La elección del primer Papa estadounidense marca un hito histórico para el catolicismo, un credo que en su expansión en Estados Unidos fue vilipendiado, perseguido y reprimido . Durante las oleadas migratorias de italianos e irlandeses, el Ku Klux Klan y otros movimientos nativistas los acusaban de ser infiltrados del Papa, un peligro para la identidad protestante del país. Aquella marginación inicial contrasta ahora con un liderazgo ejercido hoy desde el Vaticano, y con un gran poder ascendente en la Casa Blanca.De hecho, Donald Trump alteró su agenda este jueves y se asomó a las puertas del Ala Oeste para proclamar que la noticia es «un gran honor». Preguntado por ABC, el presidente confirmó una relación existente con el nuevo Papa: «Sí, nos conocemos, hemos hablado» . Trump, magnate inmobiliario que hizo fortuna en Nueva York, no dudó en presentar el nombramiento de Robert Prevost como una prueba irrefutable del poderío renovado de Estados Unidos bajo su mandato. Es para él un símbolo del nuevo orden que está estableciendo: ni siquiera un cónclave se resiste al poder de esta América renovada.Un estadounidense ocupa así hoy el Trono de Pedro, liderando a 1.300 millones de fieles en todo el mundo, de los cuales 53 millones están en Estados Unidos, el cuarto país con mayor número de católicos tras Brasil, México y Filipinas. El nombramiento marca el ascenso definitivo de una fe que, lejos de ser marginal, está presente en las estructuras más altas del poder en Washington.Noticia Relacionada editorial opinion No Un Papa para un mundo incierto Editorial ABC La elección del cardenal Prevost es una señal de continuidad. Es el segundo Papa de América y aunque nació en Chicago, su vida sacerdotal ha transcurrido casi totalmente en IberoaméricaAntes de este histórico nombramiento, Estados Unidos ya había visto a dos presidentes católicos -John F. Kennedy y Joe Biden , el único practicante de los dos- y a dos vicepresidentes -el propio Biden y el actual, J.D. Vance-. Además, seis de los nueve jueces del Tribunal Supremo profesan esa misma fe, consolidando una influencia sin precedentes en las instituciones más poderosas del país.El catolicismo en Estados Unidos mantiene un perfil conservador en sus cúpulas, mucho más alineado con las tradiciones doctrinales que en Europa. Sin embargo, sus bases abrazan las posturas del Papa Francisco en temas de migración, justicia social e inclusión de minorías. La elección de un Papa nacido en Chicago redefine el epicentro del poder católico y consolida a Estados Unidos como un nuevo actor determinante en el futuro de la Iglesia a nivel global . Lo que en el siglo XIX fue persecución y sospecha, hoy se traduce en poder y liderazgo espiritual desde Roma.Es cierto que el cardenal Robert Prevost, hoy Papa León XIV, no forma parte de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos. Aunque es ciudadano estadounidense y ha desempeñado roles importantes en la Iglesia, su trayectoria se ha desarrollado principalmente en el ámbito internacional y en el Vaticano. Sin embargo, desde su nombramiento como obispo en 2014, fue también un puente entre el Papa Francisco y Estados Unidos , en un periodo marcado por convulsiones históricas: la sorprendente victoria de Donald Trump en 2016, el ascenso de Joe Biden como el segundo presidente católico del país, la eliminación del permiso federal para abortar sin trabas, el regreso de Trump al poder y la oleada masiva de deportaciones, que afectó directamente a miles de católicos. En medio de este escenario, Prevost, ya cardenal desde 2023, se consolidó como una voz cercana al pontífice, en un tiempo en el que el catolicismo estadounidense se enfrentó a divisiones internas y tensiones por el apoyo de los obispos norteamericanos a los inmigrantes.Los obispos estadounidenses, como el presidente de la conferencia episcopal, Timothy Broglio, han lamentado la dureza de la reforma migratoria de Trump, las expulsiones de familias enteras, las detenciones y extracciones sin contemplaciones. El obispo Mark Seitz de El Paso, Texas, criticó las «generalizaciones radicales» que etiquetan a los indocumentados como «criminales» o «invasores», asegurando que tal retórica «es un insulto a Dios, que nos creó a todos a su imagen y semejanza».Una polémica con J.D. Vance por los migrantesEl nuevo Papa, que según los registros federales votó en las primarias republicanas antes de su nombramiento, mantiene una activa presencia en redes sociales. En X, la antigua Twitter, ha lanzado críticas directas al vicepresidente J.D. Vance por su interpretación selectiva del «ordo amoris» , un concepto teológico católico que establece un «orden del amor», formulado por San Agustín y perfeccionado por Santo Tomás de Aquino. Esta doctrina plantea una jerarquía en las obligaciones morales: primero Dios, luego uno mismo, la familia, la comunidad y, finalmente, la humanidad en general.En un intercambio que resonó en medios internacionales, el entonces cardenal Prevost le espetó a Vance: «Se equivoca. Jesús no nos pide que clasifiquemos el amor al prójimo» . Un mensaje directo, frontal, que ponía en cuestión el uso que el vicepresidente hacía de esa doctrina para justificar políticas migratorias restrictivas y el repliegue de Estados Unidos en la acogida de refugiados. Para Prevost, ahora Papa, el amor cristiano no admite categorías ni filtros; es universal y sin fronteras. Y él sabe de qué habla porque precisamente es agustino.Las relaciones entre el Vaticano y la Casa Blanca se han vuelto gélidas , a pesar del respaldo decisivo de Trump a la estrategia para invalidar la legalización del aborto a nivel federal. El punto más bajo en esa relación se produjo cuando Trump, en un acto de provocación, se propuso a sí mismo como Papa en tono de broma y publicó en redes sociales una imagen generada por inteligencia artificial en la que aparecía vestido con la sotana blanca y el solideo papal. Esto ocurrió después de presentar sus condolencias a los católicos el Lunes de Pascua, acompañado por una persona disfrazada de un conejo gigante.Provocaciones aparte, el nuevo Papa al menos tiene ya una vía directa con Trump, de su misma nacionalidad. Ese vínculo con EE.UU. también se refleja en su papel como líder en la Iglesia, ocupando la jefatura del Dicasterio para los Obispos, donde supervisó la selección de nuevos obispos para la Iglesia global, incluyendo los de su país. Aunque su trabajo pastoral se desarrolló en gran parte en Perú, su designación como prefecto del Dicasterio le permitió fortalecer los vínculos entre el Vaticano y la Iglesia estadounidense, posicionándolo como una figura clave en el puente entre Roma y Washington, que ahora es crucial.

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