El gran apagón, ensayo general para el ‘fin del mundo’

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El gran apagón, ensayo general para el ‘fin del mundo’

El pasado lunes, a las 12.33 horas, España entera se fue a negro . El sol de mediodía brillaba alto sobre la península ibérica y la vida, simplemente, seguía su curso. Nadie podía sospechar que, en apenas unos segundos, todo se detendría de repente, sumiendo a millones de personas en una realidad desconocida y, para muchos, aterradora.La primera reacción fue de desconcierto. Muchos pensaron que sería un corte breve. Pero los minutos pasaban. En hogares y oficinas los teléfonos no funcionaban, los ordenadores estaban apagados y los televisores no eran más que negras pantallas mudas. Los ascensores se detuvieron bruscamente, atrapando a cientos de personas en sus entrañas metálicas.Fuera, en las calles, el caos empezó a extenderse. Los semáforos se apagaron, convirtiendo las intersecciones en puntos de confusión y peligro. Los cláxones comenzaron a sonar mientras los conductores intentaban orientarse en la repentina anarquía vial. La mayoría de los comercios, con sus puertas automáticas bloqueadas y sus cajas registradoras inertes, cerraron sus puertas.Noticia Relacionada estandar Si ¿De dónde viene la luz cuando enciendo el interruptor? José María CamareroPronto, la magnitud del problema comenzó a calar en la conciencia colectiva. La conexión con el mundo exterior se desvaneció por completo. Los transistores a pilas y las radios de los coches fueron los únicos dispositivos que pudieron seguir manteniendo una conexión con la realidad. Y decían, para el asombro de todos, que no se trataba de un simple apagón local, sino que toda España, y también Portugal, se habían quedado, de repente, a oscuras.La sensación inicial de perplejidad dio paso a la inquietud, y después al miedo. No poder contactar con los seres queridos, no saber si estaban bien, generaba una angustia creciente. Durante largas horas, además, nadie dio explicación de lo que estaba sucediendo.La noche cayó sobre una España que, ocho horas después, seguía en su mayor parte sumida en la oscuridad. En las ciudades, la energía empezó a restablecerse lentamente, zona por zona, barrio por barrio, pero muchas ventanas seguían a oscuras, y otras apenas brillaban a la tenue luz de las velas y las linternas improvisadas.Esta fue, a grandes rasgos, la historia que el lunes vivieron millones de españoles. La súbita falta de electricidad reveló con la mayor crudeza la fragilidad de una sociedad que depende completamente de ella. Las gasolineras, sin energía para bombear combustible, vieron formarse largas colas de coches que trataban, inútilmente, de llenar los depósitos. Los cajeros automáticos, inertes, dejaron a la población sin acceso al efectivo. Los supermercados, con sus sistemas de pago electrónico fuera de servicio, no podían vender alimentos.Los servicios públicos también se vieron afectados. Los hospitales, aunque contaban con generadores de emergencia, vieron sus capacidades limitadas. La policía y los bomberos, sin sistemas de comunicación eficientes, trataban de coordinar sus esfuerzos. Sin móviles ni internet, nadie podía comunicar su emergencia. La sensación de seguridad se desvanecía en la oscuridad.Una gran tormenta solar incendió en 1859 las redes de telégrafo. Si ocurriese hoy, «destrozaría los equipos electrónicos y los satélites dejarían de funcionar»La tecnología, con su promesa de facilitar la vida y conectar a las personas, se había convertido, de repente, en una trampa. Sin ella, y en apenas unas horas, la sociedad parecía desmoronarse, revelando una dependencia y una fragilidad profundas sobre la que muy pocos habían reflexionado hasta entonces. La rutina diaria, las comodidades básicas, nuestra vida, parecían esfumarse sin remedio. Pero, sin duda, la mayor tragedia fueron las muertes de al menos siete personas durante el apagón cuyas causas se investigan. Algunas de ellas utilizaban sistemas de respiración asistida.Con todo, si en lugar de unas horas, el corte eléctrico hubiera durado más, la situación se habría vuelto crítica. En solo unos días, el pánico habría empezado a extenderse por todas partes. En un apagón aún mayor, digamos que de semanas, o de meses, los cimientos mismos de la civilización empezarían a agrietarse. La dependencia tecnológica, que en tiempos de normalidad nos parecía una ventaja, se revelaría como una debilidad