Los relojes-joya históricos que marcan los tiempos en el Senado

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Los relojes-joya históricos que marcan los tiempos en el Senado

Casi una treintena de relojes históricos adornan las salas del Senado. Muchos de ellos llegaron cuando se montaba y decoraba el palacete que alberga la Cámara Alta y, en general, apenas se han movido de su emplazamiento original. Son auténticas joyas, por su valor material y artístico, que además destacan por su asombrosa precisión. Y no es ajeno a ello el hombre que cada semana recorre las salas del palacio poniéndolos al día. Son los relojes que marcan el tiempo en el Senado, y ahora un libro de la historiadora del arte Amelia Aranda ha desentrañado la trayectoria de cada uno de ellos. Alberto Barba Huerga, de Cronoworld, ha nacido entre relojes: su padre, Amadeo Barba, fundó la legendaria Relojería Cronos. «Tiene 100 años y sigue yendo al taller», comenta. Él mismo, comenzó con 16 años en el oficio «y ya tengo 58; no quiero ni echar la cuenta». Una vez por semana, «haga frío, sol o nieve», Alberto recorre los tres kilómetros que separan su tienda del Senado, y penetra en el edificio para iniciar su ritual entre relojes históricos. Una rutina que nunca cambia, «sigo el mismo orden, para no olvidarme de nada».Se coloca en los dedos pulgar, índice y corazón sus dediles de plástico «para no dejar huellas: en las pletinas de los relojes de bronce, si tocas se imprimen las huellas dactilares por siglos. Sería una idea romántica, investigar quién estuvo arreglando cada reloj…».Noticia Relacionada estandar Si El tiempo se para en la Puerta del Sol por revisión del reloj Sara Medialdea El histórico reloj se está desmontando. En unos días se detendrá su movimiento, y las agujas quedarán detenidas, por primera vez en casi 30 añosLo primero es hacer un chequeo en las maquinarias, ver si hay alguna anomalía de funcionamiento. «Suelo ir los viernes, y una de dos, o muy pronto, o muy tarde». La inspección le lleva alrededor de hora y media, e incluye, como no podía ser de otro modo, darle cuerda a todos los relojes a mano. En esto, le sale el consejo profesional: «No se cuentan las vueltas; los muelles se pueden romper, pero es peor no darle toda la cuerda: los relojes están ajustados para funcionar con plenitud de carga».Desviación mínimaEntre sus quehaceres, está también el de engrasar las maquinarias, y limpiarlas. Y hacerse con el stock necesario para reparar relojes que, en ocasiones, tienen más de 180 años de antigüedad. «A veces hay que fabricarlas, o rectificarlas». Un trabajo artesano también, pero para el que tienen auxilio técnico: «En relojería hay una máquina para todo, una herramienta para cada cosa. Pero tiene que estar bien calibrada, y tener la habilidad de colocar correctamente las piezas», remacha.Precisión es la palabra más vinculada a la vida de los relojes, y estos históricos, pese a sus muchas décadas e incluso siglos de funcionamiento, siguen manteniendo su exactitud. «Es que aquí no hay obsolescencia programada; se pensaba al contrario, en que las cosas duraran lo más posible», cuenta Alberto Barba. Es asombroso descubrir que en estas maquinarias «la desviación horaria es de menos de un minuto semanal».Reloj del león, el más antiguo del Senado: al menos, de 1839; Reloj de sobremesa con Temis y Astrea, de Raingo Frères; y la historiadora Amelia Aranda con el libro que acaba de publicar sobre su investigación JAIME GARCÍATambién asombra saber que los cambios climáticos influyen en el funcionamiento de los relojes: el calor, el frío, la humedad… «Llevan aceite en los ejes de giro; si éste se densifica, o si queda más fluido, el funcionamiento de la máquina es distinto. Y también la presión atmosférica hace que funcionen distinto los péndulos», aclara.Amelia Aranda se ha pasado el último año perdida también entre los relojes del Senado, estudiando cada uno de ellos y buceando en los archivos para buscarles la pista y trazar su biografía completa. Esta historiadora del arte, relojera histórica y conservadora de la colección de relojes de Patrimonio Nacional le ha dedicado muchísimas horas –junto a la maquetadora Mari Cruz Marcos– a elaborar un completo libro que recoge las historias de las cerca de 25 joyas de la relojería concentradas en el edificio. Al igual que le ocurre a Alberto Barba, a Aranda le cuesta elegir uno solo de los relojes del Senado. Antonio duda entre el de tipo tournant, de porcelana de Sèvres, situado en los despachos de honor, y que no tiene agujas ni esfera, sino que marca las horas y los minutos en unos discos o anillos horarios; y el reloj del león, el más antiguo de la casa.En un cuadroEste, recuerda Amelia Aranda, es muy singular además porque aparece pintado en un cuadro, el de ‘La coronación de Quintana’, de Luis López Piquer, fechado