La escena, solemne y teatral, parecía salida de un fresco bizantino. En el Salón Este de la Casa Blanca, bajo candelabros de cristal y rodeado de cortinajes dorados, el arzobispo Elpidophoros, primado de la Iglesia Ortodoxa Griega en América, se acercó al presidente Donald Trump con una gran cruz dorada decorada con iconos esmaltados.Alzándola frente a los presentes, proclamó: « Me recuerda usted al gran emperador romano Constantino , quien fundó Constantinopla, mi ciudad natal, conocida hoy como Estambul». Luego le entregó la cruz, deseándole que le guiara como una vez guió a Constantino.Trump, divertido y algo sorprendido, tomó la cruz entre las manos y comentó sonriendo: «¡Vaya! ¡No sabía nada de esto!».Noticia Relacionada estandar Si Efecto Trump: participación histórica en las elecciones de Canadá David Alandete | Enviado especial a Ottawa (Canadá) La izquierda acaricia la mayoría que le permitirá perpetuarse inesperadamente en el poder tras una décadaAquel 24 de marzo de 2025, Donald Trump fue simbólicamente ungido bajo la mirada atenta del retrato de George Washington , el presidente que rompió con la monarquía británica y alumbró la primera democracia moderna.Hoy, el actual inquilino de la Casa Blanca es ya una de las figuras más trascendentales de la historia estadounidense, y presidirá además el 250 aniversario del país en 2026. En su insólito y vertiginoso regreso al Despacho Oval , Trump ha pulverizado una larga lista de certezas. Una de ellas, la del austero republicanismo que durante siglos marcó la estética presidencial. La Casa Blanca, bajo su mando, se ha rendido al dorado trumpista de su corona.El Despacho Oval es el ejemplo más evidente. El 7 de marzo, el presidente de la FIFA, Gianni Infantino , acudió allí para entregarle personalmente un nuevo trofeo: la copa del Mundial de Clubes, una estructura de anillos giratorios que envuelven un balón, toda ella en un dorado refulgente. Hubiera desentonado en tiempos de cualquiera de sus predecesores, pero ahora no. Permanece en el salón como una pieza más de un museo improvisado de la pompa y el exceso.A su alrededor, Trump ha erigido una auténtica corte EFETodo allí brilla. Dorados son ahora los jarrones ornamentales y urnas decorativas en la repisa, dorados los nuevos apliques que cubren la chimenea, dorado el grueso pisapapeles con su apellido en el escritorio. Incluso sobre las puertas han aparecido angelitos dorados, nunca vistos antes en el Salón Oval.Los historiadores han podido identificar la mayoría de las piezas, muchas desempolvadas de los almacenes de la Casa Blanca donde llevaban guardadas desde principios del siglo XX. Los angelitos y algunos apliques, sin embargo, parecen nuevos. Según una investigación de Sherwood News, varias decoraciones doradas añadidas al Despacho Oval son idénticas a modelos de poliuretano disponibles en portales de venta chinos como Alibaba, a precios que oscilan entre 1 y 5 dólares por unidad.La Casa Blanca no ha querido confirmar si estas piezas, adquiridas en plena campaña de aranceles contra productos chinos, son originales o simples réplicas.En el Despacho Oval, en realidad, Trump más que trabajar, recibe . Posa para las fotos, estrecha manos, acepta regalos y alabanzas, atiende a los medios, ofrece visitas guiadas. Todo ello desde su particular trono: el escritorio Resolute, la pieza victoriana que ha presidido la sala desde hace generaciones, y que ahora, bajo su mandato, parece más un pedestal que un lugar de trabajo.Se ha hecho traer además retratos de sus presidentes favoritos, de todos los colores y procedencias: Reagan, Roosevelt, Washington, Jackson, Jefferson. Pero si uno mira atentamente cuando se abre una puerta disimulada a uno de los pasillos del Ala Oeste , es imposible dejar de percibir otra mirada enigmática en la pared: la del propio Trump. Sí, el presidente ha colgado, no dentro sino en la misma puerta