Lo que el nombre que elija nos dirá sobre el cardenal elegido

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Lo que el nombre que elija nos dirá sobre el cardenal elegido

«En 2025 será Juan XXIV quien hará la visita». Así, en tono de broma y con cierto aire profético, respondía en 2021 el Papa Francisco a la invitación del obispo de Ragusa para celebrar el 75 aniversario de la creación de la diócesis. Un acto que, casualmente, se va a celebrar este martes 6 de mayo, el día anterior a que comience el cónclave. Era una gracia recurrente —que Francisco repitió con otros prelados, como con el arzobispo de Marsella, el cardenal Jean-Marc Aveline —, pero que tenía poco de inocente, ya que se sumaba junto con otras de sus medidas (como la elección de la mayor parte de los cardenales priorizando las sedes ‘periféricas’) a su forma de influir en el cónclave que va a elegir a su sucesor.La elección del nombre al ser elegido pontífice es mucho más que una formalidad dentro de la tradición de la Iglesia Católica. La tradición se remonta al siglo VI, cuando Mercurio Romano decidió cambiar su inapropiado nombre de dios pagano por el de Juan II. Desde entonces, se ha convertido en el primer acto simbólico del nuevo Papa y con una fuerte carga programática.Fotogalería | La chimenea de la Basílica de San Pedro anuncia con humo blanco la elección de un nuevo Papa ABCAsí ocurrió cuando Albino Luciani eligió el primer nombre compuesto para un pontífice, tratando de unir en Juan Pablo I los dos acentos de los papas del Concilio Vaticano II que le habían precedido. O Bergoglio con Francisco, que inaugura una saga aunque el propio Papa pidió que se eliminara el ordinal, un santo con el que aparentemente no tenía relación, pero que había recibido un claro mensaje de Dios: «Francisco, repara mi Iglesia». Ahora Juan XXIV , Francisco II , Benedicto XVII , Juan Pablo III , Pablo VII o, el menos probable, Pedro II , plantean una disyuntiva que no es baladí y que puede dar pistas del horizonte histórico, simbólico y teológico que el próximo Papa quiere para la Iglesia de los años venideros.Juan XXIV, el pontificado continuista Fue el propio Francisco quien puso en liza el Juan XXIV e incluso llegó a señalar, con cierta ironía, al cardenal Aveline como heredero de este nombre. Sería el mensaje más claro de una línea continuista con el reciente pontificado. Conocido como «el Papa bueno», Juan XXIII fue el gran reformador: convocó el Concilio Vaticano II, que implicó el mayor ‘aggionamiento’ de la Iglesia en los últimos siglos, en un intento de actualizar y adecuar su relación con el mundo contemporáneo.Su pontificado fue un símbolo de apertura, diálogo interreligioso y reformas pastorales, y se ganó el cariño de los fieles por su humildad y cercanía.Si el próximo Papa elige Juan XXIV, estaría evidenciando la intención de enmarcar su pontificado en el ambiente reformista de Francisco y Juan XXIII. Este nombre podría interpretarse como una apuesta por profundizar en las reformas sinodales apuntadas por Francisco, que, como Juan XXIII con el Concilio Vaticano II, ha convocado una continuidad de las sesiones que ya quedan en manos de su sucesor.Noticia Relacionada estandar No Quiénes son los miembros del Cónclave que elegirán al nuevo Papa María Albert La elección papal debe iniciarse cuando pasen al menos 15 días desde el fallecimiento del Santo PadreSin embargo, el nombre había sido apartado durante siglos del Vaticano. Envuelto en controversia, debido a que estuvo vinculado al antipapa Juan XXIII del siglo XV, fue evitado por los papas durante más de 500 años, hasta que Angelo Roncalli lo reivindicó en 1958.Juan Pablo III, el legado de un gigante carismáticoEl nombre rendiría homenaje a Juan Pablo II (1978-2005), uno de los papas más influyentes del siglo XX, y a Juan Pablo I, cuyo breve pontificado de 33 días dejó una marca de humildad. En el actual cónclave sólo participan como electores cinco cardenales creados por Juan Pablo II pero, curiosamente, uno de ellos se incluye con fuerza entre los papables: el arzobispo de Esztergom-Budapest y primado de Hungría, el cardenal Péter Erdö . Con 72 años, Erdö cuenta con apoyos entre el sector tradicionalista y moderado. Como Juan Pablo II, que fue símbolo de la resistencia al comunismo en Polonia , conoce bien las consecuencias del postmarxismo y mantiene una misma firmeza en cuestiones morales y litúrgicas.Juan Pablo III evocaría unidad eclesial y continuidad con el carisma evangelizador del Papa polaco y con el sucesor de Pedro, pero no de forma específica como una sucesión de Francisco. Implicaría un nuevo ‘Papa peregrino’ abierto a evangelizar el mundo y apelaría a los fieles que desean recuperar un liderazgo global y visible para el Pontífice.Sería también un posible nombre para candidatos vinculados al pontificado de Francisco (como Pietro Parolin, que ha sido secretario de Estado, o Robert Prevost , prefecto del Dicasterio para los Obispos), que podrían buscar así una conexión con los sectores conservadores que admiran el legado de Wojtyła. Sin embargo, también podría implicar el desafío de abordar las críticas al manejo de los escándalos de abuso sexual durante el pontificado de Juan Pablo II, un tema que ha ensombrecido su legado en años recientes.Benedicto XVII: la claridad doctrinal y la revitalización de la feElegir Benedicto XVII como nombre podría