Vida secreta de dos narradores que hacen cine: «Si nos grabaran cuando escribimos…»

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Vida secreta de dos narradores que hacen cine: «Si nos grabaran cuando escribimos…»

Al llegar a la cita, empieza el juego. ¿Sois cineastas con libro? «No, mejor escritores con película», ríe Fernando León de Aranoa (1968). «Cuando me digas, salto», avisa Rodrigo Cortés (1973), para ponerse a su altura, mientras posa para las fotos. «En Estados Unidos serías normal. O bajito». Y así. Uno lleva zapatillas y el otro botas. Los dos tienen pelazo. Y labia. Cortés acaba de publicar ‘La piedra blanda’ (Random House) , un libro hecho a cuatro manos con el grabador Tomás Hijo: no es exactamente una novela gráfica, sino una suerte de fábula salvaje y bella, hecha a pluma y gubia, que sacude al lector con palabras escogidas como trazos medievales. León de Aranoa (1968) viene con ‘Leonera’ (Seix Barral) , una colección de cuentos que no siempre son exactamente cuentos, parecen sueños, a veces son poemas, o aforismos, pero empiezan y acaban como todas las historias. Es una excusa perfecta para juntarlos igual que se juntan dos palabras y esperar a ver qué sucede.La entrevista, claro, no es exactamente una entrevista, aunque se parece lo suficiente como para aparecer en estas páginas. Quedamos en la biblioteca del Gran Hotel Inglés de Madrid, donde vamos a intentar romper los sellos de su no tan secreta vida como escritores.—Entonces, ¿sois cineastas con libro o escritores con película?—Rodrigo Cortés: Me siento completamente escritor y completamente cineasta, casi al cien por cien. Y me pongo gorras distintas cuando trabajo en literatura o en cine. Trato de exprimir sus respectivos lenguajes, a ver cuánto aguantan sin romperse. Dicho esto, es el mismo cerebro. No tienes dos particiones. —Fernando León de Aranoa: Yo siempre me he sentido un escritor con película, tal vez porque empecé a trabajar como guionista antes que como director de cine. Siempre me he estado más cómodo en la mesa del escritor, para mí es el lugar natural para escribir tanto cine como literatura. Y en la escritura de cuentos encuentro una forma de serle infiel, que no desleal, a la escritura cinematográfica. De abrazar la ficción de una manera más libre, porque escribo desde otro sitio, más reflexivo, más íntimo. Es liberador.Un ejemplar de ‘La piedra blanda’, tal y como lo ha mostrado Cortés en sus redes R. Cortés—¿Cómo nacen estos libros?—Cortés: Aprovecha el reprís.—Aranoa: ‘Leonera’ sale de ese deseo de trabajar de manera distinta al cine. El impulso creativo domina, esa idea es el corazón del cuento. Extraigo mucho placer de ello. Escribo por curiosidad, por ir explicándome cosas con las que siento un cierto desencuentro, perplejidad. Escribir sobre las cosas ayuda a meditar sobre ellas. Decía Bioy Casares que a veces no tenía una opinión sobre algo hasta que no escribía sobre ello. Escribir es una manera no tanto de explicar la realidad como de comprenderla.—Cortés: Yo he corrido en todas las distancias posibles: la brevería, el relato, el relato largo, la novela. Y el caso de ‘La piedra blanda’ es muy diferente o tal vez parecido precisamente por ello, porque es eso que hemos dado en llamar una fábula gráfica a falta de mejor término y surge del impulso de colaboración para empezar. Surge de mi admiración hacia Tomás Hijo y su trabajo artístico como grabador y en un momento dado simplemente le dije: «Deberíamos hacer algo, tú y yo, ¿no? No sé qué, un vampiro en el siglo XI». Y le pareció buena idea, finalmente no fue esto, literalmente, y me puse a escribir.Escribir me concede libertad, porque uno escribe a solas. Es un momento muy íntimo F. León de Aranoa—¿Realmente es más fácil ser libre en los libros?