David Catá: «El cuerpo es un lienzo de heridas, arrugas y cicatrices»

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David Catá: «El cuerpo es un lienzo de heridas, arrugas y cicatrices»

Perpetua es el nombre de la bisabuela de David Catá (Viveiro, Lugo, 1988), que, por casualidades de la vida, tuvo que ejercer de abuela del artista, convirtiéndose en espita de su proceso creativo. Perpetua es su intención, una obra que, como ejercicio de introspección y resistencia, se nutre de lo personal para hablar de memoria, de pérdida, de olvido. Con el cuerpo como soporte y un sinfín de técnicas. ‘Perpetua’ es el título de la muestra que recoge un interesante arco temporal en su forma de proceder y en su forma de cavilar y que se despliega en Est_Art Space, en Madrid. —¿Debemos entender esta exposición en Est_Art como una retrospectiva?—Quizás sí, en el sentido de que incluye obras desde los comienzos en 2008 hasta la actualidad. Si no están incluidos todos los proyectos sí que se hace eco de los más importantes, tampoco completos, pero sí bien ilustrados. Por eso hay pintura, fotografía, escultura…Noticias relacionadas estandar Si ARTE Cristina García Rodero, sin juicios ni distancias Isabel Lázaro estandar Si ARTE El archipiélago fotográfico de Toni Catany Javier Díaz-Guardiola—¿También lo último, lo que no se ha visto?—Y que son sobre todo pinturas. Tengo trabajo inédito fotográfico, justo en lo que estoy trabajando ahora, pero eso aún no lo mostré. —Su título es ‘Perpetua’, que podría hacer alusión a esa obsesión tan suya por el paso del tiempo, pero que en realidad es el nombre de una de sus bisabuelas.—Ese juego es justo la razón por lo que lo elegimos para titular la cita. Surgió hablando con la directora de Est_Art. Pero es que, en mi obra, mi bisabuela es espina dorsal, la que inspira muchos proyectos y la que hace que esté constantemente hablando sobre memoria, paso del tiempo, olvido… Esto es un homenaje a su figura y, por otro lado, una alusión a la carga simbólica de su nombre, con ese sentido de perpetuidad, de huella, de luchar por que no desaparezcan los recuerdos… Siento que se cierra un círculo en torno a ese nombre. —Todo eso son obsesiones que le han perseguido siempre.—Totalmente, desde los inicios. E incluso sin darme cuenta. En aquellos primeros proyectos esos temas estaban sin que yo fuera capaz de verbalizarlos. No me había parado aún a conceptualizar el trabajo.—«Mi proceso creativo está atravesado por el dolor», me dijo hace años. No sé si el ejercicio artístico es una forma de realizar cierto duelo.—Sí. A mí el arte me ha ayudado mucho a expresarme a través de imágenes, la foto o la pintura, para canalizar emociones. Sobre todo porque –ahora ya no tanto– soy muy introspectivo. No utilizaba la palabra pero sí estos medios para expresarme y referirme a cosas que me importaban o me estaban afectando. —Y pese a la crudeza para algunos de las imágenes, al ver cómo se cose las imágenes literalmente a su cuerpo, no se refiere a un dolor físico. —Eso es. Los cosidos, pese a lo que pueda parecer, son acciones muy superficiales. Se produce una herida en la piel, pero no mucho más dolorosa que la acción de un tatuaje. —¿Cuántas veces le han preguntado por el acto de coserse? —¡Muchas! Pero es algo que nace de una manera muy natural y sin pensarlo. En casa, mi madre siempre cosió, para mí era un acto cotidiano, también lo hacía mi abuela paterna. A eso se une el típico juego infantil de pasar la aguja por la yema del dedo… Y estando en Madrid, en 2011, es cuando eso lo transporto a la foto: una imagen en la que me cosí un guante en la palma de la mano para hablar del concepto de segunda piel. Para mí, ese gesto que realizo es un gesto de amor, de unión, como quien se tatúa algo a lo que le da importancia. Al viento. De arriba abajo, ‘Ni conmigo ni sin mí’; ‘Reminiscencias’; y la pintura ‘Secuelas’ ABC—Eso me lleva a preguntarle por su interés por el cuerpo como soporte y lenguaje.—Para mí el cuerpo es un lienzo. En él se plasma todo. Nuestras vivencias, a través de heridas, arrugas y cicatrices. Yo empleo el mío para plasmar un montón de vínculos, emociones que hago latentes a través de intervenciones.—Estábamos acostumbrados a verle como fotógrafo, pero aquí converge pintura, vídeo y hasta ‘performance’. —¡Es que empecé con la pintura! La exposición recogen algunos de estos proyectos primerizos que se vieron muy poco. Y el paso por EFTI me marcó tanto que luego la foto se convirtió en firma. No olvidé la pintura, pero más que hacer con ella un trabajo personal, me sirvió para mantenerme una temporada haciendo encargos para terceros. —¿Cómo se relaciona hoy con las técnicas?