No hay rastro de la opulencia vaticana en el número 212 de la calle East 141 de Dolton, un suburbio humilde en el sur de Chicago. Pero quien ahora ocupa el trono de Pedro, en la cascada de oro y mármol diseñada por Bernini, se sentó un día en la escalera de piedra desnuda de esta casita de ladrillo rojo. Era un niño y se llamaba Robert Prevost. Hoy es León XIV, el Sumo Pontífice.Quien se sienta ahora en esos escalones, iluminado por un magnífico sol de primavera, es Paul Heller. Al igual que el nuevo Papa, la modesta construcción con techo de dos aguas y marcos blancos en la ventana también fue su hogar. «Llegamos en los noventa», cuenta Heller a este periódico. «Vivía con mi madre, mi abuela, mi hermana. Entonces no tenía preocupaciones», dice con un rostro que deja en evidencia el impacto de la marginalidad.En cuanto ascendió el humo blanco en Roma y se pronunció el nombre del cardenal Robert Prevost, a Heller le llamaron con la noticia: «¡El Papa vivió en tu casa, tío, mira las noticias!», cuenta que le dijeron unos amigos. «Es irreal».Noticia Relacionada reportaje Si León XIV, un misionero con corazón peruano Paola Ugaz Prevost pasó casi 40 años en el país andino impartiendo su magisterio, bajando al barro e impulsando campañas de educación. La periodista de ABC, quien contó con su apoyo tras el acoso sufrido al investigar los abusos de un grupo religioso, relata la huella que dejó allíHeller fue niño en la misma casa en la que el pequeño Prevost soñaba con ser cura, pretendía oficiar misas. «Lo hacía todo el tiempo», ha recordado uno de sus hermanos, John, esta semana a ‘Chicago Tribune’. «Pero lo hacía totalmente en serio, para él no era un juego».Una casa modestaMuchas décadas después, Prevost ha acabado como sucesor de Pedro. Heller trabaja como cajero en una gasolinera. Si la calle en la que nació el actual Papa era modesta, ahora lo es mucho más, y con la sombra de la violencia. Es una de las muchas zonas de EE.UU. que pasaron por el ‘white flight’, la huida de las poblaciones blancas, en especial desde la década de 1980, por la llegada de nuevos vecinos de la minoría negra. Dolton , la localidad del Papa, se convirtió, y sigue siendo, un suburbio negro. Y marginal, según cuentan los vecinos.Donna Sagna vive en la siguiente casa, en el número 210. Cuenta que lleva ocho años aquí y que en la casa en la que vivió el Papa ha habido violencia, idas y venidas de vecinos, venta de drogas. «Yo rezaba y rezaba para que hubiera paz», dice.Parece que lo ha conseguido. La casa llevaba deshabitada desde hace dos años. Hasta la elección de León XIV estaba a la venta por algo más de 200.000 dólares. Ahora la han sacado del mercado. El alcalde de Dolton quiere calificarla de patrimonio histórico y convertirla en un museo. De momento, se ha convertido en un lugar de peregrinaje . «Estoy muy feliz de que la que fue mi casa se haya convertido en eso», dice Heller. «Que un lugar que ha sido de tanta violencia, sea uno donde la gente venga a encontrar paz».El alcalde de Dolton quiere calificar la casa donde nació Prevost de patrimonio histórico y convertirla en un museoNo deja de pasar gente delante de la casa. Una joven se saca ‘selfies’ abrazada a la sencilla balaustrada de madera. Un antiguo vecino blanco no se baja del coche para mirar el que fue el hogar del Papa. «Esto es ahora completamente diferente», dice después de bajar la ventanilla.León XIV vivió en este barrio hasta que fue al seminario, en Míchigan. Fue en estas calles donde se formaron sus cimientos católicos.Sus padres, ambos educadores, eran devotos. Muchos de los escenarios de la vida católica del actual Pontífice no han subsistido, víctimas de los cambios demográficos que también significaron la mudanza de los centros católicos.Barrio marginalSí sigue en pie, por los pelos, el lugar donde León XIV dio sus primeros pasos como católico. Todos los días recorría la media docena de manzanas que separaban su casita de Santa María de la Asunción, la parroquia y escuela de los Agustinos, con los que se quedaría el resto de su vida. Ese