Entre el universo seco y duro de la literatura de Rafael Chirbes y la sensibilidad delicada de Celia Rico parece haber un abismo que, sin embargo, no existe. La directora sevillana se ha traído a su mundo ‘La buena letra’, la novela que el valenciano escribió en los años 90 sobre la dignidad del sacrificio de una familia en la posguerra. A través de Ana, la protagonista -interpretada por Loreto Mauleón-, Celia Rico recoge las secuelas de una represión tan íntima como compartida, y la enfrenta a Isabel (Ana Rujas), su cuñada, que prefiere dejar atrás la abnegación para buscar un futuro sin perder su integridad. Llega así Celia Rico (Sevilla, 1982) a su tercer largometraje tras la sorpresa de ‘Viaje al cuarto de una madre’ y su reverso materno filial, ‘Los pequeños amores’. Sin despegar su cámara de las relaciones familiares, la sevillana abre el foco para retratar todos los mundos que se escondían en las casas de la posguerra. «Son películas cocinadas a fuego lento, donde poquito a poco, poquito a poco, se van generando capas, y confío en que el espectador rellene la película», explica la cineasta, en un hilo que la ata a Chirbes.¿Cómo es el vértigo de adentrarse en el universo de Chirbes?Es tan complejo…, y sabes que hay tantísimos lectores que admiran su trabajo y que van a ver la película esperando encontrarlo ahí… Lo que más me gustó del ejercicio de adaptarlo era no tanto ser fiel a todo lo que ocurre en la novela como serlo al espíritu y a las sensaciones que a mí me dejó la lectura. Fue muy estimulante quedarme con algunas frases de la novela en las que había contenida alguna idea o alguna imagen que no tenía un mayor desarrollo luego, pero que apuntaba a algo que me parecía una gran contradicción de un personaje o de la época. En esas frases había un espacio, que en realidad es el espacio que me deja Chirbes como lectora para imaginar, y hay algo ahí que me apela, me conmueve y me hace imaginar posibilidades. Lo interesante del universo de Chirbes es que te da pie a seguir creando, a seguir tirando del hilo.Como «La buena letra es el disfraz de las mentiras…»-Es una frase compleja que tiene que ver con la mirada de Chirbes, la mirada siempre crítica y que siempre desconfía de lo que damos por hecho, como cuando desconfiaba del mundo de la cultura y al que, una vez llegó, lejos de acomodarse, siguió poniendo en cuestión. Porque como él decía, detrás de toda riqueza hay un crimen originario.La protagonista escribe con esa «buena letra»…-Esa caligrafía que imita el personaje de Ana es propia de la que se avergüenza porque piensa que quizás ese lugar de la cultura y de la belleza lo tienen que ocupar otras personas y no ella; y, sin embargo, en la palabra culta, en la palabra bonita, también hay mentiras, y en esas mentiras se generan grandes injusticias. No hay que conformarse con lo que a simple vista parece hermoso. Enfrente, Isabel no se avergüenza de querer vivir mejor.Podría parecer que Isabel, la cuñada, quiere escapar de la miseria y traiciona los ideales de esa familia, que se coloca del lado del mal. Y en el fondo, si estuviéramos en su lugar, ¿qué opciones quedan? Quedarse del lado del sacrificio puede parecer muy ejemplar, y ojalá todo el mundo se moviera desde esos actos generosos y bondadosos, pero que no sean a costa de sacrificarse a uno mismo, de no respetarse a uno mismo. Y cuando Isabel decide no repetir ese rol de mujer abnegada, no la entienden, porque la posibilidad de hacer algo distinto no existía y encima era juzgado. Ana Rujas y Loreto Mauleón, en la película ABC¿Hacer un cine pausado, reflexivo, en época de TikTok, es un acto revolucionario?Quizás sí, pero no hay detrás una idea de ser valiente, ni una idea de hacer algo a contracorriente. No, hay un deseo de darle espacio y tiempo a lo que para mí tiene valor, y de confiar en la capacidad del espectador de rellenar una película con su mirada, con su sentir, y que todo eso tenga lugar en una sala de cine. No hacemos películas para anestesiar a la gente. Hacemos películas para formularnos preguntas, para entendernos mejor, para devolverle quizás a alguien algo de su experiencia o activar algún resorte para que se sienta comprendido. Y para mí todo eso tiene que ver con un ejercicio que para nada tiene que ver con la velocidad, sino tiene que ver con la calma, con el poder observar. Qué bien nos iría un poquito de silencio. Porque vivimos ensimismados en una pantalla, y al final esa pantalla no es más que un espejo donde miramos pero donde solo nos vemos a nosotros mismos.

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