Con 133 cardenales electores , el cónclave que comienza este 7 de mayo será el más numeroso de la historia. El elevado número de electores y candidatos, junto con que muchos de ellos apenas se conocen y que el cónclave se afronte sin nombres carismáticos que aparezcan como claros papables, dificulta en este caso la elección. No es de extrañar que se hayan dado unos días más de congregaciones para afinar las negociaciones y el perfil que los cardenales esperan del próximo Papa. En ese sentido, recordar el desarrollo de los dos últimos cónclaves puede dar claves para comprender lo que se vivirá en la Sixtina a partir de la tarde del miércoles. Para entender la elección de Francisco como Papa en el cónclave de 2013 hay que remitirse al de 2005, en el que salió elegido Benedicto XVI. En ninguno de ellos el cardenal Bergoglio aparecía en las quinielas entre los papables , pero sí en 2005 fue el segundo nombre más votado desde la primera elección y, según él mismo confesó después, su opción por retirarse de la carrera pontificia favoreció una rápida elección de Ratzinger. En el cónclave de 2013, la sorpresa de su segunda posición ante el cardenal Scola, el favorito para todos los medios, permitió que fuera elegido Papa en la quinta votación, la última de la tarde del segundo día.La renuncia de Benedicto XVI convirtió el cónclave de 2013 en el más inusual de los últimos siglos. La anunció el 11 de febrero, para ser efectiva el 28 del mismo mes, por lo que dio tiempo a todos los cardenales a organizarse para estar en Roma en el período de sede vacante. De hecho, en esos días Benedicto XVI modificó las normas para permitir adelantar el cónclave, si todos los electores estaban en el Vaticano y así lo decidían. De esa forma, el cónclave comenzó el día 12 de marzo, y no hizo falta esperar a los quince días mínimos que marcaba la norma hasta ese momento.Noticia Relacionada Todo listo para el cónclave especial No Quién es quién | Los 133 cardenales que elegirán al nuevo Papa Javier Martínez-Brocal | Corresponsal en el Vaticano Empieza la elección para elegir al sucesor de Francisco, que asumirá el trabajo más difícil del mundo: guiar la Iglesia católicaAsí, las congregaciones previas fueron más cortas, pero bastante productivas. Sobre la mesa, el escándalo Vatileaks, sobre la filtración de documentos personales del Pontífice, y los problemas de corrupción en la curia y la necesidad de una renovación espiritual. En ese contexto, nombres como el del arzobispo de Milán, Angelo Scola, o Marc Ouellet, canadiense pero que había llegado al Vaticano apenas dos años antes como prefecto de la Congregación para los Obispos, cobraron fuerza desde el inicio. Por su parte, Bergoglio, que contaba en esos momentos con 76 años, era visto como una figura secundaria, pese a haber quedado segundo en el cónclave de 2005.«Votos de depósito»Ni él mismo fue consciente de sus posibilidades. «Te confieso que no me di cuenta hasta que la cuestión estaba muy avanzada», explicaba en el libro ‘El Sucesor’ (2024) a Javier Martínez-Brocal, corresponsal de ABC en el Vaticano. Los votos que recibió en la primera votación fueron unos 26 o 27, por debajo de los 30 de Scola según las reconstrucciones. En la segunda votación recibió 45 votos, superando los 41 de Scola, los interpretó el propio Bergoglio como «votos de depósito», los que se dejan en un candidato que no va a salir, en espera de comprobar la verdadera fuerza del principal papable.Fue ya en el tiempo de la comida del segundo día, cuando el cardenal Bergoglio comenzó a darse cuenta de que era el señalado. El cardenal de La Habana, Jaime Ortega, le pidió una copia de un discurso que había pronunciado en la congregación previa del día 9 de marzo. Una intervención breve, de apenas tres minutos, que, a la postre, sería clave para su elección. En ella, el cardenal Bergoglio llamaba a la evangelización e instaba a la Iglesia «a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no sólo geográficas, sino también las periferias existenciales».Es a partir de ese momento cuando los signos de que era el señalado se fueron sucediendo, según explicaba el propio Francisco en ‘El Sucesor’, en el que también aclaraba que, a pesar de que «los cardenales juran no revelar lo que sucede en el cónclave, los Papas tienen licencia para contarlo». Así, primero el cardenal Errázuriz de Santiago de Chile le preguntó si ya tenía preparado el discurso [en referencia al que el Papa pronuncia tras ser elegido], después el argentino Sandri le invitó a sentarse en la comida con cardenales europeos y «empezaron a acribillarme a preguntas» y, finalmente, el español Santos Abril le inquirió sobre si de verdad le faltaba un pulmón. Era el rumor final que sus opositores hicieron correr en el último momento para tratar de frenar su candidatura. A pesar de que «los cardenales juran no revelar lo que sucede en el cónclave, los Papas tienen licencia para contarlo»Ya después de la comida, en la cuarta votación, la primera de la tarde, Bergoglio alcanzó 56 apoyos, consolidándose como líder. En la quinta, obtuvo los 77 votos necesarios (dos tercios de los 115 electores) y fue elegido Papa. A las 19:06, la fumata blanca anunciaba al mundo que había un nuevo pontífice. Poco más de una hora después, a las 20:12, el cardenal Jean-Louis Tauran proclamó el ‘Habemus Papam’, y Bergoglio apareció en el balcón de San Pedro como Francisco, un nombre inédito que evocaba simplicidad y reforma.Gracias a los detalles que ofreció el propio Pontífice, fue posible reconstruir casi paso a paso un cónclave en el que Francisco había afirmado que no esperaba ser elegido y que su elección