—Voy pivotando entre ellas. Por temporadas estoy más centrado en la foto, luego vuelvo a la pintura, pero al final los límites se difuminan porque un mismo proyecto me pide usar todas las técnicas. Ahora estoy incluso cosiendo sobre el lienzo, y lo que coso son los restos de las acciones de las ‘performances’. Todo dialoga entre sí.—Le ha caracterizado también esa visión tridimensional de la fotografía: la foto cosida al cuerpo o la foto convertida en escultura a través de los semillas de diente de león.—También fue algo natural. Mi proceso creativo, pensado y estructurado, tiene mucho de dejarse llevar a la hora de producir. Por eso empecé a pegar los dientes de león sobre objetos personales, y cuando me quise dar cuenta los estaba situando sobre imágenes de familiares o haciendo instalaciones con ellos. Me interesaban como metáfora de lo efímero de la vida, pero el confinamiento los transformó en metáfora de los sueños en mi producción. —Tengo que preguntarle por la música. Esta exposición tiene banda sonora. Y una de sus series más icónicas se llama ‘Sonidos ahogados’.—La música tiene mucha importancia en mi trabajo. Empecé a componer piezas musicales inspiradas en cada proyecto en 2015. Así nace ese ‘Sonidos ahogados’, que hace alusión a la otosclerosis que padezco, y a partir de ahí la retomé de forma más habitual después de haberla tenido apartada pese a haberla estudiado en el conservatorio. La enfermedad, la posibilidad de quedarme sordo, más que generarme una barrera fue un impulso para volver a la música como forma de expresión. Creo que está presente en todas las imágenes, en mi día a día, toco el piano a diario, compongo… Cuento con un disco, ‘Origen’, inspirado en mi bisabuela, en el duelo que ella pasó por la pérdida de su hija, y luego cada proyecto tiene un correlato musical. —¿Es usted sinestésico?—Nunca lo había pensado pero pienso en sonidos. Veo una imagen y la traduzco a música o me viene una melodía. —¿Tiene algún tipo de recorrido la exposición de Alcobendas?—No es tanto un recorrido cronológico, sino un recorrido basado en cómo las piezas y las técnicas dialogan entre sí. La cita se agrupa por proyectos pero hay símbolos como el hilo o el diente de león que se repiten de forma recurrente en todos ellos. La serie ‘La vida a través de la ventana’, que inicié en el confinamiento, ocupa las dos salas. Son fotos pequeñas de semillas de diente de león que luego aparecen en medio de una pintura, como material escultórico… Al final generan líneas de fuga en el recorrido.Tierra, mar y aire. De arriba abajo, ‘performance’ para la inauguración de ‘Perpetua’; ‘Horizonte, El Retiro de Madrid’; e imagen del conjunto ‘Sonidos ahogados’ ABC—Dice que la memoria, el olvido, el paso del tiempo, serían los conceptos que lo unifican todo. ¿Qué le aflige siendo tan joven?—Creo que todo nace de mi vínculo con mis dos abuelas. La paterna padecía Alzheimer, y comprobar como un ser querido poco a poco va perdiendo sus recuerdos y su autonomía hacía que yo me interesase por luchar contra esa pérdida. Mi primer proyecto fotográfico, de 2010, eran fotos ‘congeladas’, introducidas en cubitos de hielo, en un intento frustrado de controlar el tiempo. El hielo se deshacía, mientras el papel se deterioraba. Las zonas que este no cubría las photoshopeaba con arrugas. —Le he leído que ‘A flor de piel’ es un proyecto autobiográfico que tiene intención de desarrollar hasta el final de sus días. ¿Nota que va cambiando según va madurando?—Por el momento se mantiene. Y aunque la idea es seguir con él en el futuro, por ahora no tengo intención de retomarlo. Creo que la última pieza es de hace ocho años. Tengo que volver a sentir la necesidad de plasmar un rostro ajeno sobre mi piel de esa manera. Hacia 2014, el proyecto empezó a hacerse viral en Internet y redes. Empezó a contactarme un montón de gente que quería que tratase su rostro, de forma que sentí que se estaba desvirtualizando, aunque no accedí al asunto. Estoy seguro de que volveré, sobre todo porque me identifica y porque también quiero ver el paso del tiempo sobre mi mano. Ahora, en ‘Horizontes’, cambié las caras por los paisajes, y siento que este conjunto me motiva más. Lo que diferencia a ambos conjuntos es que ahora, cuando quito los hilos de la palma de la mano, los conservo y los comienzo a integrar en otras obras, en pinturas o fotos. —Trabaja sobre el archivo familiar. ¿Se ve haciendo lo mismo con archivos ajenos?