Allí, entre pasillos saturados por el hedor persistente del diésel, la orina y el sudor humano, se apagó la figura del hombre que había doblegado a Francia y se había burlado del continente. En aquel cubil asfixiante llamado ‘Führerbunker’, y bajo una gloria fingida, terminó el delirio que había teñido de sangre medio mundo.Construir el leviatánNo fue cosa de una semana; el alumbramiento de la fortaleza de Hitler bajo las calles de Berlín arrancó mucho antes. Joachim Fest, autor de ‘El hundimiento’, sostiene que fue en 1933 cuando el Führer ordenó «hacer una serie de reformas en la Cancillería» que incluyeran «la construcción de un subterráneo tipo búnker». Tardaron un poco en cumplir sus deseos. Tres años después, se edificó bajo el salón de actos ubicado en los jardines un refugio antiaéreo que, en los meses posteriores, y cuando se levantó la nueva Cancillería, fue ampliado. Tras el estallido de la guerra en 1939, se construyó un túnel que conectó los suburbios de la sede del gobierno con este refugio, bautizado como ‘Vorbunker’.Sus discretas dimensiones se mostraron insuficientes para un Hitler al que el desastre del Reich en Moscú sumió en el escepticismo. Así, en 1941, el Führer encargó construir otro refugio más amplio y profundo. Su arquitecto personal, Albert Speer, tomó la decisión de levantarlo a continuación del ‘Vorbunker’ y utilizar este como una suerte de antesala o ‘Antebúnker’. El complejo por edificar sería lo que hoy conocemos como ‘Führerbunker’, y se determinó que estaría formado por una veintena de habitaciones cubiertas por entre 2,2 y 4 metros de hormigón. Las obras comenzaron ese mismo año y, como demuestran las imágenes tomadas por los Aliados tras su conquista, continuaban en 1945.full-width Antesala (Vorbunker)No abundan los testimonios de primera mano sobre este complejo subterráneo. Uno de los más fiables es el de Hugh Trevor-Roper, el cronista enviado por el gobierno británico para dar cuenta de los últimos días de vida del régimen de la esvástica. En su informe posterior, el también historiador confirmó que al ‘Vorbunker’ se accedía desde el recibidor de la cocina de la nueva Cancillería. Tras un laberinto de túneles, una puerta hermética llevaba a la guarida de hormigón.Los redactores de ‘After the battle’, que visitaron el búnker antes de que fuera demolido , afirman en ‘La última visita al escenario del suicidio del Führer’ –editado en español por ABC en los años 80– que la entrada daba acceso a un corredor del que salían doce habitaciones «del tamaño de un armario grande de pared». Seis a cada lado. «Se empleaban para ocupar los ratos de ocio y como alojamiento del servicio», añaden. En ellas, confirma Trevor-Roper, se amontonaban «los más diversos objetos», se acomodaban los criados y se situaba la ‘Diätküche’, la cocina en la que se preparaban los platos vegetarianos del Führer. La chef, Konstanze Manzialy, se contaba entre las mujeres más apreciadas del dictador. Otros de los habitáculos sirvieron, además, de depósito de equipajes, cantina, bodegas y despensas. Todo dependía de las necesidades del momento. Las paredes estaban huérfanas de decoración, lo que, junto con unos techos bajos, aumentaba la sensación de claustrofobia . El final del corredor principal era utilizado como comedor por los soldados y daba acceso a una escalera por la que se bajaba al ‘Führerbunker’.Cartel: Edificio de oficinas exclusivo para miembros de la Cancillería del ReichLa guarida (Führerbunker)Fue en este segundo piso, más profundo si cabe, donde Hitler y sus íntimos hampones hicieron vida durante los estertores del Reich. Tras descender, el visitante se topaba con un pequeño recibidor que custodiaba una puerta acorazada. Detrás de ella, se extendía un complejo que, en palabras de Trevor-Roper, contaba con «18 habitaciones, todas ellas pequeñas e incómodas, y un pasillo central» que dividía en dos la estancia. En líneas generales, las descripciones que aporta el británico coinciden con las que ofrecieron los servicios de inteligencia soviéticos en un dossier elaborado para Iósif Stalin tras la Segunda Guerra Mundial. «No se podía soñar con un contraste mayor que el existente entre la enorme amplitud de los salones de la nueva Cancillería», añade el británico.full-width Hitler vivió una irrealidad en sus últimos días. El 27 de abril ideó un plan para liberar Berlín. A las 