—Aranoa: Escribir me concede libertad, porque uno escribe a solas. Siempre es un momento muy íntimo. No tienes que demostrar ante nadie que eres bueno, que eres listo, que eres malo. Es un momento muy sincero. Paradójicamente, no piensas en que luego se van a hacer 15.000 ejemplares, no lo piensas en absoluto. Si lo pensara, en mi caso, no escribiría. Cuando has terminado, entonces eres muy valiente, empiezas a compartirlo con tu editor, con algún amigo, y ahí es donde te das cuenta de que lo va a leer mucha gente. Ya no puedes hacer nada, ¿qué vas a hacer, modificarlo? Eso hace que en el proceso de escritura seas realmente libre, sin pensar en el lector, ni en la crítica.—Cortés: En lo práctico hay una libertad presupuestaria porque en una página cuesta lo mismo escribir un tiesto de geranios que un ejército de orcos, pero en un guión no. En un guión cuando escribes un ejército de orcos eres muy consciente de lo que va a suponer y muchas veces decides escribir un tiesto de geranios. —Aranoa: Muchas horas de efectos especiales [ríe].—Cortés: O decides escribir dos o tres orcos [risas]. Pero es verdad que esa libertad de la que habla Fernando surge de la propia naturaleza del lenguaje, creo, porque la palabra es mucho más dúctil que la imagen. La imagen tiene cierta naturaleza inevitablemente realista porque las cosas se muestran y tienen que ser, da igual que sean fantasiosas o que sean poéticas. Si pones incluso un superhéroe con mallas, más vale que estén absolutamente ceñidas, que no tengan arrugas, que no parezcan un pijama, que tengan una textura de neumático, porque aunque ese señor se ponga a volar, hay algo que tiene que ser realista y creíble. La palabra es muy distinta. Permite que todo eso lo complete el lector y está llena de capacidades resonantes y evocadoras y de hecho trabajas con la palabra de un modo muy distinto, la abordas desde lo concreto, pero atiendes a la propia sonoridad de su música, de su ritmo interno, incluso de la fonética de un término determinado que funciona de un modo exacto si es el que debes ser y de un modo muy distinto si es un sinónimo aparentemente inconfundible. Y eso mismo genera una forma de creación que es completamente distinta y que es y que es enormemente íntima y que efectivamente pasa necesariamente en soledad y que solo en el último instante resulta compartida y obliga un ejercicio de impudor que hasta ese momento estás evitando porque trabajas voluntariamente con orejeras.Creo en la inutilidad del arte como valor. Una podadora sirve para algo, un poema no. Por eso el poema es superior Rodrigo Cortés—En ‘La piedra blanda’ hay un tono de leyenda poco habitual. En ‘Leonera’, paradojas y poesía. ¿Hay conciencia sobre lo que pueden aportar estos libros en un mundo como este?—Cortés: El mío nada. Y eso vale para los demás y para la película. Y de hecho creo en la inutilidad del arte como gran valor. Una podadora sirve claramente para algo, un poema no. Por eso probablemente un poema sea superior a una podadora en muchos aspectos, por su por su gloriosa inutilidad [ríe]—Aranoa: Vamos a defender eso, ¿no? [ríe].—Cortés: Sí, sí, sí. —Aranoa: Yo creo que tiene que ser útil para uno mismo. Es decir, si lo que escribes no es útil para ti, no va a ser útil para nadie, estarías haciendo un ejercicio más o menos hábil de trabajo más o menos mecánico. Si tú no has tenido ese momento de revelación, es dudoso que le suceda a alguien más. Cuando hablabas de la mirada poética en ‘Leonera’, no es algo que planifique, sucede al encontrar una cierta revelación de lo extraordinario en lo ordinario, en lo cotidiano. Ahora, al releer alguno de los cuentos, entiendo lo que me estaba pasando en ese momento. La ficción es un parapeto maravilloso frente a la realidad, con todas sus herramientas, con la poesía, con el humor, con la paradoja. Todo eso te ayuda a ir generando canalizaciones para asumir y vivir todo lo que te está pasando en la vida. —Cortés: A mí me pasa como a ti, y en el fondo me da un poco de pena. Porque creo que todos, cuando escribimos algo, nos ordenamos y comprendemos algo. Y eso me entristece porque me parece que he reducido una comprensión más inabarcable o más intuitiva. Cuando lo defines, lo que era quince cosas de repente ya es una, una cosa, y ya puedes acudir a esa cosa porque ya la has comprendido en un pequeño objeto, cuando era mucho más que un objeto. Como si perdieras algo. Es como cuando sientes algo profundo después de haber vivido algo y lo explicas demasiado pronto: no es momento de reducir esto a una frase, hay que permitir que permee en determinados sitios, que se haga operativo y luego ya lo convertiremos en palabras. Pero si lo haces demasiado pronto, lo puedes perder.Cuando escribimos, nos ordenamos y comprendemos algo. Eso me entristece porque creo que he reducido una comprensión más intuitiva Rodrigo Cortés—¿Y sobre el tono de leyenda?