A vista de pájaro, o de un dron como los que estos días vigilan la seguridad del Vaticano, la Capilla Sixtina es sólo un vulgar tejado a dos aguas carente de la menor grandeza. Es dentro, en los majestuosos frescos del Génesis y el Juicio Final, donde brilla en todo su esplendor la majestuosidad miguelangelesca. Quizá por eso Juan Pablo II la estableció como sede perpetua del cónclave, en la idea de que los cardenales sintiesen sobre sus cabezas el peso espiritual de la misión histórica de decidir el gobierno y el destino de la Iglesia. Para el gran público, sin embargo, el magnetismo de la elección reside en un elemento tan corriente y simple como la chimenea metálica por la que ayer salió la primera fumata negra sobre las nueve de la noche. El récord de Julio II quedó a salvo y la opinión pública internacional sigue a la espera. La responsabilidad que Juan Pablo quiso transmitir al escoger el escenario la subrayó en la homilía de la misa inaugural el cardenal decano, Gianbattista Re, que no entrará en la Sixtina por ser ya nonagenario. Quienes esperaban un sermón de rutina se encontraron con una firme requisitoria de unidad, compromiso y comunión con el pueblo católico y todo el género humano. Francisco había prorrogado por decreto la permanencia de Re en el cargo para evitar que Pietro Parolin, el teórico favorito a la sucesión desde su puesto de secretario de Estado, acumulara todos los resortes del Cónclave en sus manos.No fue el discurso con el que Ratzinger prefiguró su propia candidatura hace veinte años, pero sí una contundente exhortación a abandonar la autorreferencialidad en favor del sentido del apostolado.Noticia Relacionada estandar Si Dominique Mamberti, la voz que revelará al nuevo Pontífice José Ramón Navarro-Pareja El cardenal protodiácono es conocido por su férrea defensa del derecho a la vidaAntes de la solemne procesión mitrada por la nave central de San Pedro, los purpurados se habían desayunado con la publicación el ‘Il Giornale’ de una presunta confesión de Parolin a una persona de su círculo íntimo, en la que se habría manifestado «confuso» sobre la conveniencia de salir elegido. La importancia de esa hipotética declaración no está tanto en la asunción de ese rol de favoritismo, por otra parte bien conocido, como en la eventualidad de que su candidatura pierda fuerza precisamente por admitirlo. Entre los especialistas cunde la tesis de que al hombre fuerte de la curia, que parece contar con un significativo número de votos de inicio, se le ha puesto cara de Angelo Scola, el arzobispo milanés que en 2013 parecía destinado al solio pontificio y acabó derrotado por Francisco. La votación de tanteo permitirá a sus colegas -sobre todo a los que no lo desean- calibrar las posibilidades de un camino alternativo.Al igual que en el entierro de Bergoglio, la liturgia papal desplegó ayer su potente fulgor iconográfico. Primero con el mencionado desfile cardenalicio por la basílica y luego con la entrada en la capilla entre rezos de letanía y cánticos corales del ‘Veni Creator’. Las sucesivas reformas del ritual no lo han despojado de una concepción diseñada con intenso sentido de la dignidad y el espectáculo. No existe en el mundo una religión -ni quizá tampoco una institución- que posea esa conciencia de la importancia de su rango y la manifieste en un ceremonial tan sofisticado, donde cada protocolo, cada palabra y cada gesto están pensados para transmitir un simbolismo jerárquico. Terminado el largo juramento de los electores, a las seis menos cuarto, el ceremonial concluyó con la voz de ‘Extra omnes’ y el célebre portazo . Los 133 electores se quedaron a solas, encerrados con su conciencia… y el Espíritu Santo cuya intangible iluminación habían invocado. En el cónclave ya no se discute: se reza, se vota y se cuenta el resultado. Para debatir -y conspirar, llegado el caso- quedan los almuerzos y cenas en la casa Santa Marta, y los encuentros nocturnos en las habitaciones cuando el insomnio incita al conciliábulo.Multitud de peregrinosFuera, bajo el cielo seminublado de la inestable primavera romana, se había ido llenando, sin colmarse, la monumental plaza, desprovista de cobertura de telefonía móvil por el apagón radioeléctrico que preserva la clausura asamblearia. Los cordones policiales dirigen el hormigueo en una Via della Conciliazione sembrada de vallas por entre las que transita una multitud de peregrinos, periodistas y curiosos expectantes ante la ‘fumata’. El resto de la ciudad, salvo en Santa María la Mayor, donde continúan -algo atenuadas- las colas de visitantes de la tumba del Papa, vive su normalidad cotidiana, con su tráfico espeso, sus turistas en Navona y en los Foros, sus terrazas llenas frente al Panteón, con esa belleza caótica y abigarrada que cuaja en piedra el sentimiento general de eternidad urbana. A Roma se le llama eterna porque nunca se abarca ni se posee del todo, porque siempre se escapa de cualquier intento de atrapar por completo su magia. De vez en cuando se posa en la gran columnata, o incluso en los balcones de la transitadísima avenida, alguna paloma despistada. El animal mitológico romano es la loba; el animal literario, el gato, el felino callejero al que Alberti atribuía la esencia del Trastevere; pero la paloma es el animal simbólico que se enseñorea de las azoteas, se apropia de las cúpulas de los templos y defeca con irreverencia en los centenares de estatuas callejeras. En el Vaticano no suele haber muchas, quizá espantadas por el trasiego de gente, pero en cambio suelen aparecer bandadas de gaviotas que remontan el Tíber para alborozo de turistas en busca de fotos que exhibir en la pasarela de las redes como una conquista viajera. Ayer había unas cuantas en un alero junto a la chimenea, picoteando entre las tejas, ajenas a su condición de figurantes de un momento histórico. La paloma, invisible y/o metafórica, se supone que estaba abajo, donde tal vez algún cardenal ambicioso crea llevarla posada en su hombro.

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