ser una señal de la intención del próximo Pontífice de retomar el énfasis del Papa Ratzinger en la claridad doctrinal, la primacía del Derecho y la revitalización de la fe en Occidente, en un contexto de creciente secularización. El nombre evoca de forma directa a Benedicto XVI (2005-2013), cuyo pontificado buscó combatir la «dictadura del relativismo» y fortalecer las raíces cristianas de Europa.También podría ser indicativo de un Papa dispuesto a renunciar a la Sede de Pedro si las fuerzas le abandonaban, pues la renuncia de Benedicto XVI en 2013, la primera en casi seis siglos, marcó un precedente histórico y abrió el camino a una forma diferente de entender el final de un pontificado.Por el contrario, la elección de este nombre podría generar críticas de los sectores progresistas, que podrían percibirlo como un retroceso en el camino hacia una Iglesia más sinodal y abierta.También podría ser entendido como una ruptura con el pontificado de Francisco, pues, pese a que hubo una buena convivencia entre ambos, en algunas cuestiones —como la restauración de la misa con el rito de Pío V , la forma de entender la sinodalidad y algunas cuestiones se evidenciaron diferencias importantes: la ordenación de casados, el concepto de sinodalidad, la comunión y bendición para parejas homosexuales o en situación irregular.Así, el nombre podría ser referencia para cardenales que apenas aparecen en las quinielas de papables, como Robert Sarah o Gerhard Müller , que mantuvieron una relación muy estrecha con Ratzinger. También podría ser el improbable caso de que fuera elegido Christoph Schönborn , el cardenal emérito de Viena, que, ya con 80 años, no entrará en el cónclave, pero que fue alumno de Ratzinger.Francisco II: la continuidad de la humildad y la justicia socialEl nombre Francisco II sería un homenaje tan evidente y directo al Papa Francisco que lo convierte en el menos probable de los nombres que puedan ser elegidos. Supondría que la elección recae en alguno de los cardenales que ha tenido una relación muy directa con Jorge Mario Bergoglio , incluso en su etapa como arzobispo de Buenos Aires. Podría ser el caso de Víctor Manuel ‘Tucho’ Fernández , prefecto para la Doctrina de la Fe, quien en la homilía de la quinta misa de novendiales mostraba su admiración hacia Francisco al afirmar que «siempre ha sido un misterio para mí entender cómo podía soportar, incluso siendo un hombre mayor con varias enfermedades, un ritmo de trabajo tan exigente».Francisco fue el primer pontífice en elegir este nombre en honor a san Francisco de Asís, símbolo de pobreza, humildad y cuidado de la creación. El pontificado de Francisco (2013-2025) se caracterizó por un enfoque pastoral, menos formal que el de sus predecesores, y su compromiso con temas como el cambio climático y el diálogo interreligioso.De esta forma, elegir Francisco II como nombre sería una declaración de compromiso absoluto con esta línea pastoral y podría augurar un Papa dispuesto a cerrar todos los temas que quedaron pendientes el 21 de abril con la muerte de Francisco. Sin embargo, puesto que los nombres de los Papas tienden a consolidarse con el tiempo, su elección tan pronto podría ser vista como inusual, dado que en este caso no se da el efecto dramático de la muerte de Juan Pablo I , apenas 33 días después de haber sido elegido.Pablo VII: la misión evangelizadora y la reforma contenidaEl nombre Pablo VII recordaría a Pablo VI (1963-1978) , quien llevó adelante las sesiones finales del Concilio Vaticano II tras la muerte de Juan XXIII, y le correspondió afrontar el desafío de la implantación de todos los cambios que de él se derivaron.No faltó la controversia, con una fuerte oleada de secularizaciones de sacerdotes, el inicio del declive de las vocaciones y las tensiones internas por su postura sobre la contracepción desarrollada en la Humanae vitae. Un Papa Pablo VII podría simbolizar un compromiso con la misión evangelizadora en un contexto globalizado, que buscara evitar polarizaciones y promover un diálogo constructivo tanto dentro de la Iglesia como con el mundo.Un perfil en que podría encajar Pietro Parolin , de carrera diplomática, o Matteo Zuppi , que como miembro de la Comunidad de Sant’Egidio ha participado como mediador en varios procesos de paz en el mundo.Pedro II, el «último Papa»Aun así, sin tilde en este caso, el más improbable de todos los nombres es el de Pedro, a pesar de estar cargado de simbolismo. Ningún Papa ha elegido este nombre desde san Pedro, el primer obispo de Roma, el Pontífice que no fue elegido en un cónclave sino por el mismo Jesucristo.El enorme respeto a esta figura fundacional y el temor y la vergüenza de ser percibido como un arrogante han protegido el nombre durante dos milenios. Además, aunque sean de nula credibilidad, las profecías apócrifas como la de san Malaquías asocian a un Pedro II con el «último Papa».Si un Papa optara por Pedro II, sería un gesto audaz, posiblemente interpretado como un intento de reivindicar una autoridad apostólica directa o de marcar un nuevo comienzo para la Iglesia. Sin embargo, la teóloga Lucetta Scaraffia lo considera casi un tabú, argumentando que sería visto como un acto de arrogancia. La elección de este nombre probablemente generaría un debate teológico y especulaciones escatológicas sin precedentes.

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