—Cortés: Tampoco me he sentado jamás a escribir una leyenda. Es una relación que he percibido después a través de los ojos de los demás, con la picaresca, por ejemplo, y con cierta forma de narrar. Creo que simplemente tiene que ver con que de forma inconsciente exagerar las cosas a veces permite verlas. Hay una magia escondida que Fernando encuentra a través de lo cotidiano y a través de la poesía de lo pequeño, que permite explicar lo visible, aunque sea a través de lo invisible. Para mí, la fantasía que rodea las cosas que suelo hacer, sobre todo en literatura, es una fantasía muy aterrizada. Por prodigiosas que puedan parecer, las cosas suceden de una forma muy llana que de manera intuitiva reconocemos como cotidianas. Eso no significa que sean metáforas. Huyo como alma que lleva el diablo de la alegoría. No me interesan nada las historias que hay que descodificar y en las que los elementos están colocados en un sitio para significar algo o para transmitir una ideología sobre el mundo. —¿Y qué relación tiene esa escritura con la emoción? Está un poco en fuga en el libro. —Cortés: No estoy de acuerdo. Creo que lo que está en fuga es el melodrama. No me interesa nada el melodrama y no me interesa nada el sentimentalismo. La emoción es otra cosa. Siempre he huido del sentimentalismo y de los subrayados. Normalmente consiguen en mí frialdad, lo contrario F. León de Aranoa—En el libro de Fernando hay una sentimentalidad patente. Es una relación diferente…—Aranoa: Siempre he huido del sentimentalismo y de los subrayados. Es algo a lo que soy muy sensible como espectador y como lector. Cuando noto que una película o un texto está persiguiendo eso en mí, normalmente consigue lo contrario de manera inmediata: que dé dos pasos atrás y lo observe con una distancia fría. —Cortés: Hay algo paradójico. Es cierto que en ‘La piedra blanda’ hay una raíz muy descarnada. Y la propia naturaleza del personaje es la de alguien que no sonríe, que parece incapaz de hacerlo. A la vez, percibimos esa blandura dentro de la piedra. Lo que sostengo es que para hacer algo emocionante no tiene que emocionarse el personaje. Tiene que emocionarse el lector, que es algo muy distinto. La emoción es algo que se tiene que plantear en la relación entre la obra y uno mismo. Y descubrir cómo eso se desempaqueta dentro de uno y cómo le obliga a incluso decidir cómo se siente al respecto de algo que no sabe cómo manejar del todo.—Aranoa: Escribir algo que es emocionante con una frialdad que no es accidental también puede ser una manera de contar explosiva emocionalmente y muy interesante. En ‘Leonera’ hay una relación sentimental que se cuenta como si fuera la relación bilateral entre dos países, con lenguaje burocrático. A veces está ese ejercicio de distanciamiento también, de decir: «Esto solo lo puedo contar desde aquí». —¿Y hay algo de juego en la escritura? —Cortés: Siempre hay algo lúdico, algo de experimento. Y siempre hay algo de disfrute con la propia sonoridad porque eso es el lenguaje. Muchas veces no es tan importante la trama como de qué modo reflexiona el propio personaje o vive el personaje aquello que le sucede. El cine es el lenguaje de la acción, todo sucede en presente continuo, y el personaje se manifiesta a través de sus actos y sus decisiones. En la literatura hay mirada, hay inevitable reflexión, y uno accede al cerebro y al corazón íntimo de las cosas de una forma más natural.