«Mi madre me llegó a contar, con mucha pena, que cuando se enteró de que estaba embarazada de mí, se pasó varios días subiéndose a una mesa camilla y tirándose al suelo, para ver si me perdía». Brutal el arranque de las memorias de ‘Cristina Sánchez, mujer y torero’. «¡Cómo no iba a ser yo tan dura si ya tuve que luchar para sobrevivir desde que estaba en su vientre!», dice la segunda de cuatro hermanas, aquella niña tímida de Parla que se convirtió en una pionera en el planeta del toro, pisando la arena que quema y un destino que embiste sin preguntar con qué sexo se nace. «Nunca pensé que el toreo fuese solo cosa de chicos», asegura en su relato.Su padre, su máximo ídolo, le puso los pies en la tierra con una frase herrada a sangre y fuego: «Hija, si ser torero es difícil para un hombre, para una mujer es casi imposible». Y Cristina se aferró al ‘casi’. «Empecé más tarde de lo normal, porque mis padres no querían que torease y yo les tuve que demostrar que iba en serio; trabajé para no pedirles ni un duro (los salarios eran cortos en la familia). Esta profesión es muy costosa y los trastos son caros. Mi padre era un hombre de la época y me lo puso claro desde el principio, que esto era muy complicado. Era el que más me ayudaba, el que más estaba a mi lado y, también, el que más caña me daba. Y, con su ‘casi’, me dije: ‘Yo voy para delante’».Cristina Sánchez, en torero, posa en el patio de ABC con taconazo, de azabache y cinturón en oro. Hasta que no se retiró no incorporó ‘stilettos’ y maquillaje. «No iba a torear con churretones en la cara por el sudor», cuentaEntonces todo era triunfar «por cojones», «hoy es el día»… Sentencias muy crudas antes de dialogar con un toro que mata. «Las etiquetas duelen. Me llamaban valiente, pionera, pero también me cuestionaban constantemente. Nadie me enseñó a gestionar eso, así que avancé con una mochila de miedos y responsabilidades desde muy joven. Con el tiempo, aprendí a desprenderme de esos prejuicios, a no buscar ser ‘la mejor’ en todo. Mis hijos, que son también mis maestros, me ayudaron a entender que no estamos aquí para contentar a nadie. Tampoco quería transmitirles mis miedos ni prejuicios. Quise que encontraran su camino sin la presión que yo tuve. Les inculqué en el esfuerzo, en el amor propio y en no juzgar a los demás. Su presencia en Cuenca, viéndome torear, fue una lección para ellos y para mí. Me ayudaron a cerrar ese círculo taurino con orgullo», glosa.Noticia Relacionada TOROS documental Si Roca Rey: «Tengo muchos miedos: miedo al fracaso, miedo a la cornada, miedo a que me mate un toro» Rosario Pérez Dice que habla mucho con Dios. Es el número 1 del toreo, el que más expectación genera, el más taquillero, pero tantos son «los miedos y la presión» que reconoce tener ayuda de un ‘coach’ y no cree que esté «mucho tiempo» en los ruedos—Tras leer su libro, da la sensación de que su historia no estaba bien contada. ¿Fue el motivo de escribirlo?—Fui una mujer muy cuestionada. A medida que pasa el tiempo, que veo los toros a los que me enfrenté, los viajes y los entrenamientos, me siento más orgullosa de mi carrera y quiero que quede en la memoria de la gente mi historia contada por mí. Cuando me dicen lo de «qué mal te lo hicieron pasar», quiero que quede claro que ser torero es difícil tanto para una mujer como para un hombre. Me gustaría que le dieran más valor a lo que hice, no al hecho de entrar en un mundo de hombres y romper el techo de cristal, como dicen ahora. Disfruté de mi profesión, porque era vocacional, porque me sentía torero, porque soy torero. Todo lo que pasó no fue tan trágico como algunos piensan.—¿Cuál ha sido la mayor mentira que se ha contado sobre Cristina mujer y Cristina torero?—Ha habido muchas cosas. Me acusaban de tener una pareja mujer. Yo nunca salí a desmentirlo porque me daba pereza. También decían que no sorteaba, que me daban más facilidades. A veces hablo de una discriminación positiva, pero ponían unas etiquetas que no eran ciertas.—¿Por qué algunos se empeñan en pedir el ADN cuando el toro no lo pide?