Es en situaciones tan extremas como la registrada este lunes, con un fulminante apagón que pasado el mediodía paralizó las redes comerciales y de transporte, los centros de trabajo y las dependencias públicas, cuando la sociedad busca amparo en el Estado , recurso último que en muy contadas ocasiones se hace imprescindible en el ámbito de las democracias liberales y en una cotidianidad en la que prima el individualismo sobre la Administración, considerada un obstáculo antes que un asidero. Ninguna nación desarrollada está preparada para superar sin traumas un corte del suministro eléctrico como el que ayer sufrió la península, incluida Portugal y parte del sur de Francia, pero tampoco para permanecer durante horas en la penumbra de la desinformación, caldo de cultivo de la especulación, la desconfianza y el miedo. La lección de civismo que desde primera hora de la tarde dieron los españoles, víctimas de una crisis inédita en nuestro entorno y nuestro tiempo, vuelve a ser la mejor noticia de una jornada, negra en forma y fondo, de la que no solo España, sino el resto de países desarrollados, conectados a unas redes globales que colapsan tras un apagón eléctrico, pueden y deben extraer lecciones.El silencio del Estado, representación gráfica y máxima de un caos cuya magnitud fue creciendo según pasaban las horas, fue la peor señal para una nación sobrecogida por la incertidumbre y desconectada de las comunicaciones –familiares, laborales, informativas– que proporcionan seguridad y estabilidad a los ciudadanos, ayer depositada en un Ejecutivo a cuyo prolongado silencio –seis horas de espera desde que España quedó a oscuras– se suma la desconfianza que el propio presidente del Gobierno ha generado en los últimos años con sus comparecencias públicas, siempre impregnadas de tacticismo. La lección de prudencia de la sociedad, que no esperó a que las recomendaciones de los organismos públicos la guiaran a lo largo de una jornada marcada por la improvisación, contrasta con la escasez de reflejos del Ejecutivo a la hora de transmitir la calma necesaria para sobrellevar los rigores del apagón y la incomunicación de los ciudadanos, no solo con sus círculos más cercanos, sino con un Estado silente, aparentemente apagado. No había respuestas en medio del corte de suministro, ni siquiera cuando Pedro Sánchez compareció en La Moncloa para tratar de transmitir un mensaje de sosiego, reconocer que el Ejecutivo aún desconocía las causas de la crisis y asumir su responsabilidad –no podía ser de otra manera– y ponerse al frente de una emergencia nacional que desde el primer momento había llevado a tres comunidades autónomas a pedir la ayuda del Gobierno.Como dijo Sánchez en su alocución, programada a media tarde, cuando la electricidad volvía a fluir por algunas zonas de la península, ya habrá tiempo de conocer las causas de un desastre que no solo ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad de las sociedades desarrolladas, sino que revela la complejidad de la maquinaria tecnológica que las sostiene, incapaz de ofrecer un diagnóstico rápido y certero sobre el origen de un caos como el de este 28 de abril. Más allá de la angustia social, de los dramas particulares de cada afectado por la desconexión eléctrica, las pérdidas económicas provocadas por el apagón tardarán en ser evaluadas, hasta completar una factura que en función de la causa del desastre podría representar una factura impagable para sus responsables. Sin «información concluyente», como también confesó Sánchez, tiempo habrá para determinar qué falló o qué hizo fallar, hasta el colapso más absoluto, una red eléctrica desplomada de norte a sur en cuestión de minutos. Tiempo habrá, como dijo el presidente del Gobierno con ocasión de la riada de Valencia y repitió este mismo lunes, de determinar las causas y depurar las responsabilidades, técnicas o de seguridad , en una crisis que de manera provisional se salda con la enésima lección de civismo de una población que lleva muchos años sobreponiéndose a las crisis más adversas y sobrevenidas y la también recurrente ausencia de un Estado que, materializado en el Gobierno de la nación, muestra más reflejos a la hora de diseñar su estrategia de supervivencia particular que cuando toca mostrar ese ‘escudo social’ bajo el que los ciudadanos buscan protección y respuestas en un tiempo convulso. Tiempo habrá de reflexionar, cuando se haga la luz, sobre la «información concluyente» que anuncia el jefe del Ejecutivo.

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