—Aranoa: Yo creo que compartimos ese gusto, ese amor por el lenguaje. El lenguaje es la gran herramienta. Para mí hay un deslumbramiento todavía en marcha. Y ojalá no se acabe nunca. El lenguaje es la palanca que pedía Arquímedes para mover el mundo… El lenguaje es un territorio todavía sin explorar. Y cuando escribes estás explorando ese territorio. En estos cuentos para mí la mayor herramienta ha sido la destilación. En su primera versión habitualmente eran el doble, buscaba una manera más precisa de expresar las cosas, hasta el punto que decía: este cuento va a acabar desapareciendo. —Cortés: Esto se lo he dicho a Fernando varias veces en privado, aprovecho para hacerlo ahora en público: él escribe de verdad, y eso no es tan habitual con gente que se dedica también al cine. Lo habitual con los cineastas cuando escriben es que hagan guiones maquillados, más o menos espolvoreados de adjetivos, muy narrativos, pero no resulta difícil reconocer la película o la serie que yace dentro. Y la escritura verdadera es otra cosa, es muy diferente y trabaja con otras armas y con otra materia prima. Fotos: Tania Sieira—¿Hay algo en el mundo que os empuje a estar continuamente creando cosas, algo que no os encaja? ¿Qué pincha?—Cortés: [Ríe] Es que es tan fácil convertirse en intensito contestando ese tipo de preguntas, y decir que escribir es precisamente una manera de tratar de… Jamás he trabajado así, nunca me he sentado a tratar de entender algo ni me he sentado a tratar de ordenarme. En lo personal, cuando he escrito un cuento, me he sentado a escribir un cuento [ríe de nuevo]. Nunca me he sentado a ser estoico, pero todo lo que he hecho trata de enjuiciar muy poco las cosas Rodrigo Cortés—En ‘La piedra blanda’ el personaje no se queja, y comparte el estoicismo de otros libros.—Cortés: Nunca me he sentado a ser estoico. Todo lo que he hecho comparte como mínimo esa mirada que trata de enjuiciar muy poco las cosas o etiquetarlas lo menos posible. Pero tampoco creo que haya que indagar demasiado sobre la fuente de la propia creatividad, no sea que se seque por exceso de conciencia… No sé si a ti te pasa, Fernando, pero no piensas: ¡esto no me encaja, voy a escribir al respecto!.—Aranoa: No, desde luego no de esa manera. El primer desencuentro y el primer desencanto es con uno mismo. ¿Cómo he podido hacer tal cosa? Esa es una fuente. Y luego, hacia fuera, suscribo totalmente lo que ha dicho Rodrigo, como casi siempre [ríe]. Sí hay una cosa, sin embargo, que me parece interesante que hablemos. Se defiende demasiado una escritura realizada a partir de la experiencia personal de las cosas. Creo que nuestra experiencia no solo ha de serlo de las cosas que nos han sucedido directamente. Porque escribir pasa por entender que lo ajeno puedes vivirlo como algo propio. —¿Por ejemplo?—Aranoa: En las películas de ficción lo hago a través del trabajo de documentación, un trabajo largo, tanto que en algunos casos al terminarlo decía: «¿Ahora tengo que hacer la película?, pero si ya he hecho lo más interesante, ¿no?» [y ríe]. Hay algo de vampiro ahí también. De: todo esto que me están contando lo hago mío, pero no intelectualmente, sino emocionalmente, y solo así voy a ser capaz de expresarlo. Es lo que hizo John Steinbeck cuando escribió ‘Las uvas de la ira’, aunque algunos se lo afearan… —Tenéis lógicas internas distintas en la escritura. Rodrigo lleva la idea a un límite. Y Fernando va como regateando… —Cortés: Me cuesta reconocerme ahí, aunque no importa. Cuando me siento a escribir me doy toda la libertad del mundo y reflexiono muy poco en lo que hago. Soy muy racional en la vida y soy muy poco racional en la creación literaria: permito que las imágenes surjan y las ideas surjan sin cuestionar su significado. Así que me cuesta mucho encontrar esa teórica lógica, aunque desde lo intuitivo todo acaba teniéndola. Porque las cosas tienen que ser coherentes consigo mismas. Da igual el universo que inventes, ese universo tiene que responder a su propia coherencia.