—Bueno, el ADN se pide en casi todo. No me gusta nada que pongan la tauromaquia como la profesión más machista, porque no lo es más ni menos que otras. Me tocó vivir un momento social en el que, quizá, el hombre tenía más poder que la mujer, pero yo iba a lo mío. Ahora se han invertido totalmente esos roles. Afortunadamente, nuestra profesión no es ni de hombres ni de mujeres; aquí el que te da y te quita es el toro. Mi mayor aliado siempre ha sido él. Si yo estuve tantos años delante del toro, fue porque demostré que triunfaba, que valía y que le hacía las mismas cosas que mis compañeros. Me han acusado de que me beneficiaba, ha sido un sambenito que he llevado siempre.Igualdad frente al toro «¿Qué o quién le impide a una mujer ser torero hoy? Todos tenemos los mismos derechos en estos momentos»Sánchez, la mujer torero número uno, no fue entre algodones y no le duelen prendas en asegurar que «la mayor crueldad» que sufrió fue «la de las mujeres, las mismas que levantaban más sospechas sobre lo que yo podía estar haciendo fuera de la plaza». —¿Alguna proposición indecente?—Nunca. Vivía rodeada de hombres, viajaba con mi cuadrilla, éramos un equipo. Y siempre hubo respeto. —¿El camino es el mismo entonces para un hombre que para una mujer?—Yo lanzo esta pregunta: ¿qué o quién impide hoy a una mujer dedicarse al toro? Apoderada, matadora, novillera, lo que sea… ¿Qué se lo impide? Porque todos tenemos los mismos derechos en este momento. Genéticamente somos distintos y creo que juntos, alfas y omegas, somos potentísimos. Cada uno tiene que saber cuáles son sus fortalezas y sus limitaciones. A partir de ahí, para la que quiera ser torero, hay muchas escuelas. Si quiere y se lo propone, hoy nadie le impide torear.—¿Y por qué no hay más mujeres?—Esto no es fácil ni para un hombre ni para una mujer; son muchos los chavales que se quedan en el camino. Es una profesión muy exigente, en la que te coge un toro, en la que te abre un muslo, en la que puede pegarte una cornada, en la que puedes morir.—¿Hay que estar dispuesto a morir?—Por supuesto. —¿Y no le asusta?—Antes no pensaba mucho en la muerte, quizás para protegerme. Ahora soy más consciente de que estamos de paso. He aprendido a mirar la muerte con cariño, no con miedo. La muerte me recuerda que la vida es un regalo, y hay que aprovecharla haciendo lo que amamos, ayudando a otros y sin pensar tanto en lo material.Aunque a Cristina Sánchez no le gusta alardear de sus logros, lo cierto es que hizo historia, y no sólo por su salida a hombros o su confirmación en un Madrid, sino por tantos recuerdos en los que sintió hablar con Dios. Contó con la bendición de los maestros que tanto venera, desde Julio Robles a Curro Vázquez , «que creyó en mí y siempre estuvo a mi lado». Fue Curro Romero su padrino de alternativa, con esa frase faraónica esculpida: «Si el toreo es caricia, las mujeres acariciáis mejor». La matadora madrileña sumó paseíllos y ganó dinero, aunque quizá su caché no estuvo a la altura de tanto como generaba. Salía en los informativos, copaba portadas, se subió al auge de los toreros mediáticos, la gente la reconocía por la calle e incluso la relacionaron sentimentalmente con Manuel Díaz ‘El Cordobés’, con un seguimiento del «corazoneo» para ver «si descubrían lo que nunca existió». Todo ello lo aborda en las páginas de ‘Mujer y torero’ (El Paseíllo). Como aquella rueda de prensa, de la que no está orgullosa, en la que anunció su retirada y se ahondó en vetos que en estas páginas cuenta tal y como los vivió.—¿Se sintió utilizada?—Me sentí manipulada por el entorno social y mediático. «Tienes que decir esto, que es mucho mejor». ¿Mejor para quién? ¿Para escudarse ellos o para salvarme a mí?Cuestionada «Me llamaban pionera, valiente… Pero fui muy cuestionada, sentí mucha presión y nadie me enseñó a gestionar eso»—¿Qué la llevó a dejar los ruedos?—Mi carrera no se frenó por ser mujer, ni por el machismo, ni por los vetos, sino por mi dificultad con la espada, que me desmotivó. En una profesión tan exigente, si no destacas, te quedas atrás, seas hombre o mujer.—La espada, como la de Damocles, «siempre en su cabeza…»—Me quitó la ilusión. Si hubiera tenido más facilidad para matar, mi carrera habría sido más larga. No fue una cuestión de valor, sino de impotencia, de no ser capaz de entrar con la suficiente decisión. Antes de caer en la amargura, decidí retirarme. Hay que ser sincero con uno mismo y el hecho de ser mujer no te da ninguna licencia especial para quejarte. Si queremos una igualdad, que lo sea de principio a fin. —¿Comparte el feminismo actual?—No tengo muy claro qué es. Porque no parece feminismo, sino ir contra el hombre. Lo que sí sé es que lo que he conseguido ha sido sin especular con mi condición de mujer, sin gritar ni ofender. He llegado donde he llegado con mis cualidades, con esfuerzo y con el propósito que tenía: ser matadora de toros. Esto es como los valores, que no se cogen y se sueltan según convenga. Tampoco me gusta el animalismo actual.