El peregrino sevillano al que el Papa dio cien euros

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El peregrino sevillano al que el Papa dio cien euros

No hay una diferencia notable entre un peregrino que viene andando desde Sevilla hasta Roma, y uno de los mendigos que pueblan la Ciudad Santa: los zapatos gastados, la ropa sucia, los rosarios colgados unos sobre otros, la misma ropa de abrigo haga frío o calor, la tienda de campaña en la mochila ennegrecida de las costuras reventadas… Pero si uno se fija en Juan del Arco, sevillano de Cartagena como el Juncal de Jaime de Armiñán, parece diferente: porta una Biblia subrayada, un cayado con letras grabadas y un taco de credenciales de un camino larguísimo. Dijo Juan Pablo II que lo que más necesita el hombre es la misericordia de Dios, pero una ayuda para poder entrar en el McDonald’s de Borgo Pio tampoco le sobra a nadie. Así es como en febrero el Papa Francisco le dio cien euros y un rosario al peregrino que a sus 30 años ha recorrido media Europa y pretende llegar a Jerusalén por una promesa que hizo al morir su cuarto hijo recién nacido. Narra la anécdota del Papa con el entusiasmo del que te cuenta el gol de la victoria en el minuto 92 de la final de la Champions. Se asoma, enfervorecido a unos ojos negros, juntos y pequeños. Habla encorvado por las aventuras y la vida desparramada por los suelos y las cunetas de los caminos, tan lejos de esos hoteles en los que hay catálogo de almohadas y benjamines de champán para los huéspedes recién llegados. Aquí solo hay adoquín, y la escalera al sol del Santo Spirito de Sassia. Desde ese cuerpo consumido despliega un verbo ilusionante y gesticula como si dentro llevara encerrado un niño. Las manos, jovencísimas, delatan que tiene solo treinta años. «Eres un pibe. ¿En qué año naciste?». «En 1994», responde. «Pero he vivido mucho». De pronto, una de esas descaradas gaviotas romanas se lleva un trozo de sándwich que se le ha caído, y se ríe, despreocupado. Pasó que llegó a Roma en enero y en febrero, después de San Valentín, mientras estaba sentado masacrando a la flauta ‘Saeta’, se puso a charlar con un español que era periodista y del que se niega a decir el nombre y que estaba allí para entrevistar al Papa y le contó su vida. Historias de gente de la calle las hay a patadas en Roma, tantas como sintecho, pero, casualidad, tuvo que dar con ese. Bajo las columnas de la Plaza de San Pedro viven cientos de mendigos que montan su campamento cada noche. La policía no los echa -¡cómo echarlos de la casa de Dios!-, pero mantienen un pacto por el que pueden estar allí solamente durante la noche. Durante el día hacen su vida, beben, piden, fuman lo que pillan, discuten entre ellos o van a acurrucarse a otra parte de la ciudad. Cuando el funeral del Papa los largaron por motivos obvios, pero han vuelto.Un periodista, una entrevista, 200 euros y un par de rosariosDigo que Juan podría confundirse con cualquiera de ellos. Entre un mendigo, un peregrino, un tipo que vuelve a casa después de una juerga y uno que ha perdido un par de aviones transoceánicos no hay mucha diferencia, pero la de Juan iba a ser una historia diferente. A aquel periodista le pidió que hablara de él al Papa y, al tiempo, volvió con cien euros para Juan, otros cien para su compañero de peregrinación -un tal Segismundo de Valencia-, y un par de rosarios que llevan colgados del cuello. «El Papa fue un ángel en nuestro camino. Nos quedamos de piedra. ¿Cómo se había fijado en nosotros? Aleluya, decíamos. Fue alucinante. A la semana siguiente, se puso enfermo y nos fuimos por Italia. Estuvimos en Asís, donde nos tiraron piedras por predicar y nos gritaron que nos fuéramos, pero no nos importa porque todo lo que nos hagan ya se lo hicieron a Él. A veces nos escupen, nos tosen, nos ignoran o nos tiran cosas. En Roma, que es la capital de los católicos, hay muy poca caridad con el peregrino, pero el Papa se portó muy bien con nosotros. Siendo el de arriba: parece mentira. Era un verdadero cristiano. Ojalá el siguiente que venga sea como él. Hemos