Dos películas, ‘La historia de Souleymane’ y ‘La buena letra’, estrenadas este fin de semana y tan distintas entre ellas, contienen en su interior la misma imagen simbólica: la de alguien que forcejea a infelices manotazos en las arenas movedizas que lo rodean. Resistencia en el frío y rápido París de un inmigrante guineano que espera la solución a su solicitud de asilo y la resistencia de una mujer, una familia, en la posguerra de un pueblo valenciano. Historias funestas, afligidas, desesperadas en sus urgencias y en sus demoras, historias de gente cabizbaja.’La buena letra’ la ha dirigido Celia Rico, directora hábil para atrapar con sencillez la intimidad (‘Viaje al cuarto de una madre’) y que entra con enorme cautela en la literatura precisa y goteante de Rafael Chirbes para contar desde dentro, desde el interior de una casa y de la memoria, los sentimientos de una mujer, Ana, que vive la situación de ella y los suyos, marido, hija, abuela, cuñado…, en los días posteriores al fin de la guerra civil.Hay que fijarse en la actuación de Loreto Mauleón, de Roger Casamajor, de Enric Auquer y del personaje explosivo, colorido entre el gris, de Ana Rujas para interpretar la época, la escasez, los miedos y los pedazos rotos que hay que ir recomponiendo y comprender los rincones de esa historia vacía. La situación de la mujer, silenciosa, laboriosa, comprensiva; la del hombre abatido, impotente y con sensación de epílogo; también la del pueblo que retoma sus colores y la punta de un retal de felicidad, como en ese hermoso momento de baile entre parejas calladas.Noticia Relacionada estandar No Crítica de ‘El contable 2′: Cuenta con los dedos, pero entretiene mucho Oti Rodríguez Marchante Como cine de acción, inverosímil y desorbitado, es de lo mejor; una película que no se arruga ante las vueltas de su trama ni ante el paquete de violencia que envía, muy, digamos, desgarradora.Era difícil encontrarle solución visual a la profundísima y cargada de sentimiento escritura de Chirbes y su húmeda descripción de interiores, pero Celia Rico (y la cámara de Sara Gallego) caza los fantasmas que deambulan entre los personajes con miradas, silencios, guisos, olores, costuras, con la ayuda del excelente fondo musical elegido por Marina Alcantud y por las segundas lecturas que la buena interpretación del cuarteto protagonista le escriben a sus personajes.Abou Sangare, como Souleymane abc’La historia de Souleymane’ tiene dos claros protagonistas, su director, Boris Lojkine, y su principal intérprete, Abou Sangare, que hacen que su película dramática sobre la inmigración no se pueda apilar junto a tantas otras. Tiene la textura de la intriga y el nervio del thriller, y el tiempo contado de un par de días en los que este infeliz repartidor a lomos de su bicicleta recorre la ciudad mientras espera su cita con los funcionarios que deciden sobre su solicitud de asilo.El ritmo de la película lo marca el pedaleo siempre a contrarreloj de Souleymane y la capacidad de absorción que tiene para asimilar la cantidad de desgracias que le salen al paso. Al personaje lo conocemos rápidamente, es un buen tipo que tiene que construir y trampear su vida pero también planear una historia de persecución política, torturas y humillaciones para avalar su solicitud de asilo. Tiene otra historia más real que contar, pero no es la que le recomienda su ‘asesor de inmigrantes’ ni la que suele funcionar en los despachos.Además de la adrenalina que producen las desventuras y tropiezos de Souleymane, el director enriquece la película con una descripción de ambientes muy bien horneada, de albergues sociales, repartidores esporádicos, clientes indeseables y peligros variados en especial entre ‘los suyos’, gente que espera, malvive, explota, abusa y lucha cada euro con una comprensible ferocidad. Las interpretaciones son todas muy reales por la sencilla razón de que son…, muy reales y de que da la impresión de que no hay actores ni personajes, sino personas. Y la de Abou Sangare (Souleyman), la primera vez que se pone ante una cámara, tiene la enorme virtud de que se vierte por completo en su personaje sin la menor pretensión actoral, sino siéndolo.Sin entrar en mucho detalle, el gran momento de la película está en un sencillo y tirante diálogo entre Souleymane y una funcionaria de inmigración, que interpreta Nina Meurisse, en el que tanto Souleyman como Abou Sangare, es decir, actor y personaje, derraman gran verdad a la pantalla. Lo que ensancha la reflexión de esta película sobre la inmigración, la realidad y ‘la realidad’, pues la historia de Souleymane contiene la verdad y su entrecomillado, exactamente igual que el propósito del director, Boris Lojkine, que se centra en el retrato de un inmigrante íntegro, tenaz, orientado y considerado (la conversación telefónica con su novia a la espera en Guinea es de una finura social o humana admirable). La vida de Souleyman contiene un retrato ‘real’, tan ‘real’ como si el director se hubiera centrado en cualquiera de los otros inmigrantes ya envilecidos y contaminados de la historia.

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