—Aranoa: Yo creo que llevo toda la vida regateándome a mí mismo, incluso haciéndome túneles y caños, pero porque porque es así: siempre he tenido una enorme curiosidad por hacer cosas muy distintas y probar muchos géneros, cosa que hace también Rodrigo. Creo que todo esto tiene que ver y nuestro oficio tiene que ver también con aceptar que las cosas cambian, con aceptar la afluencia de la vida, con que aquellos temas de los que escribimos van cambiando. Y no solo eso: también nosotros vamos cambiando. Cambian las cosas sobre las hablamos y cambia nuestra percepción. Y en ese difícil equilibrio uno intenta ir dejando a través de unos trabajos o de otros su percepción de cómo eran las cosas en ese momento para él. Una frase que siempre me ha inquietado es: «No cambies nunca, no cambies nunca.» Qué horror, ¿no? No cambiar nunca…—Cortés: No cambies tú [y ríe]. —Aranoa: Por favor, dejadme cambiar. Y si es posible, a mejor. Cómo va a ser el mismo el que escribe con cincuenta y tantos años que el que escribía con veintitantos… Al final, lo que da unidad, más allá de géneros, de formatos, es que al final hay un letrero que dice: «Escrita o dirigida por…». No puedes evitar la huella que dejas en lo que haces. No la puedes borrar. —Cortés: De hecho, hay una cosa muy bonita, inusual, en ‘La piedra blanda’, que es el otro. Yo no gobierno completamente ese mundo porque está Tomás Hijo. Y Tomás piensa también con los dedos, entre otras cosas. Hay algo muy bonito en eso, en la constante retroalimentación con el otro, que está poniendo el cincuenta por ciento de lo que el libro es, y que te está devolviendo muchas pelotas que te obligan a rectificar las tuyas.Portada del nuevo libro de Fernando León de Aranoa —¿Qué se parece más a vosotros: vuestro cine o vuestros libros?—Aranoa: Uno está en todo lo que hace, inevitablemente en las películas, en la elección del tema, en cómo lo vas a abordar, también en los detalles, sobre todo en los detalles. Y en la narrativa también. Pero veo que en el cine hay un peligro. Como los procesos son mucho más largos, hay un peligro de intelectualización de lo que estás haciendo. Siempre recuerdo aquello de José Luis Borau, que decía que para hacer una película tienes que estar enamorado. Tienes que tener un compromiso muy fuerte con la historia, porque vas a estar dos o tres años hablando de lo mismo, negociando con los mismos personajes. Y cuando acabas la escritura, y luego el rodaje, te va a pasar lo mismo. En muchas ocasiones la tentación es decir: me iría con esta otra historia, me gusta más, acaba de llegar a mi vida… Pero no lo haces. Es un esfuerzo. Y la contrapartida es ese riesgo del que hablaba: tienes tanto tiempo en la elaboración de esa historia, incluso en montaje, que lo meditas todo más. Y puedes terminar intelectualizando demasiado el trabajo. La relación con el lector es más directa, es más despojada, hay muchos menos filtros.—Cortés: Hay una cosa contraintuitiva en el cine. A menudo se habla de un director que ha hecho cinco películas, por ejemplo, y se dice: «Parece cada una hecha por un director distinto». Y eso suena a algo bueno, pero no es muy buena señal. Generalmente, aquellos que consideramos titanes son siempre reconocibles, aunque cambien radicalmente sus temáticas, porque detrás hay una voz y hay una mirada. A menudo alguien te pregunta: «¿Te pareces a este personaje? ¿Eres tú Jaime Fanjul en ‘Los años extraordinarios’?» Y la única respuesta posible es: no me parezco a los personajes, me parezco a los libros. Lo que sea que sientas cuando has acabado de leerlo, aquello que te resulte contradictorio, agradable o incómodo, probablemente eso es lo que tenga que ver conmigo o con mi mirada. Porque con los personajes, curiosamente, no dialogas: los encarnas. Seguramente, si nos pusieron una cámara delante mientras escribimos, se verían momentos muy bochornosos. —Aranoa: Y cuando no escribimos, también [y ríe]. —Cortés: [Entre risas] Empezaríamos a adoptar expresiones, inflexiones propias de ese momento de ira o de ternura o de sarcasmo. Porque habitas durante un instante a esos personajes de la forma más deportiva posible. Y tratas de dejar que existan en toda su tridimensionalidad. Pero no intentas que sean marionetas de tu mirada.