que conecta con el despacho, la portada del New York Post del 25 de agosto de 2023. En ella aparece retratado en primer plano, el rostro sombrío, iluminado desde arriba como en un cuadro barroco, en una imagen que recuerda más a un monarca caído, aunque no por mucho. El marco, naturalmente, es dorado.La portada, omnipresente en su trayectoria de regreso, se convierte así en una pieza más de este santuario personal donde Trump no solo gobierna, se celebra.Todo en el Despacho Oval brilla efeY no es sólo él. A su alrededor, Trump ha erigido una auténtica corte. El 10 de abril de 2025, una reunión de gabinete en la Casa Blanca se convirtió en una ceremonia de exaltación personal pocas veces vista en democracia. Los altos funcionarios no se limitaron a informar: compitieron en devoción. La razón era de peso: Trump acababa de imponer una moratoria de 90 días a sus famosos aranceles recíprocos, su gran promesa de campaña, ante el hundimiento de los mercados y de los bonos. Había que animar al jefe.Pam Bondi , fiscal general, un cargo normalmente independiente, se rindió sin matices: «Usted fue elegido por la mayoría más aplastante. Los tribunales confirman que puede decidir cómo se gasta el dinero del país. No más ideología de género. No más concesiones. Bajo su mando, los enemigos son deportados o encerrados en las prisiones de El Salvador . Y no hay negociaciones. Usted lo ordena, y así se hace».Brooke Rollins, secretaria de Agricultura, emocionada, subió aún más el tono: « Señor presidente, ya no somos amigos, somos familia . Formar parte de su visión es el mayor honor de nuestras vidas». Howard Lutnick, secretario de Comercio: «Nunca había habido tanto respeto por Estados Unidos. Todos los países vienen ahora a nuestras puertas con ofertas que antes ni se atrevían a proponer. Y todo, gracias a usted». Hasta Marco Rubio, que en su día se le enfrentó y ahora besa también el anillo, le puso en un pedestal: «Usted no solo ha salvado nuestra industria. Ha reordenado el mundo. Ha devuelto el sentido común a la geopolítica ».Para los muchos detractores de Trump, este espectáculo es más digno de una corte que de una democracia moderna EPPara los muchos detractores de Trump, este espectáculo es más digno de una corte que de una democracia moderna. Una escena propia de un monarca rodeado de cortesanos que compiten por su favor. Pero para sus seguidores, es la confirmación de que Estados Unidos, bajo su mando, ha recuperado fuerza, orgullo e identidad .En esa mansión ahora dorada, Trump no solo se siente presidente: se siente invencible. En una explosiva entrevista en la revista ‘The Atlantic’ para conmemorar sus 100 días de segundo mandato, así lo expresó: «Dirijo el país, y el mundo». El imperio americano nunca se había sentido tan personal, tan centralizado en una sola figura.En esos primeros 100 días, la sensación de invencibilidad ha ido en aumento, mientras la popularidad del presidente descendía en las encuestas. Trump no necesita ya el Capitolio: apenas cruza sus pasillos. Gobernar por decreto se ha convertido en su método: 100 decretos en 100 días , uno por jornada, como prueba de fuerza. Ha reducido al Congreso a un espectador irrelevante y ha convertido cada firma en un acto de autoridad incontestable. Apenas un puñado de republicanos se ha atrevido a cuestionarlo, y la mayoría de ellos ya están de salida.Tampoco ha ocultado su desprecio hacia el poder judicial. Ha atacado jueces, ha ignorado sentencias y ha reivindicado abiertamente la expansión del Ejecutivo como último garante de la voluntad popular. Bajo su mano, Estados Unidos ha alterado su arquitectura institucional : ahora el presidente puede deportar a voluntad, incluso a ciudadanos estadounidenses, desafiar los contrapesos y reescribir las reglas sin pedir permiso a nadie.Así se vive hoy en la corte del rey Trump.

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