El gran apagón no frustró los planes de la RAE para este martes, esto es, un homenaje por todo lo alto a los hermanos Machado: por la mañana, Alfonso Guerra se metió en el papel de experto machadiano e inauguró la exposición que la Docta Casa dedica a los poetas y su familia, que está comisariada por él mismo y que permanecerá abierta al público hasta el 29 de junio; por la tarde, la institución celebró el ingreso honorífico de Antonio, que fue elegido académico en 1927, aunque nunca leyó su discurso de ingreso (lo escribió casi entero, eso sí: lo empezó en 1929 y lo abandonó en 1931 por motivos que se desconocen). En julio se cumplirán ciento cincuenta años de su nacimiento, una excusa perfecta para esta fiesta.Había ambiente de día grande en la RAE, día de trajes, bastones, sombreros y vestidos, un día entre lo festivo y lo académico: el siempre mítico Salón de Actos estaba lleno (quinientas personas), y al fondo las televisiones convertían el acto en acontecimiento. Había gente sentada en el recibidor, en las salas cercanas, donde habían puesto pantallas para seguir el homenaje… Es lo que tiene meter en la Academia a José Sacristán y a Joan Manuel Serrat. El primero ejerció de Antonio Machado y leyó sus palabras, le puso cadencia, arte, intención; el segundo, que llegó con su maletín y esa campechanía marca registrada, cerró el acto con un recital machadiano acompañado de piano. Un broche de oro. Antes, Juan Mayorga, le dio la réplica a Sacristán (esto es, a Machado) como si fuera Azorín…Entre el público estaban Gregorio Marañón, Cayetana Álvarez de Toledo, María Dolores de Cospedal, Francina Armengol, Íñigo Méndez de Vigo, Marta Rivera de la Cruz, Margarita de Borbón, Alfonso Guerra, que volvió a tomar la palabra por la tarde… Y, claro, estaban los académicos, que no faltaron a su cita. «Me alegro de que finalmente hayamos podido celebrar este acto, porque hemos temido por él… Es una ocasión muy importante para los hermanos Machado y para la Real Academia Española (…) Nunca se había hecho un homenaje tan importante a los dos poetas y a la familia entera», dijo Santiago Muñoz Machado, director de la RAE, por la mañana. Habían hecho otros homenajes: en 1979 un grupo de poetas (Celaya, Ángel González, Caballero Bonald…) leyó el discurso de Machado para celebrarlo. Diez años después, Manuel Alvar le organizó una suerte de acto de ingreso: entonces José García Nieto leyó el discurso y él le dio la réplica. Pero lo de este martes era otra dimensión. Otro tamaño. Otra ambición.El acto tuvo la pompa de los ingresos formales: era un homenaje tomado muy en serio, que es como juegan los niños y los sabios. Empezó tarde, eso sí, porque encajar a tanta gente tiene su complejidad. El primero en hablar, como dicta la tradición de los ingresos, fue el director. «La memoria de lo que fue la vincula el poeta a la evocación de lo que pudo ser. (…) Nosotros hemos aprovechado el poder creativo de la memoria para soñar esta tarde otra vez con su ingreso», dijo Muñoz Machado. «Nada nos impide soñar con lo que pudo ser», sentenció después. El también jurista recordó la historia de los ingresos en la RAE de los hermanos Machado: Antonio fue nombrado en 1927 y no leyó su discurso nunca; Manuel fue nombrado en 1938, en plena Guerra Civil, y se incorporó inmediatamente, y trabajó en la RAE hasta su muerte. «Los dos fueron inequívocamente republicanos, pero la guerra los separó», recordó. Muñoz Machado intentó arrojar luz sobre por qué Antonio Machado no entró en la RAE, y aludió a circunstancias políticas, históricas y sociales. Pero zanjó: «Antonio Machado no entró en la Academia porque no quiso, pero tuvo sus razones».Sin corbata, pero con gafasSacristán, sin corbata pero con gafas, subió al atril con su parsimonia elegante, y con esa pausa dificilísima, tan suya, tan historia de España, empezó a leer: «Perdonadme que haya tardado más de cuatro años en presentarme ante vosotros. Todo ese tiempo ha sido necesario para que venza yo ciertos escrúpulos de conciencia. Tengo muy alta idea de la Academia Española, por lo que ha sido, por lo que es, por lo que puede ser. Me habéis honrado mucho, demasiado, al elegirme académico, y los honores desmedidos