—¿Qué tal sois como lectores? —Cortés: Yo estoy viviendo un pequeño drama personal desde hace años, y es que es que cada vez me cuesta más tener tiempo para leer por placer. Eso que echas tanto de menos de la juventud primera, es esa cosa casi veraniega de solazarte. Porque tienes tanto, no solo que hacer, sino tanto que leer por razones profesionales, que el espacio para la lectura pura sin utilidad ninguna es cada vez más pequeño… Como lector soy omnívoro. —Aranoa: Yo ando leyendo mucho también por documentación, por trabajo. Y es como que esa parte ya llena el espacio que uno le habría dedicado normalmente a la lectura. Eso me deja también por desgracia poco espacio. A mí me gusta mucho la poesía: ahí releo mucho. —Cortés: No soy en absoluto un lector de novedades. Nunca lo he sido. Nunca me ha importado si un libro tenía un año o cien. No como decisión, sino como hecho. Entras a una librería de fondo y te pones a toquetear y sales con algo. Y ese algo podría ser algo del año pasado o Melville. Con el cine es distinto, con el cine sí soy espectador de novedades. Estoy muy al día. Y creo que es porque así como un libro lo puedes leer en su configuración ideal en cualquier momento, una película solamente la puedes ver en su configuración ideal, es decir, en una sala, en su estreno. Si quieres ver la última de Scorsese como dios manda, la vas a ver el primer fin de semana, porque es cuando la vas a poder ver en pantalla grande.Para mí Kafka es fundamental. Esa mirada ha configurado, por las razones que sean, mi sensibilidad Rodrigo Cortés—¿Qué clásico os ha marcado?—Cortés: Para mí Kafka es fundamental, incluidos sus primeros relatos, que casi parecen pequeños poemas prosificados y de los que se habla mucho menos. Esa mirada, por las razones que sea, ha configurado en gran medida mi sensibilidad estética y mi mirada sobre el mundo.—Aranoa: Yo siempre he tenido más atracción por la literatura latinoamericana. El cuento es un género que me gusta mucho: los cuentos de Cortázar, de Ribeyro…—Cortés: Eso nos devuelve lo que decíamos al principio. Si piensas en Rulfo, por ejemplo, ¿cómo adaptas ‘Pedro Páramo’ al cine? Es el universo de la palabra.—Aranoa: Pero se ha hecho, ¿no?—Cortés: Sigo dejando la pregunta abierta [y ríe]. No la he visto, pero me lo planteo incluso ante la posibilidad de recibir tal petición desde fuera… Es el universo de la palabra. Y el significado es propio, y no conviene aterrizarlo más de la cuenta, y no se puede racionalizar. Hay una experiencia íntima que va mucho más allá de la de la trama, que va mucho más allá del diálogo, y que configura un mundo inaprensible, pero de una fuerza descarnada y poética infinitas. En el instante en que las conviertes en cosas filmables, lo banalizas.—Aranoa: Me he pasado a mí leyendo ‘Sé mía’, el último libro de Richard Ford, que es el relato que casi podría parecer anecdótico del viaje de un padre y un hijo con una enfermedad. ¿Cómo llegas con imágenes a esa trascendencia que no está explicita? A través de los diálogos no suele funcionar…—Cortés: No es una ley universal, pero es verdad que la alta literatura es muy difícilmente adaptable.—Aranoa: A mí me gustan las adaptaciones libres, cuando utilizan el material original como fuente de inspiración, no de literalidad.—Cortés: Lo especial siempre surge de alguna forma de traición noble. Como sucede con Kubrick cuando toma ‘Red Alert’ y otro relato y decide llevarlo a una comedia y reinventar una cosa nueva que se llama ‘Teléfono rojo’. Que toma ese pánico paranoico hacia lo nuclear y lo convierte casi en ‘slapstick’ para generar una obra nueva.—Aranoa: Cuando hay inspiración e invención es cuando salen cosas buenas. Cuando solamente hay técnica, por muy capaz y muy virtuosa que sea, las cosas se quedan pegadas a la tierra.

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