escuchado algunas cosas del español y es un gran tipo», explica refiriéndose al cardenal Cobo . Noticia Relacionada Entrevista al cardenal elector estandar Si José Cobo: «El Papa debe poder dar respuestas con palabras que entienda la gente» Javier Martínez-Brocal | CORRESPONSAL EN EL VATICANO El cardenal elector asegura que el cónclave busca un nuevo pontífice que respete la tradición «y sea valiente»Si el debate es entre progresistas continuistas de la labor de Francisco y conservadores, Juan estaría en el primer bando, pero si el entrevistador le aprieta, se escabulle: «Será la voluntad de Dios». Al rato, Juan extiende la mano ante un par de sacerdotes que pasan como si no lo vieran, y les recrimina: «Ustedes deberían dar de comer al hambriento y de beber al sediento, Padre, pero me ignoran». A veces, la voluntad de Dios es difícil de entender. A Juan le sucedió cuando, al nacer su cuarto hijo, Adonai (Dios con nosotros) en Sevilla, el médico se llevó al niño y al tiempo volvió para hablar con él y le dijo que había fallecido al nacer. En ese momento Juan entró en una espiral de «cosas malas», de violencia, autodestrucción y delincuencia de la que habla muy elípticamente como si rodeara la tormenta de su pasado. Cuando entra en esos terrenos, se estremece. Reconoce que, cuando el médico le dio la noticia de que su hijo había muerto, perdió la cabeza y la emprendió a golpes con el doctor. «Me cogieron entre tres policías. Fui cuatro días preso. Sé que hice mal y lo siento de veras. Me arrepiento mucho de muchas cosas». De sus tiempos de Sevilla se desprende un pasado atroz al que se acerca meneando la cabeza y al que no quiere o no puede volver aún. «Yo me levantaba a las ocho de la tarde y ahora, a las siete de la mañana. Me tomo mi cafelito y a predicar la palabra de Dios. Algún día estaré preparado y sabré que, me ofrezcan lo que me ofrezcan, podré decir no. Ese día volveré a mi casa. Mis hijos saben dónde estoy y lo que estoy haciendo, aunque tiré el móvil por el camino. Ahora no tengo dinero para otro».La revelación después del excesoLo que hace es tocar la flauta, estudiar la Biblia, predicar la palabra y «pescar a otros hombres». Todo empezó un día después de una fiesta en Sevilla. Saliendo de noche, había conocido a un hombre con el que estuvo de madrugada. Durmieron algo y, cuando se despertaron, su nuevo amigo le dijo: «Ven conmigo, tienes que dejar esto». Le acompañó porque hasta la noche no tenía nada que hacer en el barrio, y echaron a andar. «Cuando me di cuenta, iba por el Real de la Jara». De ahí, llegó a Santiago por la Ruta de la Plata. «Me puse a estudiar la Biblia, a rezar el rosario y a andar. Solo soy un caminante, pero hice la promesa por mi hijo muerto de llegar a Jerusalén». Por delante de nosotros pasan cientos de personas con acreditaciones colgadas del cuello: de prensa, del Jubileo, de agencias de viajes de lujo y de otras organizaciones. «¿Ves a todos esos? Yo no tengo ni un DNI». De cómo llegará hasta el Santo Sepulcro sin documentación no sabe nada y confía en la providencia. «Lo único que sé es que entraré en Jerusalén como entré en Roma, llegaré al Gólgota y en el sitio de la cruz de Cristo clavaré mi cayado y le ofreceré mi cruz, que es mi hijo muerto. El Señor se lo llevó para llevarme a mí por otros caminos y sacarme de aquella vida. Algún día, volverá a juntarnos». MÁS INFORMACIÓN noticia No Cuándo empieza el Cónclave para elegir al nuevo Papa: metodología y fecha del inicio de las votaciones noticia No Laura Esquibel, la mujer trans a la que le devolvió la fe: «Espero que el nuevo Papa nos acepte como somos» noticia Si El largo adiós a un Papa: el Pontífice que esperó 20 años a ser enterradoLa tarde cae sobre unos atardeceres como de pintor renacentista, la gaviota come trozos de pizza con su pico naranja como si se hubiera manchado de tomate y los curas siguen evitando mendigos. Juan se sienta en la acera y la emprende de nuevo con ‘Saeta’, orgulloso y sonriente: «Mira dónde ha llegado un gitano de Los Pajaritos».

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