En ese aspecto, ser anticlerical es un honor».Francisco volvió al mensaje de Jesús, pero no por nostalgia sino por radicalidad. Por eso ha sido a la vez el más jesuita de los Papas, el más pastoral de los teólogos y el más cristiano de los obispos. Murió sin condenar, sin imponer y sin dividir. Y, en este tiempo, eso es más revolucionario que cualquier cisma. Descanse en paz Jorge Mario Bergoglio.

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