Hace una semana a esta misma hora estaba en una terraza en Prati, ese barrio modernista a los pies del Castello d’Sant Angelo , junto al Tíber, mientras tomaba uno de esos vinos sin pretensiones y algo de embutido y de queso italiano, que son como los españoles, pero con mejor marketing. Eso es lo mejor de Italia: su falta de pretensión, la ligereza y la humanidad que surge de quien comprende que la grandeza y la miseria suelen llegar juntas a la fiesta. Contemplaba entonces los muros de la patria mía. Porque, evidentemente, España somos un ‘spin-off’ de Roma y Castilla su hija predilecta, su obra sublimada, el pueblo que tuvo que terminar la misión civilizatoria que un día ellos comenzaron navegando hacia el oeste. Lo hicimos como quien de su abuelo no solo hereda el apellido sino también el negocio y le toca continuar con el legado, con la misión adosada al destino como una lapa. Ellos nos dieron la fe, el idioma y el derecho ; el arte, la cultura y el vino. Nosotros lo mejoramos –lo contaminamos de aire íbero, germánico e islámico– y lo llevamos en tres carabelas con una cruz en lo alto, como un Gólgota semoviente.Ellos, nosotros, qué más da. Quien pasea por Roma entiende inmediatamente de que somos lo mismo. Es una unidad cultural , espiritual, sobre todo, un mismo punto de partida vital, una manera de entender el mundo y nuestro papel dentro de él. Teodosio era de un pueblo de Segovia y muchos de los valores de lo ‘español serio’ beben de ese romano austero y moralizante, como Séneca o Catón . Ellos lo tienen claro y cuando saludan a un español saben que saludan a un primo. Hay una conexión inmediata que no sé si nosotros sentimos del mismo modo cuando, en la calle Preciados, vemos a un italiano preguntar por una café decente. Creo que es por el idioma, quizá nuestra conexión inmediata sea con el mundo hispano. Pero para ellos, más aislados, surge con el mundo latino, del que nosotros somos alumnos aventajados.Recordé aquel discurso de Meloni : «La capital de la Unión Europea debe ser Roma. La capital de la Unión Europea debe ser el lugar más representativo de su milenaria tradición, no el lugar más cómodo para ubicar las oficinas». No puedo estar más de acuerdo con ella. Europa es una creación de Roma. Y posteriormente de Carlos V , el primer gobernante que, desde aquí, justo al lado de mi casa en Valladolid, intentó gobernar Europa como la primera unidad política supranacional después de Roma. Su imperio se extendía desde Castilla hasta los Países Bajos, el Milanesado, Austria, parte de Alemania y las colonias americanas. Su lema, ‘Plus Ultra’ , apuntaba a una vocación universal, con centro en Europa. Pero en España hemos asimilado que Europa es algo externo, algo lejano, de una mesa en la que somos invitados, pero no anfitriones. «A ver qué dicen en Europa», decimos, como si nosotros no lo fuéramos del todo, como si Europa fuera solo Centroeuropa . Nos han hecho creer que Europa son esos países nublados que cocinan con mantequilla y tienen pasado protestante. Y huelga decir que el protestantismo no surge contra el catolicismo sino contra el poder de Castilla, líderes –en ocasiones, por encima del propio Papa – del mundo cristiano. De la mantequilla, ni hablamos.El día que entendamos que Europa somos fundamentalmente nosotros, España e Italia –junto con Grecia –, seremos capaces de comprender mucho mejor la unión política y cultural y la veremos como nuestra obra y no como una imposición que huele a chucrut. No hay mejor lugar en el mundo que Roma. Y nada mejor que un español para mirarla y entenderla como la metrópoli del mundo que supimos heredar. Aunque fuera a costa de desangrarnos por el camino.

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