Elogio de Quevedo, imperecedero en su genio literario y su infinita mala leche

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Elogio de Quevedo, imperecedero en su genio literario y su infinita mala leche

«Todo tras sí lo lleva el año breve», escribió Francisco de Quevedo en el ‘Salmo XVIII’. Cojo, miope y brillante criatura palaciega pero no por ello dócil caballero de cuya pluma manó la poesía más mordaz, la dramaturgia más satírica y la prosa más corrosiva. Asceta, filósofo y picapleitos. Bendito en su mala leche, su talento y su osadía verbal, Quevedo no prescribe y no sólo porque su más reciente inédito saliera a la luz hace unas semanas, sino porque una nueva antología de su obra poética acaba de aterrizar en las librerías en una edición de marcada frescura, propicia tanto para lectores expertos como novatos. La nueva compilación lleva por título ‘Huye la hora’, una cuidadosa selección de cien poemas a cargo de los especialistas Fernando Plata y Adrián J. Sáez, quienes han procurado dar una imagen lo más amplia y rica posible del escritor más importante del Siglo de Oro junto con Miguel de Cervantes, Lope de Vega y Luis de Góngora. «Declaramos la deuda con otros editores precedentes, entre paréntesis, sobre todo con Ignacio Arellano, que es el responsable de una edición del 2020 en la RAE» aclaran sus responsables. « Es difícil anotar nuevamente a Quevedo porque se han propuesto muchísimas versiones, pero sí que hemos intentado ser sintéticos y en algunos casos, como en el soneto ‘Bermejazo Platero de las altas cumbres’, creo que hemos logrado dar alguna explicación adicional y totalmente nueva», explica Adrián J. Sáez, doctor en literatura hispánica por la Universidad de Navarra y actual profesor de la Università Ca’ Foscari de Venecia.Siglos después de haber sido escritos, los versos de Francisco de Quevedo mantienen un espíritu tan fresco como urgente, incluso a la manera de un cable a tierra y una revisión literaria dentro de los valores contemporáneos. «Vivimos pensando que somos eternos, fijándonos casi sólo en el mañana. No hay que olvidar, como diría Quevedo: somos un breve paréntesis entre la cuna y la sepultura, nacemos con pañales y ya nos estamos preparando para la mortaja». Pero hay más, mucho más, en opinión de los responsables de esta antología. Ya que es imposible calibrar el genio de Quevedo sin la conciencia de la amplitud literaria de su obra .«Quevedo es un escritor todoterreno, no es únicamente un poeta ni un tratadista. Él es lo que hoy llamaríamos, un intelectual. Demuestra conocer lenguas, ser entendido en teología y escuelas filosóficas. En cada asunto del siglo XVII mete su cuarto a espadas», asegura Adrián J. Sáez. Ejemplos no faltan para ilustrar, pues Quevedo tomó parte en las conversaciones políticas, sociales y religiosas de su tiempo: «Que había una polémica porque el conde duque de Olivares quería que Santa Teresa fuera patrona de España junto con Santiago, Quevedo protestaba. Que entramos en guerra con Francia, Quevedo dispara sus armas de papel en forma de distintos panfletos. Que hay un cambio de monarquía, es el primero que escribe una crónica mínima de este giro absoluto de la Corte. Quevedo siempre está allí, quiere estar y lo hace con un compromiso fundamental de criticar los vicios e invitar al camino correcto de su tiempo», asegura el investigador. Un recorrido cronológico y estético por la obra de Quevedo muestra la más encendida inquina para con unos y otros. «Era una suerte de esquizofrénico capaz de escribir los poemas de amor más estupendos y al mismo tiempo escribir también lanzazos contra la mujer y criticar a los judíos, insultar a todo el mundo, pero en realidad todas estas caras tienen que ver con los géneros». Entender esa complejidad exige, según Adrián J. Sáez, atender a la complejidad de su obra, de los géneros que cultivó y del tiempo en el cual vivió, sintió y escribió. «El concepto de humor ha cambiado con el tiempo. Nosotros ahora vivimos en una época en la que no se puede decir nada por lo políticamente correcto, pero entonces estaba vigente el código de lo torpe y lo deforme, donde lo que importaba precisamente era burlarse de los defectos y los vicios: calvos, feos, bajos, narigudos, razas…».La mirada encarnizada y las ácidas guirnaldas de Quevedo son, a juicio de Adrián J. Sáez, resortes mucho más complejos de un personaje cuya amplitud vital condiciona los pliegues de un autor que pone en marcha la maquinaria del ingenio desde muy pronto. «No es lo mismo el Quevedo joven que está tratando de ver que todavía es heredero de una idea imperial con Felipe II y que luego se come un reinado con mucha paz pero que comienza a ser decepcionante por la corrupción que comienza a reinar en la corte de Felipe III y finalmente la caída de los ideales nobiliarios españoles con el último Felipe IV y con el último periodo también del conde duque de Olivares».Es justo la mirada de conjunto a lo largo de la obra lo que consta su vigencia. «Quevedo es, como los buenos clásicos, un poeta eterno. Siempre tiene algo qué decir. Desgraciadamente, el mensaje que lanza de crítica en muchos textos tanto morales como satírico burlesco, es perfectamente vigente en esta época. Ya sea en España o en el resto de mundo. Pensemos en las reflexiones que hace sobre la guerra, también en la corrupción o en el manejo de las instituciones».

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