fue una sorpresa incluso para él. Esto coincide con la narrativa de que su ascenso fue impulsado por un bloque de cardenales que buscaban un ‘outsider’ frente a la Curia romana. Sin embargo, su rápida elección debe entenderse desde el cónclave anterior, el que eligió en 2005 a Benedicto XVI y sobre el que Francisco también ha facilitado jugosos detalles en el libro-entrevista El Sucesor, aunque contrastan con los narrados por otros cardenales y recogidos por varios vaticanistas.2005: Benedicto XVIDesde mediados de los 90 del siglo pasado, un grupo informal de cardenales y obispos reformistas se reunían anualmente cerca de la localidad suiza de San Galo para discutir sobre temas de Iglesia y promover la visión progresista que todos compartían. El ‘Grupo de San Galo’ [llamado ‘Mafia’ por sus detractores] estaba liderado por el cardenal Carlo Maria Martini y contaba con la presencia de prelados como Godfried Danneels, Walter Kasper, Karl Lehmann, Achille Silvestrini y Cormac Murphy-O’Connor.Benedicto XVI, el día en el que fue elegido Papa EFETras la muerte de Juan Pablo II, el grupo se reunió en Villa Nazareth, en Roma, con la intención de planificar su estrategia. Según extractos de un diario anónimo de un cardenal, publicado en 2005 por la revista brasileña ‘Limes’, Lehmann y Danneels fueron el «núcleo pensante» del grupo reformista, que se oponía al candidato más claro en ese momento, el cardenal Ratzinger. Su objetivo era consolidar votos en torno a un candidato alternativo, inicialmente Carlo Maria Martini, pero su evidente enfermedad (el Parkinson le obligó a entrar en el cónclave con paso dubitativo, apoyado en un bastón) lo descartó.Tras la muerte de Juan Pablo II, el grupo se reunió en Villa Nazareth, en Roma, con la intención de planificar su estrategiaAnte la inviabilidad de Martini, el grupo respaldó al cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio como un candidato capaz de lograr una minoría de bloqueo (al menos un tercio de los votos) para evitar la elección de Ratzinger, según contaba ‘Limes’. Bergoglio alcanzó los 40 votos en la tercera votación, frente a los 72 de Ratzinger, que se quedó a 5 de la mayoría necesaria. Sin embargo, los 40 de Bergoglio eran suficientes, de haber continuado, para bloquear el cónclave hasta el décimo día, cuando las normas entonces establecidas permitían elegir al Papa con mayoría simple. Así, el objetivo no era tanto llegar hasta ese momento, sino obligar al propio Ratzinger a renunciar a la elección para evitar un cónclave largo que evidenciara la división interna de la Iglesia, y se buscara un tercer candidato, un tapado, como ya había ocurrido en el cónclave que eligió a Juan Pablo II, con el bloqueo entre Siri y Benelli.En El Sucesor, Bergoglio cuenta su propia versión de los hechos. «En ese cónclave —el dato es conocido— a mi me usaron», explica, en referencia a lo narrado años atrás en Limes. En ese sentido, Francisco confesaba a Martínez-Brocal que había llegado a alcanzar los 40 votos, pero que «la maniobra consistía en poner mi nombre, bloquear la elección de Ratzinger y después negociar un tercer candidato diferente». «Me contaron, más tarde, que no querían a un Papa extranjero», añadía, desvinculándose de la operación.Distintas versionesEs a partir de ese momento en el que difieren las versiones. Francisco cuenta en ‘El Sucesor’ que cuando se dio cuenta de «aquella operación» le dijo al cardenal colombiano Darío Castrillón: «No embromen con mi candidatura, porque ahora mismo voy a decir que no, no voy a aceptar, ¿eh? Déjenme ahí». Sin embargo, Castrillón, adscrito a la corriente más conservadora de aquel cónclave, poco tenía que ver con la maniobra progresista. El vaticanista John Allen, en el libro ‘The Rise of Benedict XVI’ (2007), también habla de esta petición de Bergoglio de no ser elegido, pero la hace pública y «casi en lágrimas».Según Julia Meloni en ‘The St. Gallen Mafia’ (2021), fue el propio Martini (que también era jesuita) quien, dudoso sobre Bergoglio debido a información negativa que le llegaba desde la Compañía de Jesús, pidió que sus votos pasaran a Ratzinger cuando su derrota ya era evidente. Sea como fuere, la maniobra se produjo en la comida del segundo día y, tras regresar a la Sixtina, Ratzinger obtuvo 84 votos, superando ampliamente los 77 requeridos, y fue proclamado Papa. Así lo anunció la fumata blanca a las 17:50. Cincuenta minutos después, a las 18:40, el cardenal Jorge Arturo Medina Estévez proclamó el Habemus Papam, y Ratzinger apareció como Benedicto XVI, un nombre que evocaba paz y tradición a partes iguales.Las acusaciones de que el grupo de San Galo pudo violar las reglas del cónclave al coordinar los votos generaron rechazo en parte de la Iglesia católica, pues podrían implicar excomunión automática según ‘Universi Dominici Gregis’. De hecho, los cardenales negaron haber buscado el consentimiento de Bergoglio, para evitar ese extremo. Después de 2006, el grupo dejó de reunirse, pero la red de contactos se mantuvo y algunos de los miembros siguieron adelante con su agenda reformista. Una máquina engrasada que pudo tener influencia, aunque indirecta, en la elección de Bergoglio en 2013, como parece sugerir la presencia del cardenal Danneels junto a Francisco en el balcón de San Pedro durante su primer saludo como Papa, y la agenda reformista que luego desarrolló. En todo caso, una historia que ilustra las tensiones entre reformistas y conservadores en la Iglesia, aunque el secreto impuesto en los cónclaves sigue manteniendo su impacto exacto envuelto entre el misterio y la especulación.

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