catastrófica.Evento CarringtonEste escenario, que puede parecer apocalíptico, no es pura ciencia ficción. La historia de nuestro planeta, en efecto, nos recuerda la existencia de fenómenos naturales que son perfectamente capaces de provocar disrupciones energéticas masivas y prolongadas. El evento Carrington, sin ir más lejos, la poderosa tormenta solar que azotó la Tierra en 1859, generó auroras boreales visibles incluso en latitudes tropicales e indujo en el ambiente corrientes eléctricas tan intensas que las redes de telégrafo de la época se incendiaron de forma espontánea. Si algo así sucediera en la actualidad, estaríamos ante un desastre mucho peor que el peor de los huracanes o terremotos. No en vano, Estados Unidos incluyó recientemente a las tormentas solares en la lista oficial de posibles desastres naturales.Hoy en día, de hecho, un evento de magnitud similar al de Carrington podría generar pulsos electromagnéticos capaces de dañar o destruir transformadores de alta tensión, satélites de comunicaciones, redes de telefonía móvil y sistemas informáticos a gran escala. Y lo mismo podría suceder en caso de un ciberataque masivo o de una ‘guerra electrónica’. Lo explica para ABC José María Madiedo, del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC).Tendríamos 24 horas para prepararnos y la civilización «tardaría meses, quizás años, en recuperarse»«Las consecuencias de una gran tormenta geomagnética -dice el científico- serían mucho peores en la actualidad. Afectarían a todo el planeta y la civilización tardaría meses, puede que años, en recuperarse. En un evento similar al Carrington, provocado por una explosión en la superficie del Sol millones de veces más energética de lo habitual, el material es eyectado a velocidades de entre 2.000 y 3.000 km por segundo, por lo que tardaría entre 17 y 24 horas en recorrer los 150 millones de kilómetros que nos separan de nuestra estrella. Ese sería el tiempo que tendríamos para prepararnos para lo peor».«Debemos hacer caso a lo que hace poco recomendó la Unión Europea (UE) -prosigue Madiedo- y hacernos con un kit de emergencias, y tener dinero en efectivo y alimentos en casa». Porque ese escenario «sería mucho más grave que un simple apagón que puede resolverse en unas horas. Los equipos electrónicos dejarían de funcionar y habría que sustituirlos completamente, los móviles se romperían, los satélites de comunicaciones se verían afectados y la banca y las transacciones online se vendrían abajo. Con la dependencia tecnológica actual, sería una verdadera catástrofe».En otras palabras, las consecuencias de un apagón así serían infinitamente más graves que el ‘simulacro’ que acabamos de vivir en nuestro país. La sociedad se vería obligada a retroceder a una era preindustrial, al menos temporalmente. El colapso de QuebecConsuelo Cid, catedrática de física aplicada y coordinadora del grupo de investigación de meteorología espacial de la Universidad de Alcalá de Henares (UAH), tiene en mente dos sucesos cuando se le pregunta por las consecuencias de una tormenta geomagnética que nos dejara de repente sin energía eléctrica. Uno de ellos sucedió el 13 de marzo de 1989, cuando una tormenta solar colapsó la red de Hydro Quebec en Canadá en solo dos minutos. Un total de 21.500 MW de generación quedaron inactivos y la red no funcionó durante nueve horas. El otro afectó en 2003 a una central en Sudáfrica. «En ambos casos -explica- se produjo un apagón por una corriente inducida desde tierra que fundió los transformadores. En el reciente apagón (en España) la electricidad pudo reactivarse poco a poco, lo que costó unas doce horas (en Alcalá), pero teóricamente no se había roto nada. Reemplazar un transformador (que es lo que sucedería durante un evento de la potencia del Carrington) sería algo mucho más complejo».«En el peor de los casos -prosigue la investigadora- una tormenta geomagnética dura unas 24 horas. Pero normalmente no vienen solas. El pasado mayo (cuando se vieron auroras boreales en España), saltaron al menos siete hacia la Tierra. Una detrás de otra pueden durar una semana. Al menos, deberíamos estar prevenidos. Para empezar, debemos tener un buen control de la meteorología espacial. En la UAH tenemos un servicio de monitorización y predicción, pero nadie lo utiliza oficialmente». Eso sí, el lunes fuentes oficiales consultaron a Cid si el apagón pudo ser provocado por una tormenta solar. «Rotundamente no», fue su respuesta.