Humo negro, humo blanco

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Humo negro, humo blanco

Al principio fue el rito. Al final, medio mundo pendiente de una chimenea . Hay tanta belleza impostada en los funerales como en los nombramientos y eso se lo debemos al rito. Aunque sea de humo.No es cualquier chimenea la de la Capilla Sixtina. A la vez, es lo más anodino de la misma. Una instalación funcional que se coloca para los cónclaves. Y, sin embargo, es el medio para comunicar una de las más grandes noticias del catolicismo. El «habemus papam».Se aúnan en esa chimenea las esencias. La de la comunicación –el humo, su color, un significado– y la de la creencia. Ambas nos conectan con lo trascendente. Por eso, hoy aunque no queramos, aunque no creamos, aunque nos dé igual, miramos la chimenea. El rito de la votación también nos atrae. Somos seres competitivos. La chimenea del Vaticano es hoy el videomarcador luminoso de una gran final. La fumata es la resolución a un conflicto, el final deportivo de una tensión.Pero la chimenea no siempre estuvo ahí. La ponen para estos días. Aunque comunicarnos con humo está en el origen de nuestra especie –un lunes de no hace tanto los españoles estuvimos a punto de volver a hacerlo–, el Vaticano lo hace solo desde hace unos siglos. Antes salía un cardenal al balcón. Para que luego digamos que la Iglesia no cambia. Y para bien. Habría mucha espectacularidad en tal aparición, pero nada supera la simbología del humo.Nadie entiende la importancia de los ritos como Roma. La necesidad de comunicar. La importancia del blanco o el negro. El humo normal es más bien gris. En la Sixtina lo colorean. El mensaje ha de ser claro. Reforzados. Para cuando nos preguntemos en qué se fijan los partidos políticos para lanzar sus mensajes. También de humo. También coloreados.Muchos dirán que la elección del Papa no es democrática. No sabemos lo que pasa ahí dentro. No les conocemos campaña electoral. Otros dirán que les da igual porque el Papa no nos gobierna. Pero bien que tiene peso lo que dice. Lo que hace. No por los 1.400 millones de católicos, que también. Sobre todo porque viendo quién asistió a su funeral podíamos creer que, de verdad, ejerce poder sobre el mundo. Pero, ya lo sabemos, los funerales son un rito. Como los nombramientos . Y también tienen algo de hipocresía. Aún así, como las fumatas, nos siguen atrayendo. Porque nos recuerdan que no somos otra cosa que seres humanos que se comunican y que buscan lo trascendente. Y ahí da igual que seas católico, creyente, practicante o todo lo contrario. Y probablemente esté bien que así sea y esa sea la única explicación de por qué los ritos nos seducen. Quizá porque nos completan y nos aportan significado. Aunque luego cada uno lo interprete como quiera.

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