—Ese animalismo llama asesinos a los toreros. ¿Se considera asesina?—Yo no soy ninguna asesina. Me repulsa, es totalmente ofensivo. Nosotros damos un valor extraordinario al toro.—Simón Casas, su apoderado, tiene la teoría de que a la mujer le cuesta más la hora final porque su vientre está hecho para dar vida y no para matar.—Simón es una persona muy inteligente y hacía alusión a la distinta naturaleza. Pero aquí no había excusas: no era una gran espadachina. —En una de las cornadas que sufrió, se le desplazaron la matriz y los ovarios. ¿Temió por la maternidad?—El médico me dijo que todo se había puesto en su sitio y que no me afectaría para ser madre, pero en ese momento yo ni había pensado en eso. Es verdad que yo quería ser madre y formar una familia, pero no veía viable compaginarlo con el toreo en activo. Llegada la hora, quiso dar a luz sin epidural: «Yo, como las mujeres de antes, al natural». Pero los dolores eran terribles. «Cuando me rompieron la bolsa, la matrona no fue nada delicada». Le hablaban de dolor, a lo que ella, con cornadas que tatúan su piel, respondía que no le iban a explicar lo que era el dolor. En el otro parto también hubo un fallo, «se había salido la aguja del catéter y perdí los nervios; me moría de dolor».—Ya con sus dos hijos crecidos sorprendió con su reaparición en Cuenca. ¿De verdad fue el paseíllo más importante de su vida?—Sin duda. Fue un día mágico, aún se me pone la carne de gallina. Eso solo lo podemos sentir los toreros. Soy una mujer, soy madre, soy torero. Lo tenía ahí dormido, pero me seguía y me acompañaba. Lo disfruté sin ninguna presión. Y eso que tuve que luchar contra todos, porque mi entorno me decía que si estaba loca, que solo tenía cosas que perder. Por suerte, conté con el apoyo de mis hijos. Soy muy concienzuda y donde pongo el foco allá que voy. En esos seis meses de preparación, ellos aprendieron una barbaridad, a conocer la dificultad y la entrega de esta profesión. Y seguro que en algún momento intuyeron cómo había sido la vida que había llevado su madre. Fue una lección de vida tan grande, con todos esos valores del toreo que Antonio y Alejandro veían, que solo ya por eso mereció la pena. El abrazo que nos dimos en la plaza nunca se me olvidará. Como la cara de los pequeños del Niño Jesús (la corrida fue benéfica). Esos niños y sus familias me pusieron los pies en la tierra. Siento una gratitud inmensa.Reaparición «La tarde de Cuenca fue la más mágica. Mis hijos me apoyaron y esos meses intuyeron cómo había sido la vida de su madre»Ese capítulo es uno de los momentos imborrables de las páginas de ‘Mujer y torero’, su vinculación a la Fundación Aladina, sus charlas, ese viaje interior para conocerse a sí misma, su preocupación por los chavales «en una época de grandes cambios sociales, con las redes y la confusión, con los jóvenes desorientados, por lo que hay que ayudarles en el día a día en casa». Cristina alzó una colección de valores que opacan lo común del día a día. Aunque esa realidad también golpeara su puerta cuando se despidió de los ruedos: «Fue un ‘shock’ tremendo. Hasta las conversaciones de las mamás del cole de mis hijos se me hacían raras, hablaban de la compra, de poner lavadoras… De cosas que yo no había hecho nunca, inmersa en mis viajes y mis entrenamientos». Tanto que se emocionó la primera vez que quedó para tomar un café: «Ya tengo una amiga». Y esas mamás ocuparon los tendidos de Cuenca, con el orgullo de su familia de sangre y de la elegida. Feminismo de hoy «No parece feminismo, sino ir contra el hombre. Ser mujer no te da una licencia especial para quejarte»Cristina, con una querencia mexicana –tuvo dos romances, uno que califica como «tóxico», en una tierra donde «me adoraban como una estrella del rock»–, encontró el amor verdadero en un portugués, Alejandro da Silva. ¿Cómo supo que era el indicado? «Alejandro era diferente. No hablaba solo de toros; tenía otras inquietudes: negocios, idiomas, cultura… Con él descubrí que podía conversar sobre cosas más allá del toreo, algo que necesitaba. Fue un apoyo sin asfixiarme, me dio espacio para crecer. Conectamos rápidamente y su mentalidad abierta me trajo calma en un momento de cierto conflicto personal». Aunque trataron de ocultarlo, el resto de la cuadrilla les acabaría ‘pillando’ en una época en la que ya era tiempo de que su padre se apartara y tomar las riendas de su propio sendero. «Fue duro, pero necesario». Tuvo entonces que tragarse esas palabras de que nunca estaría con alguien del mundo taurino. «Aprendí eso de no diré lo de ‘jamás haré…’». Porque Cristina se casó con un torero y vive a medio camino entre España y Portugal, «lo que nunca había formado parte de mis planes, y ahora tengo una familia maravillosa».