Llegó un tieso y pisó los terrenos que queman, el sitio de la verdad, con una colocación pura y aires tomistas. Se nota que Víctor Hernández bebe en las fuentes del dios del toreo, que su tauromaquia se refleja en el agua de la pureza. Aunque no haya nacido en Galapagar, sino en Los Santos de la Humosa. Qué bárbara sinceridad la suya, con una entrega desnuda, con un valor seco capaz de cruzar barreras incluso con un toro de enfermería. El hierro del Pilar llevaba el Busca-Oro tercero, que se movía como una alimaña de Victorino: metía el morro, pero husmeaba los tobillos, revolviéndose en un palmo. Y sobre una moneda de las antiguas pesetas, las de color dorado, se asentaba Hernández, jugándose las espinillas y las femorales, cruzándose al pitón contrario, en una apuesta cabal y loca a la vez. Porque de locura era adentrarse en ese territorio frente a aquella prenda, con una exposición brutal, con el compromiso con el que se viene a ser gente en Madrid. Donde se puso Víctor pocos se ponen. Y menos aún con el tal Busca-Oro, sacado de una novela en blanco y negro del Oeste lapidario. Corretón de salida, a este castaño pilarico se le notaba su seriedad cinqueña. Transmitió con su humillación en el capote, pero pronto se complicó, a más en banderillas, donde Jarocho tuvo que recurrir a la media vuelta y Tito se salvó por centímetros de que lo trincara. Con inteligencia se dobló Hernández en el prólogo, pero esa manera de meter la cara contrastaba con su forma de revolverse, como una exhalación. A mitad de muletazo lo buscaba y la tensión era latente. El de Los Santos tragó por ambos pitones, con unos naturales meritísimos, de pecho ofrecido y pata p’alante, vaciándose por completo. La Monumental supo reconocerlo y aplaudió su serísima actuación. La oreja estaba cantada, y eso que con la espada no anduvo fino, pero media bastó… Rugió la plaza en el desafío al indomable Busca-Oro y rugió la pañolada cuando doblaron los 555 kilos de la alimaña salmantina. ¡Torero, torero!Noticia Relacionada estandar No Victor Hernández corta una oreja al tercero a base de valor y firmeza Ángel González Abad Sigue en directo la corrida de toros celebrada en Las Ventas de Madrid por la festividad de San Isidro, con la última hora de Diego Urdiales, David Galván y Víctor Hernández hoyMucho se acordará de los pinchazos al sobrero de Villamarta, pues los tendidos empujaban para sacarlo por la Puerta Grande tras su atalonada labor a un toro de casi seis años, silleto y alejado de la guapura. Sólo la espada frenó que saliera en volandas, porque Madrid está ansiosa por ver triunfar. Innegociable su entrega de nuevo, irrefutable su aplomo, que exige ya un lugar de lujo en los carteles. Es hora de renovar el escalafón, señores empresarios. Y es hora también de que se imponga un criterio en el palco y se diga si el reglamento sirve o no para algo.Feria de San Isidro Monumental de las Ventas. Sábado, 10 de mayo de 2025. Segunda corrida. Casi lleno. Toros del Pilar, Castillejo de Huebra (5º bis) y Villamarta (6º bis), desiguales dentro de su seriedad, de contado poder en general: 1º, inválido, pitado en el arrastre; 2º, noble y mejor por el zurdo; 3º, humillador y tobillero, buscando; 4º, manso de libro; 5º bis, noblote en su ir y venir; 6º bis, de casi seis años y punteando. Diego Urdiales, de negro y oro: pinchazo, estocada y tres descabellos (silencio); estocada delantera desprendida (silencio). David Galván, de lila y oro: estocada (petición de oreja, vuelta al ruedo tras dos avisos y bronca al presidente); estocada (petición, vuelta con división y pitos al palco). Víctor Hernández, de buganvilla y oro: media desprendida (oreja); pinchazo hondo, otros dos pinchazos y estocada (aviso y palmas de despedida).La cara larga se le quedó a David Galván después de la abultada petición en el segundo –que a muchos le parecería exagerada, pero ahí estaban los pañuelos para quien quiera entretenerse en contarlos–. Media docena de verónicas parieron las telas del gaditano, con dos como caricias. Otro son traía este Burredor, bien hecho, sin exageraciones en su cuatreña expresión, y con el que Hernández se había plantado contra viento y marea con el capote a la espalda –adivinen en quién se miraba de nuevo–. Galván, sabedor de la buena condición de este colorado (tuvo el lote más potable) brindó. Le tocó aguantar la andarina llegada del pilarico en el primer muletazo, pero allá siguió con sello manzanarista –el de la época del empaque–. Sin apretarlo. Hasta afianzar la embestida con series delicadas, a media alturita, en la que la estética envolvía la menor reunión. Fue una faena preciosista, de enorme sabor –como ese molinete fraguado en Triana–, con templanza y verticalidad… Para rematar con unas ceñidísimas manoletinas. Tanto se alargó que oyó un aviso antes de entrar a matar: en todo lo alto el acero, pero el rival se amorcilló y sonó otro recado. Pese a la pañolada, el palco –con disparidad de criterio– dijo que nones y dio la vuelta al ruedo. De nuevo paseó el anillo en el de Castillejo, con el hocico hacia delante, tras un espadazo y una generosa petición. Qué bizcochona anda la primera plaza del mundo… No hubo lugar a pañuelos en el lote a contraestilo de Urdiales, sin suerte ni confianza. Nadie hablaba del veterano a la salida: retumbaba el nombre de Víctor.

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