«Debemos hacer caso a la UE y tener un kit de emergencia en casa, dinero en efectivo y alimentos», apunta un astrofísicoOtros, como Luis Bellot, astrofísico del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC), son más optimistas. Considera que aunque sea totalmente dependientes de la tecnología, la humanidad sería capaz de enfrentarse a un nuevo evento Carrington y salir, más o menos, airosa. «No sería el fin del mundo -explica-. Es cierto que podría producir daños a las infraestructuras eléctricas y provocar apagones en áreas extensas, pero esos riesgos están contemplados. Las redes se han diseñado de tal forma que, si se producen fallos en una estación localizada, esta se aísla para evitar que se generalicen y se produzca el colapso total». Además, cuando la eyección solar ya está en camino, se pueden tomar otras medidas, como «reorientar los satélites para que la parte electrónica, la más sensible, no esté mirando directamente al Sol». Bellot contempla una posibilidad mucho más catastrófica: «El impacto de un gran asteroide, que podría causar daños irreparables en la agricultura mundial».Renné Duffard, investigador en ciencias planetarias del IAA-CSIC especializado en el campo de los asteroides, apunta que una roca espacial de más de un kilómetro de diámetro «representa una amenaza global real, aunque extremadamente poco frecuente. A modo de referencia, el asteroide que provocó la extinción masiva de los dinosaurios hace 66 millones de años -el llamado impacto de Chicxulub- tenía entre 10 y 12 kilómetros de diámetro».Explosión masivaSi un objeto de 1 a 2 km impactara hoy en la Tierra, los efectos serían catastróficos a escala planetaria: «Habría consecuencias inmediatas como una explosión masiva, liberando energía equivalente a cientos de miles de bombas nucleares. Tsunamis gigantes si impacta en el océano (que cubre el 70 % de la superficie terrestre, por lo que sería lo mas probable), terremotos y erupciones secundarias provocadas por el shock sísmico… En un radio de cientos de kilómetros desde el punto de impacto, la destrucción sería total». Pero, insiste Duffard, impactos semejantes han sido muy poco frecuentes en la historia de la Tierra. El de algo más pequeño, de 100 metros de ancho, provocaría el caos a nivel local. Sucede con más asiduidad, cada 10.000 o 20.000 años. Y un objeto de 50 a 60 m, como el que cayó en Siberia el 30 de junio de 1908 arrasando 2.150 kilómetros cuadrados de bosque, también tiene un riesgo bajo, «pero el peligro existe y las consecuencias serían graves a escala local».«Tenemos un servicio de predicción de meteorología espacial, pero nadie lo usa oficialmente», dicen desde la Universidad de AlcaláActualmente, programas de vigilancia como los de la NASA y la Agencia Espacial Europea (ESA) han catalogado la mayoría de las rocas grandes (más de 1 km), pero se estima que solo se ha descubierto entre el 30 % y 40 % de los NEO (objetos próximos a la Tierra) de 100 metros o menos. En ellos están enfocados los esfuerzos para mejorar la detección temprana y diseñar estrategias de mitigación. «Recordemos que la misión de prueba DART impactó contra un asteroide de 160 m, y consiguió mover su órbita lo suficiente como para ver un cambio en su período de rotación. Hay esperanza», tranquiliza Duffard. MÁS INFORMACIÓN noticia Si Descubren ‘Eos’, una gigantesca cerca de la Tierra que ‘brilla’ en la oscuridad noticia Si Alan Sokal, físico: «O eres macho o hembra. El resto es ideología»Hoy, una vez recuperada la normalidad, la vida continúa y asistimos a la caza de culpables . Más allá de eso, el apagón debería servir como una llamada urgente de atención sobre la fragilidad de nuestra sociedad tecnológica. Hemos construido un mundo maravillosamente interconectado y eficiente, pero también peligrosamente dependiente de un flujo constante de energía eléctrica. No se trata de renunciar a los beneficios de la tecnología, sino de sostener una sociedad capaz de resistir a este tipo de envites, ya sean de origen humano o natural. La oscuridad que envolvió España durante horas nos puso frente al espejo de nuestra propia vulnerabilidad. Ignorar esa imagen sería un error que las generaciones futuras podrían lamentar profundamente. La luz regresó, sí, pero la lección permanece, esperando ser aprendida antes de que una sombra mucho más larga nos envuelva por un tiempo indefinido y con consecuencias inimaginables.

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