«¡Vladímir, PARA!». Ese ha sido el recurso de Donald Trump ante la peor masacre rusa en Kiev desde el verano pasado. Un mensaje lanzado en redes sociales, con urgencia y sin matices, tras una andanada de misiles y drones rusos que dejó al menos una docena de muertos y cerca de cien heridos en barrios residenciales de la castigada capital ucraniana. El presidente intenta transmitir indignación, pero también frustración: mientras su equipo multiplica esfuerzos para cerrar un alto el fuego, «los misiles siguen cayendo, no puede ser». «Se necesita a dos para bailar un tango», dijo Trump desde el Despacho Oval. «No estoy contento, claramente», añadió con gesto serio. «Si estás negociando la paz, no puedes tener este tipo de bombardeos». Al ser preguntado sobre qué concesiones ha ofrecido Rusia, el presidente Trump respondió: «Detener la guerra, dejar de tomar todo el país», y calificó eso como «una concesión bastante grande». Sobre si Ucrania debería ceder territorio, dijo: «Depende de qué territorio. Han perdido mucho terreno, y haremos lo mejor que podamos, trabajando con Ucrania. Haremos lo mejor que podamos, pero han perdido mucho territorio».Noticia Relacionada estandar Si Rusia responde a las cesiones de EE.UU. con un bombardeo masivo sobre Ucrania Miriam gonzález | KIEVCrítica directa a PutinEl mensaje en su red social es una de las escasísimas ocasiones en que Trump ha dirigido una crítica directa, tan abierta y clara, a Putin. Y llega justo cuando su propia propuesta de paz –que incluye reconocer la ocupación rusa de Crimea– se tambalea, enfrentando una resistencia creciente tanto en Ucrania como entre los aliados europeos de Estados Unidos. En su mensaje, Trump evitó ambigüedades. Añadió: «Cinco mil soldados mueren cada semana. Hay que cerrar el acuerdo de paz». Con ese texto, publicado en su red social Truth Social, el presidente no solo marcó distancia con el Kremlin, sino que trató de reforzar su imagen como mediador en un conflicto que lleva más de tres años sin una salida clara. La frase central –una súplica con apariencia de orden– resume su frustración con el estancamiento de las negociaciones.Desde su regreso a la Casa Blanca, Trump ha querido presentarse como el único capaz de imponer la paz en Ucrania «en 24 horas». Ha mencionado varios plazos para un acuerdo, ha descartado cualquier intervención militar estadounidense y ha asegurado que, con él en el poder, no habría guerra. Bajo ese marco, Estados Unidos diseñó un plan que no consultó con aliados, que impone una congelación de las líneas del frente y legitima la anexión rusa de Crimea. A Volodímir Zelenski lo ha tratado como un obstáculo menor: lo ha acusado de arrastrar la guerra por interés propio, lo ha humillado en comparecencias conjuntas y ha condicionado toda ayuda estadounidense a que acepte lo que él llama «la única salida posible». Le llamó «dictador» en varias ocasiones, para después echarle de la Casa Blanca por su negativa a aceptar que Putin obraría de buena fe.Reproche sobre CrimeaMolesto por la negativa de Zelenski a aceptar su plan, el presidente escribió el miércoles en su red Truth Social: «Si tanto quería retener Crimea, debería haber luchado por ella». Se refería a la anexión de la península por parte de Rusia en 2014, un episodio que marcó el inicio de la actual confrontación y que, según Trump, no fue respondido con firmeza por la comunidad internacional, incluido el entonces presidente, Barack Obama .Durante un encuentro en la Casa Blanca con el primer ministro noruego, Trump intentó proyectar control sobre un proceso de paz que se le escapa entre las manos. Aseguró que tanto Rusia como Ucrania «quieren la paz», aunque admitió que el conflicto está marcado por un «odio visceral». Dijo tener su propio calendario para cerrar un acuerdo –sin revelar fechas ni condiciones– y se limitó a afirmar que busca resultados rápidos. En la mesa, junto a él, Jonas Gahr Støre , jefe de Gobierno de un país que comparte frontera directa con Rusia y que ha respaldado firmemente a Ucrania desde el inicio de la invasión. Trump lo presentó como un aliado útil para «acercar posiciones», aunque evitó mencionar que Noruega no respalda el reconocimiento de Crimea como territorio ruso, eje central de su propuesta.Desde el inicio de su segundo mandato, Trump ha mantenido una relación ambigua con Putin en el contexto de la guerra en Ucrania. Aunque ha evitado criticarlo directamente en numerosas ocasiones, su equipo ha sostenido contactos discretos con representantes rusos y ucranianos en una serie de rondas de negociación celebradas en Arabia Saudí. Washington ha buscado presentarse como árbitro único del proceso, desplazando a la diplomacia europea e imponiendo condiciones que han sido vistas en Kiev como excesivamente favorables a Moscú. Mientras Trump elogia a Putin como un líder «con el que se puede hacer negocios», su Gobierno ha tratado de forzar un alto el fuego con concesiones territoriales que debilitan, a ojos de Europa, el principio de integridad territorial ucraniana.Steve Witkoff , el enviado especial de Trump para los conflictos en el mundo –de Israel a Ucrania–, se ha convertido en el verdadero arquitecto de esta diplomacia paralela. Este viernes tiene previsto reunirse en persona con Putin en territorio ruso, en lo que será su cuarto encuentro desde enero. Witkoff, empresario reconvertido en negociador, ha sido el encargado de diseñar y mover las piezas del controvertido plan de paz impulsado por la Casa Blanca. Aunque el secretario de Estado Marco Rubio ha respaldado ese marco, su conocido historial de ataques contra Putin y Moscú lo ha relegado a un segundo plano en estas gestiones. Es Witkoff quien habla directamente con el Kremlin y quien representa la apuesta personal de Trump por un acuerdo personalista que redefina la posición de Estados Unidos en el conflicto.Ni amenazas ni súplicasPara Trump, el principal obstáculo no es la falta de voluntad, sino el peso de sus propias promesas. Vendió la idea de que bastarían 24 horas o 100 días y su intervención personal para imponer la paz. Pero a medida que el conflicto se prolonga, el presidente ha comprobado que ni las amenazas ni las súplicas directas bastan para torcer el brazo de Moscú o de Kiev. Su diplomacia, centrada en gestos unilaterales y mensajes en redes sociales, choca con la complejidad de una guerra profundamente enraizada. La insistencia en resolverlo todo desde su figura lo ha dejado atrapado entre dos Gobiernos que se resisten a ceder ante la presión pública y el personalismo de Washington.

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