—Comencé con mi propio archivo después de entrevistar a mi abuela paterna mientras estudiaba para tratar el tema de la Guerra Civil. Analicé las cartas que ella escribió siendo una niña exiliada a Francia, mientras a su hermano le enviaron a Rusia, lo que le generó un gran trauma que arrastró toda su vida. Creo que uno de mis primeros autorretratos fue mi cuerpo cubierto con todas esas fotos, sin que se me viera el rostro, soportando el peso del archivo familiar. Y no me cierro a trabajar con archivos ajenos. Lo que ocurre es que aún no ha llegado ese proyecto. Como soy consciente de que no estaré toda la vida haciendo lo mismo, ni siquiera con mi archivo. —Es curioso: poco a poco fue interrumpiendo su propia figura en sus trabajos. Este camino, en los artistas, suele realizarse a la inversa. ¿Por que le funcionó el contrario?—Eso es porque prefería hacer mi autorretrato a través del rostro de los demás. Cuando fotografío a mis familiares o a mis amigos me estoy fotografiando a mí mismo. De hecho, me fotografiaba yo mismo y no me gustaba. Ahora empiezo a ocupar más la imagen, sí, pero en los autorretratos que salgo me tapo la cara. Y no me importa, porque hay algo de poético, pues me cubro la cara con la mano, en la que están las líneas de la vida que supuestamente me definen sin mostrar el rostro. El joven creador muestra esa palma de la mano en la que tantas veces se ha cosido imágenes I. Permuy—¿Qué ha aprendido de usted mismo en estos años?—¡Uf! Pues que soy más fuerte de lo que pienso. Que he canalizado mejor las emociones de lo que creo. Y no solo eso. También he aprendido a exteriorizarlas. —¿Hay un miedo a la pérdida en alguien que se aferra tanto al recuerdo?—Creo que es el miedo natural que tiene todo el mundo. El mío no es un miedo descontrolado. Trabajo tanto con esos temas que tengo más interiorizado que muchas personas que la pérdida es parte de la vida. No soy materialista. Me dolería perder los trabajos, pero, y aunque soy un auténtico acumulador, no me dolería su pérdida. Aunque quizás me estoy contradiciendo en lo que digo… Tengo el estudio lleno de los santos que atesoraban mis abuelos y que al vender su casa hubo que sacar de allí. Ahora forman parte de mi paisaje diario. —Y sus exposiciones están llenas de objetos…—¡Las cortinas de la instalación de esta son las de la habitación de mis abuelos! ¡Creo que me estoy contradiciendo! —¿Cómo le influye el contexto? Una de sus series más memorables la realiza en Berlín, lejos de sus referentes.—Mi periodo en Berlín fue una época más de búsqueda, no tanto de producción. Quería crecer como persona, intelectualmente. Y ese proyecto, ‘Cenizas’, es su broche, se realiza en las últimas dos semanas, con el polvo que dejaba. Era una especie de luto. Y cuando regresé a Galicia empezaron a surgir todas las ideas, todos los proyectos, estaba muy productivo. Cuando entro en el estudio todo fluye con rapidez, posiblemente porque estoy predispuesto a que eso suceda. No me importaría mudarme a otra ciudad, a Madrid, pero sí que tendría que tener un espacio para que eso siga sucediendo. —No es artista de residencias.—Hice una hace muchos años en Coruña, en el MAC, pero es verdad. Y no porque no haya aplicado a ellas, aunque no a muchas. Quizás no tuve suerte. No es que necesite estar siempre en mi estudio. —¿Es caótico trabajando?—Mucho. Salto de una cosa a otra constantemente. Puedo estar pintando en el estudio, llegar a casa y ponerme componer. Vuelvo al día siguiente al taller para ponerme a hacer una foto. Doy clases, y lo hago en el estudio…David Catá ‘Perpetua’. Est_Art Space. Alcobendas (Madrid). C/ La Granja, 4. Hasta el 2 de agosto—¿En qué series nuevas está trabajando ahora?—Estoy con un proyecto musical, el segundo disco. También con otra cuestión relacionada con la música de la que aún no puedo hablar. Y en fotografía, me tienen ocupado dos series. Una con mis ex parejas y otra sobre la otosclerosis, que ha ido a más. Quiero cerrar ese ciclo antes de que me operen en breve documentando el proceso médico. —¿Lo cierra la exposición?—Esta es una exposición que tenía muchas ganas de hacer. Descansaba mucha obra en el estudio que no había mostrado, sobre todo la pictórica. Si se cierra un ciclo es porque toca hacer cosas nuevas.

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