—¿A su madre le ha perdonado lo de la mesa camilla?—Nunca he sentido que tuviera que perdonarle nada. A mi madre la admiro muchísimo, la abrazo con amor, y desde que fui madre la entiendo aún más. —¿Veremos un último paseíllo?—No está en mis propósitos, no lo contemplo, pero prefiero no decir un ‘no’ tajante, que luego la lío…—¿Se siente en paz?—No sé si en mi vida ha habido paz alguna vez, pero estoy feliz. Llevaba tiempo impartiendo conferencias motivadoras, compartiendo mi experiencia. Me apasiona conectar con las personas y ayudar a través de mi historia. Tras formarme en disciplinas como la programación neurolingüística, sentí que era el momento de ordenar mis vivencias y plasmarlas.Parto «Yo quería parir como las mujeres de antes, sin epidural. Como torero, ya sabía lo que era el dolor, pero fue terrible y perdí los nervios»—¿Duele ese proceso de autodescubrimiento?—Claro que es doloroso, pero a la vez liberador. Me ha permitido conocerme profundamente, mirar hacia mi interior y ordenar mi vida. Descubrí que lo que criticamos en otros es un reflejo de nosotros mismos. Aprendí a no juzgar, a ver la vida de una forma más bella. No se trata de estar siempre ‘happy’, sino de valorar lo positivo y elevar la conciencia para crecer.—¿Este libro ha sido una terapia?—Un poco sí; me he quitado una mochila de prejuicios. Creo que todos necesitaríamos terapia. Los toreros empiezan de niños y los tratan como hombres enseguida. Hay que gestionar muchas cosas: dejar el hogar, los triunfos, los fracasos…—¿Qué poso le gustaría que dejara en los lectores?—Espero que descubran mi verdad, mi pasión por el toreo y mi lado humano. No es una historia de victimismo, sino de superación y autenticidad. Quiero inspirar a otros a mirar hacia dentro, a quitarse etiquetas, a vivir con ilusión, a no pensar tanto en lo material, a demostrar que estamos en pleno cambio siempre y que los sueños y las metas se alcanzan con trabajo y disciplina. En mi caso, el voluntariado fue clave para transformar mi mentalidad y la corrida de Cuenca el eslabón que me faltaba para cerrar el círculo y tomar las riendas de mi vida, que dicen que hay muchas y en cada una aparece un maestro.—¿Volvería a ser torero en otra vida?—Sí, una y mil veces.Vetos: Joselito, Rivera Ordóñez y un tercero que no lo reconoció—¿Qué hay de cierto de los vetos?—No voy a negar una evidencia: los vetos existieron, pero no fueron tantos como la gente cree. Cuando salía un veto, parecía que me habían vetado todos. Algunos toreros, una minoría, no veían bien torear con una mujer, pero el 95% sí quería compartir cartel conmigo. Hay dos, como digo en el libro, que han tenido el valor de reconocerlo y un tercero que no lo ha dicho.Los dos que dieron la cara fueron José Miguel Arroyo ‘Joselito’ y Francisco Rivera Ordóñez. «José, que me imponía tanto y me hacía siempre sentirme pequeña a su lado, me lo reconoció incluso con esa naturalidad propia de un tío tan legal como es él, sin la soberbia y la impostura de otros. Para mí, chapó. En cambio, el tercero de ese grupo reducido, a la chita callando, también se negó rotundamente a torear conmigo, aunque nunca me lo haya querido reconocer. Y los dos lo sabemos», escribe en un libro apasionantísimo, que engancha como la mejor de las series, en un texto en el que se reconoce en cada palabra la voz natural de Cristina Sánchez y en el que ha colaborado el periodista Paco Aguado , con el sello de El Paseíllo.Tampoco pasa por alto la polémica que se suscitó con Mari Paz Vega después del insólito hecho de que una mujer ejerciera de ‘madrina’ en una alternativa. «Después de la tarde de Cáceres, aún volvieron a intentar que toreásemos juntas, pero esta vez quien se negó fue Simón Casas, que ya sabía que a mí no me gustaba nada aquello del ‘solo mujeres’». Cuenta que la malagueña no entendió que defendiera su carrera profesional «como creía que debía hacerlo, igual que ella intentaba defender la suya o que lo hacían otros matadores con respecto a mí». Porque lo de no querer torear con uno u otro tampoco es cuestión de sexo.

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