en 1855 y expuesto junto al lugar en que se ubica el reloj. «Pero cuando estábamos casi acabando el libro, descubrimos que ya aparecía reflejado en un inventario de 1839, por lo que sabemos que es al menos de esa época».En su estudio de la ‘trazabilidad’ de cada reloj del Senado, la historiadora del arte y conservadora ha localizado unos 25 de estos, una colección cuya vida, según ha averiguado «ha sido paralela a la de la Cámara Alta: están muy unidos a la decoración del edificio».La moda de coleccionar relojes se produce cuando éstos comienzan a ser necesarios para «controlar las rutinas diarias»; por eso se colocan en espacios emblemáticos y en los despachos. En su investigación exhaustiva, se ha topado con «muy pocas facturas de compras», pero con muchas referencias a las quejas de los relojeros porque cobraban poco y cada vez tenían que mantener y reparar más relojes. Se queja de ello Francisco Yebra y García, relojero del Senado desde el 1 de abril de 1842, que afirma cobrar «41 reales y 22 maravedíes mensuales» y pedía llegar hasta los 50 reales al mes. Tras la Gloriosa Revolución, vuelven los relojeros al Senado: en febrero de 1876 son Fanjul y González, con tienda en la calle del Carmen, que cobraban 12 pesetas y 50 céntimos al mes pero se lamentan de que en los ministerios llegan a las 500 pesetas al año, y en el Congreso, a 375.El relojero Alberto Barba en el reflejo del espejo que hay tras uno de los relojes que repara Jaime GarcíaPasear entre relojes, conociendo su historia, por los pasillos del bello palacio del Senado es tropezarse con mil y una anécdotas. Como la que recuerda Alberto Barba, del reloj de bronce de estilo Luis XVI, de Japy Frères et Cie, dorado al mercurio con la figura de Neptuno, tratado con un procedimiento que «provocaba saturnismo, por intoxicación a causa del mercurio; ahora está prohibido usar este procedimiento».La mayor parte de los relojes son de la llamada ‘máquina París’, un modelo manufacturado que comenzó a hacerse célebre en el siglo XIX. Y aunque muchos de ellos son de origen francés, también los hay españoles: concretamente, de la Casa Girod, una fábrica relojera madrileña, situada en la Fuente del Berro, que «colaboró muchos años con el Senado» en este capítulo, según ha documentado Amelia Aranda.El más antiguo de los relojes, el del león, está colocado junto a un cuadro, ‘La coronación de Quintana’, donde apareceUno de sus favoritos, confiesa, es el reloj que forma parte de una chimenea: «Nos costó mucho saber qué era, no sabemos cómo había llegado y desde luego es único, no hay ninguno parecido». Consultando con colegas de la universidad, logró que Miguel Ángel Elvira la pusiera sobre la pista sobre la decoración: «Esa es Procne». La historia, señala Aranda, «encajaba, pero podía ser también Dido». Aún con el misterio que le rodea, no cabe duda de que este reloj, como lo describe la conservadora, «es monumental, majestuoso, espectacular».Otra de estas joyas que le resulta especialmente evocadora es un reloj «igual a uno que hay en Patrimonio Nacional», que representa a Temis y Astrea, «la justicia divina y la humana». Pero sin duda entre las historias relojeras que sobrevuelan el Senado, tal vez la más curiosa sea la del (inexistente) reloj de la fachada que da a la plaza de la Marina Española. «El arquitecto dijo que no había sitio para ponerlo, que rompería la estética. Se le encargó a Girod, y hubo todo un tira y afloja sobre si se terminaría instalándolo o no». No se hizo, como puede apreciarse, pero el misterio aún continúa sobre el encargo.Un encargo perdidoPor último, un reloj que une al Congreso –también con una magnífica colección relojera– y al Senado: Ambas instituciones están unidas por un encargo que hizo Isabel II, un reloj astronómico –que informaba también de las posiciones de astros y constelaciones–, al maestro Alberto Billeter. «Estuve investigándolo mucho tiempo, y apenas unos minutos antes de iniciar una ponencia sobre el tema –cuenta Amelia Aranda–, repasando la documentación encontré una carta en francés en la que Billeter se quejaba de que llegó desde Barcelona con el reloj» pero nadie parecía quererlo. «Le daban largas», explica. El artesano se lo ofreció al Congreso, que se lo compró, y de hecho lo conserva como una de sus mayores joyas.La experta ha localizado muy pocas facturas, pero muchas cartas de quejas de los relojeros por lo poco que les pagabanSe pidió entonces otro igual para el Senado, «pero tampoco aparecía; llegó la Gloriosa Revolución y el encargo, que era de la reina, decayó». Alguien se hizo con él, en todo caso, y ahora está en la Real Sociedad de Ciencias y Artes de Barcelona.Para quien tenga curiosidad, el Senado organiza visitas guiadas y gratuitas, a diario, que pueden reservarse en su página web.

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