16.00, ordenó a los generales Steiner, Wenk y Busse que avanzaran hacia la capital para romper el cerco. En su cabeza, contaban con ejércitos operativos y numerosos. La realidad era que sus tropas estaban muy diezmadas. Cuando, a medianoche, recibió la noticia de que la operación era imposible, montó en cólera. «La historia juzgará con desprecio a los hombres que no hayan dado lo mejor de sí mismos», espetó. El 29 fue un día negro en el búnker. Tras decidir que no huiría de Berlín, Hitler hizo envenenar a las 16.00 a Blondi, su pastor alemán. En la práctica, su muerte le permitió verificar que las ampollas de cianuro que le había entregado Himmler funcionaban. El Führer, que en otro tiempo se había fiado del líder de las SS, sospechaba ahora de él. Sentía pavor ante la posibilidad de que aquellas pastillas fueran falsas y que los soviéticos le atraparan. El 30 fue el día final, y en él se demostró el miedo que tenía a Hitler al fallo de la ventilación. «Mis generales me han traicionado. Mis soldados no quieren continuar. Y yo no puedo seguir. Podría aguantar en el búnker unos días más, pero tengo miedo de que los rusos nos arrojen gas. Tenemos extractores, pero no me fío. No me quiero ni imaginar qué pasaría si me cogiesen vivo», afirmó a Hans Baur, uno de sus pilotos. Para entonces los generadores ya daban problemas. Ante la cercanía de los soviéticos, Hitler dictó su testamento privado. «Después de seis años de guerra, que pasarán un día a la Historia como la más gloriosa y alta demostración de firmeza de carácter de una nación, no puedo abandonar la capital del Reich», afirmó. Para entonces, ya había decidido que se suicidaría y que sería quemado. «Muero feliz en cuanto soy consciente de la grandeza de todo lo que nuestros soldados han hecho. Os expreso mi agradecimiento». A las 13.50, los soviéticos asaltaron el Reichstag. Todo estaba perdido. A las 14.00, Hitler hizo su última ronda de despedidas entre los sollozos de sus allegados. A las 15.30, marido y mujer entraron en su habitación. Eva se quitó la vida con cianuro; él prefirió la seguridad de su pistola. Minutos después se escuchó un disparo. Los oficiales nazis abrieron la puerta. Braun se encontraba con la cabeza apoyada en la esquina de un mueble. El cuerpo del dictador permanecía inerte. Goebbels pasó sus últimos días con Hitler. El ministro de Propaganda, nombrado Canciller del Reich en el testamento, rechazó rendirse a los Aliados el 1 de mayo. Sabía cuál sería su destino si era atrapado. «Estamos tan enredados, sobre todo en la cuestión judía, que no tenemos escapatoria». Esa misma tarde reunió a sus seis hijos y les dio una pastilla de cianuro. Poco antes, el médico les había aplicado una inyección de morfina. Acto seguido, él y su mujer, Magda, se pegaron un tiro en la sien. Existen muchas versiones sobre lo que ocurrió después. Según los británicos, dos miembros de las SS entraron en el cuarto y envolvieron el cadáver de Hitler con una manta para que no se le viera la cabeza ensangrentada. En la práctica, apenas se le distinguían sus zapatos. Otros dos soldados le subieron hasta la salida de emergencia. Después, le tocó el turno a Eva. Los días posteriores se desarrollaron entre la locura y el desconcierto. El grueso de los soldados abandonaron el búnker. El 2 de mayo, las tropas soviéticas entraron en la Cancillería y en el complejo subterráneo. Allí capturaron al almirante Hans-Erich Voss, representante personal de Karl Dönitz, el sucesor del Führer. También se hicieron con una carpeta de documentos de Estado y una copia del testamento del dictador. Una vez fuera, los cadáveres fueron introducidos en un hoyo y quemados con los dos centenares de litros de gasolina que habían sido extraídos de los coches del párking de la Cancillería. Las crónicas afirman que su tumba fue un socavón provocado por una bomba. Sin embargo, las imágenes parecen indicar que era una zanja excavada por los obreros. Tras ser hallados, en mayo de 1945, los restos fueron enterrados de forma provisional en un bosque cerca de la ciudad alemana de Rathenow. El objetivo era evitar que su lugar de descanso eterno se transformara en un centro de peregrinación. A partir de ahí iniciaron un periplo por media Europa.Créditos Texto: Manuel P. Villatoro Infografía: Julián de Velasco, Javier Torres y Marcos Jiménez

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