camino, apenas un cuarto de hora a pie, es una ventana abierta a la América suburbana marginal: aceras inexistentes, negocios abandonados, casas comidas por la maleza, alfombra de cristales y basura, alambradas oxidadas, paisaje de solares. Hay que cruzar dos vías de tren y esperar a que pase un mercancías para llegar al lugar donde León XIV forjó su fe.Joe Hall, el actual propietario del inmueble, abre la puerta a un espectáculo, a la vez, conmovedor y desolador. La madera de los confesionarios donde el pequeño Robert contó por primera vez sus pecados está descuadernada, con el suelo alfombrado de escombros. En lugar de retablo, hay grafiti en el altar donde recibió su primera comunión. Un boquete enorme, producto de un tornado, ilumina un lado del templo. Hall cuenta que quiere convertir el espacio en un comedor social y ponerle el nombre de León XIV.El primer hogar de Robert Prevost Arriba, la iglesia de Santa María de la Asunción, donde nació la vocación del nuevo Papa; debajo, a la izquierda, una vecina ante la casa de los Prevost, que el alcade quiere convertir ahora en un museo; a la derecha, los restos del primer confesionario que frecuentó siendo niño. J. AnsorenaPese a la ruina, la emoción embarga a los que están allí. Entre ellos, alguien que vivió todo aquello con el actual Papa. «Nos solíamos sentar en los bancos que estaban aquí, a la izquierda», recuerda a este periódico Mark Meneghetti. Él fue aquí monaguillo, como también lo fue León XIV, que tenía un año más que él. «Recuerdo a su familia, aquí nos conocíamos todos. A él lo recuerdo como alguien discreto», dice.En los últimos días, los recuerdos de los años formativos de León XIV en Chicago, hinchada de orgullo por ser la ciudad del primer Papa estadounidense, han llenado la prensa local.Un alumno especial«Él era el orgullo y la alegría de todos los curas y las monjas en esta escuela. Todo el mundo sabía que era especial», ha recordado Marianne Angarola, que iba a su misma clase. Peggy Wurtz, también su compañera, ha reconocido que le «intimidaba» su inteligencia. «Él es quien me enseñó lo que es ser un agustino. Yo ya había pensado que podría ser un gran Papa. Es realmente inteligente. Siempre ha sido muy humilde. Y está muy lleno de fe», ha dicho John Merkel, compañero en el seminario.Meneghetti recuerda, como muchos otros, lo bien que cantaba el nuevo Papa, como el resto de su familia. En especial, su madre, que era quien dirigía las actuaciones musicales en la parroquia. «Me encantaría volver a escucharle cantar. ¡En cualquiera de los cuatro idiomas que habla!», bromea.Los caminos de Meneghetti y Prevost se separaron con la educación secundaria. Él se fue a un instituto público, el actual Papa siguió con los agustinos. Fue el comienzo de una dedicación religiosa que le alejó de Chicago durante muchos años. Poco después de ordenarse, se fue como misionero a Perú , el otro lugar donde se ha formado su identidad. Pero nunca dejó de volver a Chicago. Quién sabe si volvería de vez en cuando a mirar la casita de ladrillo donde pretendía ser sacerdote.De vuelta al que fue su hogar, sigue el peregrinaje de visitantes. Entre los muchos que han venido en los últimos días está Linda Jelouga, que habla español y es «católica desde chiquitita».Ha venido desde la cercana Indiana con su hermana. Toca el muro de ladrillo, emocionada. Llega hasta el jardín trasero, ahora descuidado, con las hierbas crecidas. Se emociona. «Es una ilusión ver esta casa tan humilde y saber que un señor que ahora representa a todos los católicos vivió con tanta modestia. Todos los ángeles y diosito lo van a ayudar», dice.«Es una ilusión ver esta casa tan humilde y saber que un señor que ahora representa a todos los católicos vivió con tanta modestia«Cuando caiga la noche, aquí no quedarán visitantes. Como Linda, muchos se habrán marchado de aquí convencidos de que alguien que creció en esta casa y en este barrio no podrá tener una mirada indiferente al desamparado. Por muy adornada que sea su sotana.

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