perturban siempre el equilibrio psíquico de todo hombre medianamente reflexivo». El arranque del discurso era una especie de disculpa de Machado, que dice que no se merece tal honor. «No creo poseer las dotes específicas del académico. No soy humanista, ni filólogo, ni erudito. Ando muy flojo en latín. (…) Aunque he leído mucho, mi memoria es débil y he retenido muy poco». Ángel González aseguró en su día que esto era una forma de «disimular, para no ofender a la institución que le había abierto las puertas, su falta de simpatía por lo académico»…En el texto de Machado, lo que sigue a esa disculpa es una demostración de la erudición y el dominio que el autor tiene de la literatura española y europea reciente (para él): desmenuza la poesía del romanticismo, celebra su vocación universal, lamenta el hermetismo que siguió a ese movimiento, salva el simbolismo francés, celebra el talento de Proust y dice que ‘En busca del tiempo perdido’ es «el poema donde resuenan los últimos compases de la melodía de un siglo», y en un giro inesperado se muestra admirador de Joyce y el callejón sin salida en el que nos metió con su ‘Ulises’… Es una historia muy personal de la literatura del siglo XIX, un tiempo marcado por el solipsismo y el escepticismo. También es una crítica contra la poesía sin alma, demasiado conceptual, demasiado conscientemente pura.La voz de Sacristán era más grave a cada frase, y llenaba el salón con una solemnidad teatral, añejamente teatral. El final –para entonces ya Sacristán era muy Machado– fue una mirada al futuro del siglo XX, ese futuro que ahora es pasado y sin embargo aquellas palabras seguían teniendo fuerza y sentido hoy: «La poesía, para reasumir mi pensamiento en pocas palabras, no ha superado aún el momento barroco (…) Hoy como ayer el barroco es más gesto que acción, y como siempre, gesto híbrido que dibuja una fuerza que se padece más que una fuerza creadora que se aplica a un objeto. Literalmente es todavía ingenio y retórica, laberinto de imágenes, maraña de conceptos, actividad estéticamente perversa, que no excluye la moral, pero sí la naturaleza y la vida. El genio calla porque nada tiene que decir cuando el arte vuelve la espalda a la naturaleza y a la vida, los ingenios invaden el estadio y se entregan a toda suerte de ejercicios superfluos». Azorín (es decir, Mayorga) elogió el paisajismo poético de Antonio Machado. E intentó adivinar en sus naturalezas un autorretrato del poeta. «Consideremos la fundamental diferencia entre un paisajista del siglo XVI, por ejemplo, y otro de ahora: hace tres siglos un poeta contemplaba el paisaje y lo describía impersonalmente; es decir, quedando su espíritu fuera del panorama contemplado (…) Ahora, no; paisaje y sentimientos son una misma cosa; el poeta se traslada al objeto descrito, y en la manera de describirlo nos da su propio espíritu», explicó. Y subrayó: «Sus paisajes [los de Antonio Machado] no son más que una colección de detalles. Y, sin embargo, en esos versos sentimos palpitar, vibrar todo el espíritu del poeta».Serrat, durante su recital machadiano Tania SieiraMayorga (es decir, Azorín) también leyó unos versos del ‘Autorretrato’ de Antonio Machado: «Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, / y un huerto claro donde madura el limonero; / mi juventud, veinte años en tierras de Castilla; / mi historia, algunos casos que recordar no quiero»… En la exposición que acoge la RAE, a pocos metros del Salón de Actos, está el manuscrito de ese poema, con una caligrafía pulcra y elegante, definitiva, y hay una ventana por la que se adivina ese patio, que era el patio del Palacio de las Dueñas, propiedad de la Casa de Alba, donde la familia de Machado vivió unos años tempranos, y por ahí entra un aire que invita a llegar al final del poema: «Y cuando llegue el día del último viaje, / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar». No hay mayor homenaje para un poeta que leer sus versos. Bueno, sí: tal vez que los interprete Serrat y los eleve. Y aunque el músico tropezó con su memoria y tuvo que sacar la letra, cerró bellamente un acto con vocación de historia que pudo ser y no fue. De sueño imposible y sin embargo soñado.

Leave a Reply